
La flor de loto es un símbolo usado en 'La creación de valor en tiempos de crisis' (2021) para invitar a mantenerse leal a uno mismo. Foto: Unsplash/ Jay Casto
Podría decirse que una buena persona es aquella que profesa respeto o amor hacia los seres sintientes. Con agrado he observado videos del papa Francisco jugando con algunos perros o acariciándolos. Su sonrisa al hacerlo era contagiosa. Los llamaba “criaturas con alma”. ¿A quién le importa si el video de Dilio —el supuesto compañero canino del papa— al despedirse de su dueño era falso? Eso no quita que Francisco haya sido un gran devorador de paradigmas, lo que lo llevó a ganarse el mote de “Francisco, el papa de los marginados”.
Su muerte reciente me llevó a pensar en el texto La creación de valor en tiempos de crisis (2021), una propuesta de paz escrita por el líder budista Daisaku Ikeda, presidente de la Soka Gakkai Internacional (SGI). Hay varios puntos de convergencia entre las prácticas del papa Francisco y las de Ikeda, quien además se dedicó a la poesía y falleció en 2023. Ambos promovieron una sociedad global comprometida con la paz y los valores humanos a través del diálogo. Tenían clara la necesidad de superar diferencias entre las naciones para hacer frente a la crisis de humanismo de esta era.
Tomo de la página 62 del libro mencionado: “La palabra soka, que significa “creación de valor” simboliza el compromiso con la Soka Gakkai por construir una sociedad cuyo principio orientador sea el compromiso con la felicidad propia y de los semejantes, poniendo en juego al máximo esta capacidad creadora en cada persona. El primer presidente de dicha institución, Tsunesaburo Makibuchi (1871-1944), describió el dinamismo de la creación de valor comparándola con una ‘flor de loto que se abre en el agua estancada’”, imagen que hallamos en el sutra del loto.
La flor de loto es pura y fragante, no se deja contaminar con el agua turbia donde crece. La analogía sugiere que, por confusa y caótica que sea la época en que vivimos, siempre podemos negarnos a dejar que nos arrastre y seguir siendo fieles a nosotros mismos. “El poder ilimitado de la creación de valor, instrínseco a la vida, permite a cada persona convertir sus circunstancias en un campo de trabajo en el cual protagonizar su misión única, transmitiendo esperanza y seguridad a todos los que la rodean”.
Algunos de mis amigos gays —la mayoría no católicos— aplaudieron al primer papa latinoamericano por su postura de inclusión hacia la comunidad LGBT+, los divorciados y los trabajadores sexuales, grupos que la Iglesia ha rechazado históricamente. En el libro-entrevista del vaticanista Andrea Tornielli, El nombre de Dios es misericordia (2016), Jorge Mario Bergoglio se refiere a este y otros asuntos tabúes para sus antecesores.
Por otra parte, en 2011 la SGI aprobó la Declaración de las Naciones Unidas sobre Educación y Formación en Materia de Derechos Humanos, que describe dicha labor educativa como “un elemento integral para construir sociedades inclusivas”. Desde entonces, ha realizado actividades sistemáticas para contribuir a este objetivo.
LA COMPASIÓN
Considero ponderantes las filosofías del catolicismo y del budismo en papel, ya que resulta natural que sus practicantes se equivoquen —por el simple hecho de ser humanos— al ejercerlas. Las dos se encaminan a contribuir a una vida más plena. Sin embargo, es esencial precisar la diferencia entre religión y espiritualidad. La primera, en la que cabe el catolicismo, proviene del latín religare, que significa “unir” —en este caso, unir lo humano con lo divino—. La segunda procede del latín spiritus, que se refiere al “alma” y sus cualidades; a lo invisible e inmaterial de nuestra condición humana.
Recurro a la filosofía del dalái lama Tenzin Gyatzo, guía espiritual del Tíbet. Para él, la compasión va más allá del culto a la benevolencia y a la capacidad de sentirnos cercanos al dolor de los demás; es un elemento indispensable para el desarrollo espiritual.
Cito de la página 105 de El arte de la felicidad (2003), escrito por el dalái lama junto con el psiquiatra Howard C. Cutler: “La compasión puede definirse como un estado mental que no es violento, no causa daño y no es agresivo. Se trata de una actitud mental basada en el deseo de que los demás se liberen del sufrimiento, y está asociado con un sentido del compromiso, la responsabilidad y el respeto a los demás”. De acuerdo con investigaciones realizadas por la Universidad de Harvard, si practicáramos la compasión con mayor frecuencia, lograríamos mejorar nuestra salud física y emocional, además de obtener mayor paz y felicidad.
Entre el dalái lama y el papa Francisco también hay puntos de convergencia. Era común ver noticias del papa cercano a la gente de a pie y los enfermos. Son imágenes de un ser humano vulnerable, que sabía escuchar, que podía descifrar la profundidad de las miradas de sus interlocutores. Trataba con la misma dignidad y calidez a altos mandatarios que al pueblo, a los refugiados o prisioneros.
REHUMANIZAR A LA SOCIEDAD
El pensador Fernando Savater hace referencia a la ausencia de una nueva moral, a tabúes relacionados con los mandamientos religiosos. De la página 178 de su libro Los diez mandamientos en el siglo XXI (2004), tomo la siguiente cita: “Más allá de las críticas, incluso desde el punto de vista de quienes no somos creyentes, la idea de un dios terrible, cruel y vengativo no está mal pensada, porque en definitiva todos los tabúes se basan en algo terrible… ¿Qué pasaría si todos los hombres decidiéramos matarnos unos a otros? Un mundo así sería horrendo. Ese dios terrible es el que representaría el rostro del mundo sin Dios.”
Del escritor argentino Ernesto Sabato, tomo un fragmento de la página 57 de su bello libro La resistencia (2000): “La religión ha perdido influencia sobre los hombres y desde hace unas décadas los mitos y las religiones parecieron superados para siempre y el ateísmo se generalizó en los espíritus avanzados. Sin embargo, en estos años, el hombre en su desesperación ha vuelto su mirada hacia las religiones en busca de alguien que lo pueda sostener.”
Nuestra sociedad del siglo XXI está enferma, deshumanizada. Quizá necesite asideras como las arriba mencionadas —o cualquier otra—, que ayuden a detener la ausencia de valores entre los cambios tan vertiginosos y profundos de esta época, que nos hagan reconectar con nuestro ser, con la verdad, el honor, la compasión y el bien. Es imperante regresar a la raíz, labrar nuestra paz a través de los elementos simples que hemos ido perdiendo entre generaciones, como mirarnos a los ojos, conversar en la mesa, convivir con la naturaleza, tomar una taza de café, jugar con las mascotas.
Si retomamos la brújula y nos acercamos a una formación espiritual, esa que Gandhi llamaba “educación del corazón” o “despertar del alma”, tendremos una sociedad más justa. Imaginemos que niños y jóvenes reciben una educación inclusiva, que priorizan el ser sobre el tener, que comprenden la importancia de trabajar en equipo, de cuidar nuestra tierra, el agua y los animales. Imaginemos que aprenden desde corta edad que la competencia es sólo con ellos mismos, que cultivan la lectura, el arte y el deporte; que se preparan como individuos de bien. Puedo pensar que ellos podrían contribuir y hacer comunidades para tener un mundo más vivible y feliz. Me encantaría saber qué más imagina el lector y cómo quisiera contribuir.