Los sucesivos gobiernos de PAN y PRI de los primeros años del siglo XXI y de la democracia se negaron a verlo y nunca quisieron entenderlo: la pobreza y la desigualdad son el gran problema de este país, al igual que muchos de América latina. Los datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gasto de los Hogares (ENIGH) muestran que sí es posible reducir la pobreza y la desigualdad. El gobierno de López Obrador y Claudia Sheinbaum lo lograron con dos palancas: los programas sociales basados en transferencias directas y un aumento consistente al salario mínimo. Siete años después el país es menos desigual y hay casi diez millones de mexicanos que salieron de la pobreza. Los datos son maravillosos, la pregunta es si esto es sostenible o, en todo caso, qué hay que hacer para que sea sostenible.
Junto con los datos de reducción de pobreza se publicó también el informe trimestral de las finanzas públicas y los datos fundamentales de la economía. El foco rojo está en el crecimiento de la deuda pública que, si bien sigue en niveles manejables, tuvo un crecimiento sustancial y está en el nivel más alto en lo que va del siglo. El crecimiento del PIB por otra parte sigue estancado. La presidenta celebró un cambio en la perspectiva para el año de -0.3% a un 0.2% después de un sexenio de nulo crecimiento con López Obrador. Dicho de otra manera, el país se empobreció en términos reales, pero la pobreza y la desigualdad entre los mexicanos disminuyó. No todo se explica por la deuda, pero es un mal síntoma.
Para que la reducción de la pobreza y la desigualdad sean sostenibles y duraderas necesitamos una economía que crezca. Los casos de Argentina y Venezuela son dos espejos en los que el país, y particularmente los gobiernos de Morena, tienen que mirarse. El kirchnerismo logró reducir sustancialmente la pobreza en Argentina que pasó de 58 a 30 por ciento y la pobreza extrema, o indigencia como la catalogan allá, bajó de 21 a 6 por ciento, sin embargo, el modelo fracaso rotundamente por el mal manejo económico y la corrupción. En Venezuela, el ejemplo que tanto admiró la izquierda mexicana durante los primeros años del siglo XXI, redujo sustancialmente la pobreza entre 1996 y 2014 cuando el régimen fracasó de tal manera que decidió dejar de medir la pobreza porque los datos eran cada vez más negativos. Hoy estimaciones no oficiales calculan que nueve de cada diez venezolanos viven en la pobreza.
Los programas sociales son fundamentales para corregir las enormes distorsiones de nuestra sociedad, pero los verdaderos igualadores sociales son el salario y los servicios públicos. Sin dejar de lado los programas sociales, las obsesiones del gobierno de Sheinbaum deberían ser el crecimiento económico y los servicios de salud, educación y movilidad urbana, sin embargo, a juzgar por el discurso cotidiano, está más preocupada por quién tiene la culpa que por resolver los problemas. El riesgo de un pendulazo a la argentina, o un fracaso antidemocrático a la venezolana el fantasma de la 4T.