México y Canadá hacen lo que nosotros decimos, afirmó Trump en uno de sus ya típicos desplantes. En México manda el pueblo, le respondió la presidenta Sheinbaum. No se trata de ser aguafiestas, pero si le preguntamos a los mexicanos, al pueblo bueno y sabio, a quién le hace más caso la presidenta de México me temo que la respuesta sería abrumadora a favor del señor del pelo naranja, entre otras cosas porque es muy evidente lo que quiere y además se encarga de hacerlo explícito, mientras que la "voz del pueblo" es una entelequia y no pocas veces se confunde "la voz del pueblo" con el capricho del político en turno.
La diferencia entre colaborar y obedecer en el caso del gobierno mexicano es tan, pero tan sutil que cuesta trabajo diferenciarlo. Claudia Sheinbaum hubiera preferido por supuesto que el presidente estadunidense hablara de colaboración, de la buena relación entre ambos países que ha dado resultados positivos para los dos. Lo cierto es que el de pelo naranja presiona y la de la cabeza fría acata sin perder la dignidad. Si quiere capos del narco, se los mandamos; si quiere Guardia Nacional en la Frontera sur, los ponemos; si quiere renegociar el tratado comercial, aunque no toque, estamos dispuestos; si nos pide aumentar aranceles a China, faltaba más, de hecho, ya lo habíamos pensado, pero no lo habíamos concretado por desidia. Hasta ahora ese había sido el juego y ambos ganaban.
La declaración de ayer cambia el tono de la relación. Lo que no cambia es que se necesitan mutuamente. Las economías, la mexicana y la estadounidense, están más imbricadas de lo que ambos quisieran. Seguramente ninguno de los dos hubiera propuesto un Tratado de Libre Comercio con un país al que en el fondo detestan, Trump a México y Claudia a Estados Unidos, pero así les tocó gobernar. La relación entre ambos países no es un deseo, es un dato y la frontera una condición.
La declaración de Trump es un golpe bajo porque alimenta esa visión machista de que a la presidenta la controla Trump y la controla López Obrador. Claudia Sheinbaum, como cualquier presidente, llámese López Obrador, Peña, Calderón o Fox hace lo que puede, no lo que quiere y particularmente en la relación con el vecino del norte. Todos han tenido presiones, momentos críticos en una relación que de por sí es compleja.
El tono de obediencia de la relación de México con Trump lo impuso López Obrador cuando se hicieron famosas las dobladillas de espinazo: Trump amenazó con poner aranceles y el entonces canciller Marcelo Ebrard se dobló, en palabras de Kushner, el yerno de Trump, más rápido que ninguno. No sé si había otra opción, lo más probable es que no. En política casi siempre la opción es el mal menor y casi nunca el ideal. La presidenta heredó una relación ya viciada y con muy poco margen de maniobra, pero tampoco tenían por qué recordárselo de esa forma.
¿Quién manda aquí? La de siempre: la maldita realidad.