
Actualmente existe una búsqueda de belleza en la diversidad. Imagen Adobe Stock.
“Casi las ocho, salto a la ducha / No, no me puedo retrasar / Medias de seda, falda apretada / ¿Qué maquillaje habré de usar?” resuena en la bocina la voz de Mariana Treviño, la actriz mexicana que encarna a Lupita en la nueva versión de la comedia musical Mentiras, ahora trasladada al streaming.
¿Su objetivo? Conquistar a su jefe, de ojos canela y sonrisa seductora. Tal vez logre atraer su atención con medias de seda, siete perfumes o las uñas pintadas recorriendo su escote; la falda apretada, la decisión en su mirada o el deseo de encajar en un molde que —ella piensa— le permitirá alcanzar su propósito.
La dinámica no es reciente. A lo largo de la historia, el cuerpo femenino ha enfrentado variaciones ante la mirada que lo declara como una fuente de deseo. En ocasiones labios gruesos, en otras delgados; con curvas o sin ellas; busto predominante o senos pequeños.
Según la Escuela Europea Des Arts, un canon de belleza se define como una serie de normas que rigen lo que es considerado bello, y que han sido aprobadas por la mayor parte de una población. El mundo globalizado permite que estos estándares sean apropiados de manera más inmediata y arrasadora en distintos territorios, sin embargo, siempre han existido.
DE LA PERFECCIÓN A LA DIVERSIDAD
El concepto de mujer bella y/o sensual ha estado constantemente regido, aún con sus variables, por un estándar occidental: tez blanca, ojos claros y cabello rubio. Es inevitable pensar en Marilyn Monroe, Madonna, Kate Moss o Twiggy al hablar de bellezas que han establecido una pauta a seguir.
La primera Barbie, la icónica muñeca de Mattel, portaba un traje de baño con estampado de cebra, unos lentes de sol como accesorios y un maquillaje similar al de las actrices de esa época. Su figura estilizada, con piernas largas y cintura diminuta, fue el parteaguas de la revolución comercial que implicó su lanzamiento en 1959. El juguete tatuó en el imaginario de grandes y pequeñas su eslogan “tú puedes ser lo que quieras ser”. De pronto, convertirse en astronauta, actriz, doctora, profesora de ballet, científica o gimnasta era una posibilidad para las niñas que crecieron a partir de la década de los sesenta.
Pero, a pesar de su novedosa visión de los roles de género, la muñeca ha enfrentado numerosas críticas: un cuerpo un tanto inalcanzable, falta de representación, promoción del sexismo. ¿Dónde estaban las mujeres con curvas, piernas cortas, mandíbula no definida y tez morena? Si bien en la actualidad es posible encontrar Barbies en sillas de ruedas, con vitiligo y cabello oscuro, en 2001 llegaron las Bratz como una manera de alejarse de los rasgos finos y delicados que durante tanto tiempo había perpetuado Mattel.
Con cabezas grandes, labios voluminosos, ojos expresivos y un estilo lejos de la versión de princesa atemporal que reinaba antes de su lanzamiento, Cloe, Yasmin, Jade y Sasha —las cuatro Bratz originales, cada una de diferente nacionalidad— llegaron para ofrecer una imagen moderna, divertida, urbana y cercana a la juventud. Fueron un punto de inflexión en la industria de juguetes para niñas.
CINTURA DE AVISPA Y CADERA PRONUNCIADA
Así como las muñecas, los principales artistas de cada época han ejemplificado, con sus obras, la evolución de los cánones de belleza. En la Antigua Grecia, la simetría era la clave; en el Renacimiento destacaban los pechos firmes, los rasgos delicados y las manos pequeñas; durante el Barroco el cuerpo voluptuoso caracterizó la sensualidad de la figura femenina; y el corsé tuvo su esplendor en el Romanticismo, por lo que las cinturas diminutas y un escote pronunciado fueron las estrellas de dicho periodo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la premisa era similar: caderas pronunciadas, busto prominente y exaltación de curvas. El nombre de Marilyn Monroe comenzó a sonar cada vez con mayor fuerza. La actriz y modelo estadounidense, con su peculiar lunar a un costado de sus labios, su sonrisa deslumbrante y su cabellera rubia, se convirtió en un símbolo sexual en la década de los cincuenta.
Al igual que ella, Elizabeth Taylor, actriz británica-estadounidense, fue otro referente, con su mirada felina y vestidos entallados. Siempre elegante, con peinados perfectos y sensualidad contenida, no dejaba de encarnar estándares de belleza difíciles de conseguir.
Pero, como un borrón y cuenta nueva, con la llegada de los sesenta también lo hicieron los cuerpos delgados, andróginos, con facciones marcadas y curvas prácticamente inexistentes, diciendo adiós a las caderas voluptuosas y la figura sumamente entallada. Mujeres como Audrey Hepburn, actriz y bailarina británica, y Twiggy, supermodelo británica, serían el modelo a seguir. Los escotes perdieron su profundidad, ahora se apostaba por piernas largas y suaves, y maquillaje sutil que enalteciera la delicadeza del cuello. Todo en chiquito, capaz de ser guardado en una cajita de cristal.
Sin embargo, con el avance del feminismo y el surgimiento de cuestionamientos relacionados con el placer femenino y la búsqueda de una identidad propia ajena a las imposiciones sociales, las cabelleras sueltas, naturales, sin tanta producción, comenzaron a abundar. El enfoque en cuerpos más comunes, sin tantas poses, y alejándose un poco de la belleza occidental blanca como único estandarte, permitió a las mujeres replantear su lugar como individuo en la comunidad, además de indagar en su sensualidad más allá de la mirada masculina.
LA CELEBRACIÓN DEL CONSUMISMO
Sería hasta los años noventa cuando dos ideales chocarían entre sí. Por un lado, modelos como Naomi Campbell y Cindy Crawford trajeron de vuelta el glamour curvilíneo y saludable, por otro lado, comenzaría una tendencia que priorizaba un cuerpo delgado, ojeroso y frágil en un intento por demostrar que, sin ningún esfuerzo, una mujer podía ser deseada.
La piel pálida, una actitud apática y distante, y la apariencia simulada de un adicto —especialmente a la heroína— fueron las características del estilo conocido como heroin chic, tendencia que fue principalmente promovida por una joven Kate Moss y por Gia Carangi. El portal Baazar la define como: “una glorificación impúdica de las conductas más tóxicas y nocivas para unos, el retrato más descarnado y brutal de la sociedad para otros”.
Haciendo un salto abismal entre la figura curvilínea natural y la palidez como último grito de la moda, personajes como Paris Hilton y Britney Spears establecieron las pautas a seguir a partir de los dos mil. Un vientre plano, bronceado, con pantalones a la cadera y poco volumen: la perfección andante, una imagen irreal conseguida a través del bisturí y los procedimientos estéticos.
Así llegó el boom de las Kardashian a partir de la década pasada, como un homenaje a las cinturas entalladas, el busto sobresaliente y los glúteos prominentes, pero con una particularidad: el cuerpo ideal gracias al paso por el quirófano. A las hermanas se les ha criticado por muchas cosas, pero principalmente por promover una apariencia física que es casi imposible de obtener con pura genética.
Como una revolución ante ese aspecto inalcanzable —dejando de lado el debate acerca de los procedimientos estéticos—, hoy en día ha cobrado fuerza el regreso a lo real, a la visibilidad racial y de género; una lucha constante contra los filtros de las redes sociales y las vivencias maquetadas. Junto a la diversidad corporal, se abre paso la libertad de la mujer de poder verse frente al espejo y pensar “esta soy yo, y me gusta serlo”.