
Mosaico bizantino de la Virgen y el Niño entre los emperadores Justiniano y Constantino, en la mezquita de Santa Sofía, en Estambul, Turquía. Foto: Casalmaggiore Provincia
A lo largo de la historia del arte, pocas figuras han sido tan representadas y reinterpretadas como la Virgen María. Enraizada en el imaginario cristiano, ha sido incorporada a contextos no religiosos para instalarse también en galerías, museos y espacios de debate cultural. Como madre de Cristo, símbolo de pureza y modelo de devoción, ha sido un pilar del cristianismo y la iconografía occidental. Su presencia en el arte refleja los valores, aspiraciones y contradicciones de cada época.
A medida que los paradigmas culturales se han vuelto más críticos y diversos, la Virgen María ha dejado de ser únicamente una imagen sagrada para convertirse, en manos de algunos artistas contemporáneos, en un vehículo de cuestionamiento. Así, surge un contraste poderoso entre las representaciones tradicionales y las versiones modernas, muchas veces polémicas, que desestabilizan la santidad que históricamente se le ha conferido. Esta transformación visual y simbólica invita a repensar el papel de la Virgen en el arte, pero también el de la religión y el poder.
EN EL ARTE CLÁSICO
Desde los primeros siglos del cristianismo hasta el Renacimiento, la Virgen María fue una figura central en la iconografía religiosa europea. En el arte medieval, su representación estaba fuertemente ligada a la liturgia y a la devoción mariana. Se la mostraba frecuentemente como Theotokos —la madre de Dios—, rodeada de ángeles o entronizada con el Niño Jesús, simbolizando tanto su función materna como su estatus celestial.
Durante el Renacimiento, su imagen adquirió una sensibilidad y una técnica distintas. Artistas como Giotto, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo da Vinci exploraron la humanidad de María sin perder de vista su carácter divino. La Madonna del prado de Rafael, por ejemplo, destaca por su ternura y serenidad, mientras que La Piedad de Miguel Ángel conmueve por su dolor y perfección escultórica. En La Virgen de las rocas, Da Vinci propone una imagen que combina serenidad, misterio y humanidad. Ubicada en un entorno natural montañoso, María aparece acompañada por el Niño Jesús, Juan el Bautista y un ángel.
Estas representaciones se sustentaban en pasajes bíblicos como: “Y el ángel, entrando en donde ella estaba, dijo: ‘Salve, llena de gracia, el Señor es contigo’”. Este versículo fundamenta la pureza y elección divina de María, cualidades que los artistas se esmeraban en transmitir a través de la belleza, la simetría y la luminosidad de sus obras.
En estos contextos, la Virgen no sólo era una figura religiosa, sino también un ideal estético y moral. Su imagen servía como modelo de virtud y devoción para las sociedades cristianas, y como punto de referencia para el arte sacro.
EN EL ARTE MODERNO
Con la llegada del arte moderno, especialmente a partir del siglo XX, muchos artistas comenzaron a cuestionar las tradiciones visuales que habían definido siglos de representación religiosa. En este marco, la figura de la Virgen María se convirtió en un terreno fértil para la experimentación estética, simbólica y crítica.
En Madonna (1894) de Edvard Munch, la imagen mariana se aleja de la pureza idealizada para adoptar una dimensión erótica, ambigua y humana. Con los ojos cerrados, el cuerpo desnudo y una atmósfera oscura, esta Virgen expresa deseo, muerte y espiritualidad al mismo tiempo, desafiando las convenciones religiosas y ampliando los márgenes de lo sagrado.
Otro ejemplo importante es Salvador Dalí, quien en La Madonna de Port Lligat (1950) ofrece una visión surrealista de la Virgen. En esta obra, su cuerpo está fragmentado y lleno de símbolos; sin embargo, mantiene un aura de solemnidad. Dalí explora la figura mariana y su dimensión trascendental desde una estética moderna y personal.
Más radical es el caso del artista británico Chris Ofili, quien en 1996 presentó su controvertida The Holy Virgin Mary. En ella muestra a una Virgen negra rodeada de imágenes pornográficas y decorada con excremento de elefante, material que ha utilizado en otras obras como referencia a su herencia africana. Esta pieza causó gran polémica, especialmente durante su exhibición en Nueva York, donde fue acusada de blasfemia.
Pero el cuadro de Ofili va más allá del escándalo: se trata de una crítica al colonialismo, al racismo en la tradición iconográfica cristiana y a la rigidez de lo sagrado. Como plantea Michel Foucault, el poder no reside solamente en las instituciones, sino también en los discursos y las representaciones. De este modo, The Holy Virgin Mary subvierte las lecturas establecidas de la santidad para evidenciar cómo esta se ha construido desde una mirada eurocéntrica y patriarcal.
El concepto de iconoclasia también cobra relevancia aquí: al utilizar materiales “impuros” y yuxtaponer la imagen mariana con pornografía, Ofili destruye simbólicamente el ícono tradicional para revelar su artificialidad. Desde una perspectiva filosófica contemporánea, el arte verdadero no se limita a representar, sino que genera una diferencia. En este sentido, el artista no representa a María, pues produce una Virgen diferente, incómoda, radicalmente otra.
EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO
La figura de la Virgen continúa siendo objeto de apropiaciones críticas y resignificaciones. En un mundo donde la religión ya no ocupa el lugar central de hace siglos, muchos artistas retoman la imagen de María para hablar de exclusión, racismo, género o identidad.
Artistas como Alma López han reimaginado a la Virgen de Guadalupe desde una perspectiva queer y feminista. Su obra Our Lady (2011) la muestra en un bikini de rosas, desafiando la representación inmaculada tradicional y dialogando con las experiencias de comunidades marginalizadas.
Por otro lado, el estadounidense Kerry James Marshall ha cuestionado la ausencia de cuerpos negros en el arte sacro, proponiendo reinterpretaciones donde la Virgen María, Cristo y los ángeles son de piel oscura. Sus obras buscan reescribir la historia del arte desde una visión decolonial.
Estas propuestas reflejan cómo la Virgen deja de ser únicamente un símbolo de pureza para convertirse en un espacio donde se abordan las tensiones sociales actuales. Según el filósofo Jean-Luc Marion, la imagen no se limita a mostrar lo invisible, sino que lo presenta de una manera transformadora. Así, las vírgenes contemporáneas no rechazan lo divino; lo replantean: de la figura maternal y celestial del Renacimiento a la representación incómoda y subversiva de la contemporaneidad.
Este tránsito visual y simbólico subraya el poder del arte para abrir nuevas formas de interpretación, recordándonos que lo sagrado no es estático, pues está en constante negociación con las dinámicas del poder, la cultura y la subjetividad. Como se expresa en las escrituras: “¿Quién es esta que asciende del desierto, como columna de humo, con mirra y con incienso?”. Esta pregunta puede entenderse hoy también como una invitación a redescubrir a la Virgen no sólo como un ícono religioso, sino como una figura viva, mutable y humana.
El arte es una fuerza capaz de transformar el mundo. A lo largo de la historia, las representaciones de la Virgen han expresado distintos mundos posibles, identidades diversas y formas cambiantes de lo sagrado que, lejos de desaparecer, se reconstruyen desde la pluralidad.