Las brujas son personajes misteriosos, sabios, temidos, relegados. A veces, las encontramos en los cuentos, descritas como ancianas con nariz aguileña, uñas largas y cabello alborotado; si intentamos recordar sus voces en las películas, escucharemos tonos graves y rasposos por gritar, susurrar o fumar en exceso.
Solas, seguramente las veremos solas al ser incomprendidas y no tener una familia; no viene a mi memoria alguna bruja que haya sido madre, que tenga un marido o que cuide de sus nietos (en las historias que he consumido).
Ni todas las brujas son feas, ni todas las princesas hermosas.
Ni todas las brujas están amargadas, ni todas las princesas son felices.
¿Ni todas las brujas son sabias, ni todas las princesas inocentes? Me topé en Netflix con la serie “El descubrimiento de las brujas”, basada en la trilogía de novelas de la estadounidense Deborah Harkness. La historia comienza con Diana Bishop, una historiadora que presenta una clase de Alquimia en la Universidad de Oxford, para pronto revelar que es una bruja renuente que desconoce cómo utilizar su poder mientras el lugar y el momento la obligan a reconocerse y poner los dones al servicio en un universo donde coexisten humanos, brujas, vampiros y demonios.
La historia está, claramente, llena de fantasía envuelta en un romance que puede ser similar al que propone la saga “Crepúsculo”, y las aventuras de Harry, Ron y Hermione en “Harry Potter”.
Me parece que, más allá de los muchos clichés que toca, hay un punto interesante cuando se habla de convivencia, de la mezcla de seres y de los pactos para no alterar a ninguna de las criaturas.
Y, es que, estas divisiones están presentes en nuestro mundo, donde la religión, la raza y el nivel socioeconómico deben respetarse para no generar incomodidades o cambios visiblemente impropios.
Estos pactos estaban rotos, incluso, antes de hacerlos porque las almas no generan distingos, porque estamos llamados a unirnos con quien permita nuestra evolución y, por lo tanto, la evolución de la unidad como un ente completo… no dividido, no por pedazos.
Es posible que todos creamos, aunque sea un poco, en la magia, porque la hemos experimentado en distintos momentos y medidas. Es posible que nos sorprendan las aptitudes y habilidades de otras personas al considerarlas imposibles para nuestra capacidad física o intelectual. Es posible que nos asustemos con la forma de vivir de nuestros vecinos o de seres humanos alrededor de mundo, hasta reconocer que una de las características que nos distingue como humanidad es la capacidad de adaptación porque estamos diseñados para sobrevivir, no para ser felices… por muy dramático que esto parezca. Entonces, ¿no convivimos ya en un mundo lleno de diferencias que llenamos de adjetivos?, ¿será que esto de las brujas es un estereotipo más o nos animamos a soltar pociones en un cazo de cobre?