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Reportaje

Humo blanco en Roma: del legado de Francisco a la elección de León XIV

En una época marcada por guerras, crisis humanitarias y revoluciones sociales, ha sido elegido consecutivamente el segundo papa americano en la historia del Vaticano: León XIV.

El nuevo papa León XIV bendice a los fieles desde el balcón de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Imagen: EFE/ Alessandro di Meo

El nuevo papa León XIV bendice a los fieles desde el balcón de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Imagen: EFE/ Alessandro di Meo

WALFRÉ VIRGIL CASTRO

El término “papa” proviene del griego pápas, que significa “sacerdote” o “padre”, y a lo largo de los siglos ha adquirido múltiples títulos: sumo pontífice (summus pontifex), patriarca de Occidente, primado de Italia, siervo de los siervos de Dios, entre otros. Todos reflejan su doble dimensión: espiritual y temporal. Mientras encabeza la Iglesia como guía doctrinal y moral, también representa oficialmente a la Santa Sede, la cual posee personalidad jurídica internacional y goza de inmunidad diplomática reconocida por más de 170 países. 

Según la tradición católica, Pedro fue el primer papa, investido por Cristo con el poder de guiar a su Iglesia y con el primado entre los apóstoles. De él proviene la llamada “sucesión apostólica”, un principio que legitima la autoridad del pontífice como heredero espiritual directo del apóstol. 

Sin embargo, no todas las confesiones cristianas comparten esta visión. Iglesias como la ortodoxa reconocen al papa como “primer patriarca”, pero no aceptan su jurisdicción universal. No obstante, la figura papal representa también a la de un jefe de Estado vitalicio: es el líder de la Ciudad del Vaticano, una nación-enclave que cuenta con su propio orden político, militar y económico. 

En el presente, con el pontificado de León XIV, la Iglesia católica reconoce a un total de 267 papas a lo largo de su historia de más de dos mil años. 

MOVIMIENTO INESPERADO EN LA SANTA SEDE 

En febrero de 2013, la Basílica de San Pedro se vio sacudida tras un inesperado, pero muy atinado rayo que alcanzó a golpear la cúpula del recinto. Si bien este evento pudo haber pasado desapercibido como una simple coincidencia de la naturaleza, para muchos resultó una señal divina, ya que horas antes el papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) había anunciado que, tras casi ocho años, dejaba su misión como el sucesor de San Pedro. Argumentó sentirse físicamente incapaz de ejercer el cargo debido a su avanzada edad (85 años en ese entonces), dejando así vacante el puesto de sumo pontífice. 

“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”, declaró en aquella ocasión. 

De esta manera, Benedicto se convertiría en el primer papa en renunciar a la sagrada encomienda en los últimos 600 años, siendo el octavo en dimitir del cargo. 

Rayo en la Basílica de San Pedro el día que Benedicto XVI renunció al puesto. Imagen: Filippo Monteforte
Rayo en la Basílica de San Pedro el día que Benedicto XVI renunció al puesto. Imagen: Filippo Monteforte

Numerosos cuestionamientos surgieron a la salida de Ratzinger. Algunos exponían que una excusa de salud no parecía ser la más indicada para dejar la encomienda sampetrina. Cabe destacar que el papa es el único jefe de Estado vitalicio que existe en el mundo de manera legítima. Esto quiere decir que una vez electo, el pastor máximo de la religión más grande del mundo (con unos estimados 253 millones de fieles) no puede cesar hasta su muerte. 

Es importante detallar el entorno caótico de la Iglesia durante el mandato de Benedicto XVI. Por mencionar algunos ejemplos, en el año 2012 empezaron a filtrarse documentos confidenciales del Vaticano (acontecimiento llamado “Vatileaks”), que exhibían casos de corrupción y conflictos internos que incluían tráfico de influencias y malversación de fondos. 

Esta administración también fue señalada por laxitud en casos de pederastia. Uno de ellos representó un dolor nacional: el sacerdote Marcial Maciel, acusado en varias ocasiones como agresor sexual. Su única penitencia, sin embargo, fue dejar su cargo como jefe de los Legionarios de Cristo, orden católica que fundó. 

Finalmente, cabe mencionar que el “rottweiler de Dios”, como se le apodaba a Benedicto XVI por su firme defensa de la doctrina conservadora y su postura autoritaria en la Iglesia, se oponía férreamente a temas liberales como la aceptación de la homosexualidad o el aborto. 

“…el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo”, mencionó Ratzinger en un discurso durante su visita al Parlamento Federal alemán. 

