Del 31 de agosto al 14 de septiembre de 2025, Coahuila se convertirá en sede de la Búsqueda Nacional en Vida.
Durante dos semanas (primero en La Laguna y luego en Saltillo), familias y colectivos de distintos lugares del país recorrerán espacios que suelen quedar fuera del radar institucional: centros penitenciarios, hospitales psiquiátricos, anexos, prostíbulos y calles donde sobreviven personas en condiciones de abandono y exclusión.
Allí buscarán rostros, voces, huellas… que permitan dar respuesta a una pregunta que no deja de doler: ¿dónde están nuestros desaparecidos?
La búsqueda en vida parte de la convicción de que muchas personas desaparecidas podrían seguir vivas, detenidas con otro nombre, enfermas, desorientadas o imposibilitadas para regresar.
Se trata de una labor sistemática y colectiva que realizan madres, hermanas, hijas y acompañantes, a veces con apoyo estatal, en ocasiones pese a su indiferencia y a menudo en crítica a su omisión.
Las buscadoras recorren físicamente esos espacios, revisan listados en cárceles, entregan fotografías en hospitales y centros de rehabilitación, interrogan en barrios periféricos y zonas marginadas. Además, realizan marchas, celebraciones religiosas y actos públicos que mantienen viva la exigencia de justicia.
La búsqueda es una práctica sostenida por la fuerza ética y política de quienes han transformado el dolor en acción. Desde su inicio en 2017 —precisamente en Coahuila—, esta jornada se ha llevado a cabo en Oaxaca, Veracruz, Morelos, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Nuevo León y Querétaro, en algunos casos en más de una ocasión.
Ha logrado más de 200 posibles identificaciones en centros penitenciarios, al menos 10 en situación de calle y un reencuentro confirmado. En cada edición participan entre 80 y 100 personas, quienes gestionan colectivamente traslados, hospedaje y alimentación, de vez en cuando con apoyo de las autoridades para el ingreso a espacios cerrados.
En un estado como Coahuila, profundamente atravesado por la desaparición, acompañar la búsqueda es una forma de solidaridad activa, de poner en común la responsabilidad de sostener la esperanza y de reconocer que, aunque muchas personas están ausentes, el esfuerzo por localizarlas es un compromiso con la vida misma: con la dignidad de quienes siguen buscando y con la posibilidad de que esos desaparecidos vuelvan a ser parte de nuestras comunidades.
Participar es afirmar que, incluso frente a la pérdida y el vacío, se elige la vida y la memoria como camino para resistir y restaurar.
Desde la Ibero Torreón, a través del Observatorio de Violencias Sociales y Experiencias Comunitarias, reconocemos que estas búsquedas no sólo interpelan a las instituciones (que en algunos casos han brindado acompañamiento), sino que también nos invitan a imaginar formas más humanas y cercanas de construir justicia.
Son prácticas que producen verdad, preservan la memoria y abren caminos desde abajo. Acompañarlas es afirmar que otro mundo es posible.
¡Hasta encontrarles a todes!