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Los juegos del sátiro, un trance de caos y ritmo

Lo que se desborda del poema y del círculo ritual

Imagen María Ixchel Gómez Lazaga Hernández.

Imagen María Ixchel Gómez Lazaga Hernández.

ALFREDO CASTRO

La embriaguez es una forma que tenemos de suspender la compresión del mundo cuando nos dejamos seducir por el caos. Al permitir que el Yo racional se disuelva, configuramos una identidad alejada de los síntomas de la vida terrestre. Si es que existe una condición divina en el poema, es su afán por alterar los cauces de la consciencia y ese orden inmediato que nos mantiene en la línea de lo singular. 

Los juegos del sátiro es un rito poético que convoca a alcanzar una revelación caótica y sagrada. La naturaleza de este libro se conforma de un ámbito festivo que es, a la vez de deslumbrante, un círculo en el que se reúnen el pensamiento y el canto.

Su autora, Aurora Hernández, nació en julio de 1969 en Torreón, Coahuila. Es doctora en Historia del Arte por Casa Lamm. Políglota y con una sólida trayectoria como docente, ha dedicado más de treinta años a la enseñanza en el área de Humanidades e Idiomas. Actualmente estudia chino mandarín en el Instituto Confucio. En el ámbito literario, ha colaborado con el grupo Imaginaria Laguna, bajo la dirección del maestro Guillermo Samperio. Tiene en su haber, además del ya mencionado, dos libros publicados de manera individual: Colémbolos (2021) y Visitaciones (2024). Asimismo, es colaboradora regular de la revista Siglo Nuevo en la sección de Arte y forma parte del Acervo de Poetas Coahuilenses en la revista Carruaje de Pájaros.

Los juegos del sátiro, su más reciente obra, recupera el misterio de los antiguos rituales dionisíacos y recrea, a través de su lenguaje, la convivencia con una fuerza mística. Promueve la necesidad del gozo y el alarde, pero también de la templanza y la serenidad. En otras palabras, contempla la vida y la muerte como una dualidad que se estremece, una tensión que se disipa en la fiesta del enigma.

Imagen María Ixchel Gómez Lazaga Hernández.
Imagen María Ixchel Gómez Lazaga Hernández.

IO, IO DIONISIO

Aurora es una poeta que sabe desplazarse en el registro breve y que acude, de forma puntal, al instante que se desborda; en este caso, la llegada de una resonancia espiritual que sortea la rigidez del universo físico.

La voz de Aurora se manifiesta en la transparencia y en la serenidad, pero también es una voz poética que no se aferra ni a la quietud ni al Yo; más bien se integra a un todo complejo y amoroso que se mueve.

En este libro aprovecha la repetición para inducirnos a una concentración delirante en la que despierta el llamado del dios antiguo. El inicio de la ceremonia es una invitación a despojarnos de una identidad adquirida a la fuerza y a poner en otro sitio la máscara del ego. El estruendo y los cantos sucesivos predisponen a la anulación de las certezas y nos preparan para la alegría de la celebración.

La obra consta de dos registros: por un lado, están los versos y, por otro, una intervención de carácter explicativo que ayuda al lector a comprender, con más precisión, los simbolismos y recursos con los que la autora ha edificado su mensaje. Estos extractos en prosa aportan claridad al cuerpo de los textos; se trata de una decisión que incluye y compromete al profano a internarse en la experiencia del poema. Y es que esta es una de las cualidades más importantes del libro: otorgar una experiencia diferida, traer la música de la lejanía para hacer sentir su vibración y aturdimiento.

Imagen María Ixchel Gómez Lazaga Hernández.
Imagen María Ixchel Gómez Lazaga Hernández.

EL RITMO

Una de las características principales del poemario es su condición sonora. La musicalidad se inserta como una vía para incitar un trance en el que, desde la lectura, podemos intuir un ritmo y una marcha que nos aproximan a lo sublime. Las pautas de los versos se sienten guiadas por el oído y por un equilibrio que promueve la danza en un espacio gobernado por la percusión y los mantras.

La autora aclara que la música en el ritual dionisíaco rompe el orden y nos disuelve: “Esa es la idea de mi poemario: la construcción del rito no como una forma cerrada. Escribirlo fue como entrar en un trance donde la palabra ya no explica, invoca; tal como la música de John Zorn, que también está hecha de repeticiones, de ciclos, de estallidos y silencios”.

La agudeza con la que Aurora presenta los elementos ceremoniales hace que podamos integrarnos de forma absoluta a una atmósfera pactada por el tímpano, lo que provoca que el lector se suscriba a la fascinación del trance. Entonces, poco a poco, se libera una agilidad que nos permitirá sentir la totalidad del ímpetu, donde todo lo que se nos muestra queda a la expectativa de la transfiguración.

“En el delirio me muevo,/ la caléndula naranja/ se alza sobre mis ojos.// Los animales”

Entre los muchos conceptos con los que la poeta se compromete, uno muy importante es el sacrificio animal, que la autora evoca como símbolo de que, en los ritos ancestrales, la comunidad se fundía con los dioses. Despedazar el cuerpo, consumirlo, era reintegrarse al ciclo de la vida y la muerte, reconocer la potencia creadora y destructora de la existencia. La violencia era un acto simbólico de transformación y Dionisio no representaba una parte de la experiencia, sino su totalidad, el impulso vital. Ahí el dolor podía dar placer porque revelaba una verdad más amplia, no fragmentada.

Aurora también pone a disposición el vino y las máscaras. Ambos elementos, aunque de condición distinta, comparten un propósito en la revelación de la libertad durante la ceremonia. De este modo, el poemario se vale, cada vez más conforme avanza, de conceptos que ingresan a lo profundo de una metáfora que se siente misteriosa, pero que a la vez nos incluye en su gozo.

Imagen María Ixchel Gómez Lazaga Hernández.
Imagen María Ixchel Gómez Lazaga Hernández.

OTROS TRAZOS DEL RITUAL

Es importante mencionar que este libro, además de las líneas poéticas e informativas planteadas por Aurora, también se sostiene de un aparato visual que intensifica la experiencia de la obra. Cada sección contiene una ilustración, realizada por María Ixchel Gómez Lazaga Hernández, que encarna un elemento fundamental de la parte correspondiente del poemario. Una de las figuras más recurrentes es la de las máscaras, que se presentan con diseños y formas distintas, creando una concatenación simbólica y estética con el texto.

María Ixchel estudió la licenciatura en Biología en la Universidad de las Américas Puebla, donde se graduó con mención cum laude. Actualmente cursa el último semestre del doctorado en Ciencias. Ha desarrollado una práctica constante en la ilustración desde 2018. Su trabajo visual ha sido publicado por empresas y proyectos en Asia, Europa y Estados Unidos.

Quien se adentre en Los juegos del sátiro se inicia en el templo del éxtasis y se bautiza con el vino de la renovación. La poesía de Aurora Hernández ofrece esa copa que se desborda y que alza la ebriedad sagrada de los arcanos, ese tambor milenario que armoniza los delirios y la danza del tabú. La poeta abre su convocatoria para un rito en el que los márgenes del Tú y el Yo quedan disueltos en el trago de la catarsis, un caos que nos aproxima al orden.

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