Pero en ese momento se abría un nuevo panorama, el del siglo XXI, con otras exigencias sociales. Antes de Benedicto XVI, Juan Pablo II había durado en el papado de 1978 a 2005; es decir, casi 30 años en los que la Iglesia no sufrió prácticamente ningún cambio, a pesar de la transición al nuevo milenio, que trajo un sinfín de transformaciones para la humanidad prácticamente de la noche a la mañana. Por ello una administración conservadora no era tan buena opción. 

“La Iglesia necesitaba alguien con mayor energía física y espiritual que pudiera enfrentar los problemas y desafíos de gobernar la Iglesia en este cambiante mundo moderno”, indicó Federico Lombardi, vocero de prensa de Benedicto XVI. 

El papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI. Imagen: AFP/ France Presse
El papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI. Imagen: AFP/ France Presse

UN REVITALIZANTE AIRE PORTEÑO 

Un mes después del anuncio de Benedicto XVI, y luego de trece días de tener vacante la sede papal, el 12 de marzo de 2013 dio inicio el cónclave. Este evento reunió al Colegio Cardenalicio para determinar quién sería el próximo sucesor del apóstol Pedro. Tras dos días y cinco escrutinios, Jorge Mario Bergoglio, un jesuita originario de Buenos Aires, Argentina, fue elegido de manera oficial como el papa, para posteriormente realizar su primer acto: escoger su nombre.  

En reiteradas ocasiones, el ya fallecido Bergoglio comentó que había elegido su nombre papal gracias a un amigo íntimo, el cardenal Cláudio Hummes, quien le dijo: “No te olvides de los pobres”. Dicho esto, el recién electo se decidió por adoptar (por primera vez en la historia) el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, convirtiéndose así en el papa número 266. 

Mientras esto ocurría, Ratzinger no dejó de ser Benedicto, pero su título pasaría al de “papa emérito” y, por su parte, se aislaría en el monasterio Mater Ecclesiae, ubicado en el mismo enclave, donde vivió sus últimos años de vida dedicado a la oración y la contemplación, hasta fallecer en 2022. 

Una vez inaugurado su nombre, Francisco demostró, desde su primera aparición oficial, que llegaba para ser el primero en muchas cuestiones. Se presentó con un simple “buenas tardes”, se inclinó ante los fieles y se dejó ver con una vestimenta blanca conformada por una sotana y una estola sencilla; no cargaba consigo joyas opulentas y eligió algo más austero hasta para el característico anillo de pescador que portan los papas. Además, siempre se negó a que sus fieles besaran esta joya; prefería el apretón de manos. 

FRANCISCO EL PRIMERO 

Francisco fue el primer papa de procedencia americana. Desde el año 741, cuando murió Gregorio III, ningún pontífice había provenido de fuera de Europa. Además, fue el primer papa perteneciente a la Compañía de Jesús, cuyos integrantes son popularmente conocidos como jesuitas. 

Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio bonaerense de Flores. Hijo de inmigrantes italianos, creció en un hogar modesto: su padre, Mario, era contador y ferroviario; su madre, Regina Sivori, se dedicaba a la crianza. Desde joven mostró inclinación por el conocimiento y el servicio. Se diplomó como técnico químico, aunque su vocación religiosa pronto lo llevó a ingresar al seminario diocesano de Villa Devoto. 

Como misionero en Buenos Aires, Argentina. Imagen: CNS Photo/ María Elena Bergoglio
Como misionero en Buenos Aires, Argentina. Imagen: CNS Photo/ María Elena Bergoglio

En 1958 comenzó su noviciado en la Compañía de Jesús. Su formación fue rigurosa y diversa. Estudió humanidades en Chile y, tras regresar a Argentina, obtuvo la licenciatura en Filosofía en el Colegio San José de San Miguel en 1963. Entre 1964 y 1966 ejerció como profesor de literatura y psicología en los colegios jesuitas de Santa Fe y Buenos Aires. Luego, entre 1967 y 1970, cursó teología, también en San José, donde se licenció. Fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969 por el arzobispo Ramón José Castellano. 

En Argentina ocupó diversos cargos: maestro de novicios, profesor, consultor de la provincia jesuita y rector del Colegio San José. Posteriormente viajó a España, donde realizó su tercera probación jesuita en Alcalá de Henares, emitiendo sus votos perpetuos el 22 de abril de 1973. Ese mismo año fue elegido provincial de los jesuitas argentinos, responsabilidad que mantuvo por un sexenio. 

En los años ochenta retomó su labor académica y pastoral. El 20 de mayo de 1992, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires. Fue ordenado como obispo el 27 de junio, adoptando el lema episcopal miserando atque eligendo, que se traduce como “miró con misericordia y eligió”, aludiendo a la mirada piadosa de Jesús. 

En 1997, Bergoglio fue promovido a arzobispo coadjutor, y al año siguiente se convirtió en arzobispo de Buenos Aires. Con este cargo se convirtió en una figura muy influyente, sobre todo durante la crisis económica argentina de 2001. Se destacó por su denuncia constante de la injusticia social y su defensa de los sectores más vulnerables de la población. Su estilo era siempre austero, distante de los privilegios del poder eclesial, pues promovía una Iglesia cercana a los pobres, fraterna, misionera y atenta con los enfermos y necesitados. Durante su participación en el Sínodo de 2001 como relator general adjunto, resaltó el papel profético del obispo como defensor de la justicia. 

En 2001 se le nombró cardenal con el título de San Roberto Belarmino, por lo que fue parte del cónclave de 2005, que eligió a Benedicto XVI, y ocho años después, tras la renuncia de Ratzinger, fue elegido papa. 

Una dimensión menos conocida de Francisco, además de su devota afición al equipo argentino de futbol San Lorenzo de Almagro, fue su estrecha relación con la literatura. Durante su etapa como “maestrillo” jesuita, enseñó esta materia en colegios secundarios. 

En 1965 invitó a Jorge Luis Borges a dictar un seminario sobre Martín Fierro y la literatura gauchesca. De ese encuentro nació una amistad entre el joven jesuita y el célebre escritor. Borges lo describió como “un buen lector, sensato, inteligente y con dudas, como yo”, revelando una afinidad inusual en los círculos clericales de la época. Testigos recuerdan los diálogos entre ambos, donde se hablaba de filosofía, religión, literatura y política. 

Jorge Mario Bergoglio lavando los pies de residentes de un refugio para personas con drogadicción en Buenos Aires, Argentina, 2008. Imagen: Reuters/ Enrique García Medina
Jorge Mario Bergoglio lavando los pies de residentes de un refugio para personas con drogadicción en Buenos Aires, Argentina, 2008. Imagen: Reuters/ Enrique García Medina

Entre las lecturas favoritas de Francisco estaban Notas del subsuelo de Dostoievski, La divina comedia de Dante y Los novios de Manzoni; esta última novela asociada a su infancia por su abuela. Admiraba a Hölderlin y citaba con frecuencia su poema “Patmos”, especialmente la línea: “Para que el hombre mantenga lo que juró de niño”, que consideraba un exhorto a la Iglesia para reencontrar su esencia. Su amor por Borges lo llevó incluso a memorizar y recitar poemas como “El Golem”. 

Para él, la literatura no era adorno, sino camino. Decía que un buen libro deja una huella, una inquietud, una pregunta. Leer, según Francisco, es una forma de encuentro: con uno mismo, con el otro, con Dios. 

UN PAPA REFORMISTA 

Francisco se perfiló como un pontífice reformista, distinto en fondo y forma a su antecesor Benedicto XVI. Si el papa emérito representaba una visión conservadora, Francisco asumió el liderazgo de la Iglesia católica con una vocación de apertura, misericordia y reforma tanto estructural como pastoral. 

Una de las características más notables de su pontificado fue su actitud inclusiva y compasiva hacia la comunidad LGBTQ+. En Brasil, durante su primer viaje apostólico, sorprendió al mundo con una frase que se convirtió en símbolo de su pensamiento: “Si una persona de tendencia homosexual es honesta y busca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Más tarde, pidió a los padres de hijos homosexuales que no los expulsaran de casa y criticó públicamente a los países que criminalizan esta orientación sexual, incluso con pena de muerte. Para Francisco, la Iglesia debía ser un espacio para todos: 

“Esta es una Iglesia de pecadores, la Iglesia de santos no sé dónde está, acá todos somos pecadores. ¿Quién soy yo para juzgar a una persona si tiene buena voluntad, no?... Jesús ama a todos”, expresó en una entrevista con Infobae

Esa apertura también se reflejó en su postura sobre los divorciados vueltos a casar: rechazaba que se les negara la comunión. Bajo su liderazgo, la eucaristía dejó de verse como un premio para los perfectos y se convirtió en una medicina para los imperfectos. 

Además de ser el primer papa jesuita y latinoamericano, fue también el primero en vivir fuera del Palacio Apostólico y en visitar países jamás tocados anteriormente por un pontífice, como Irak, Papúa Nueva Guinea o Bangui, donde abrió la Puerta Santa del Jubileo. Además, fue el primero en firmar una Declaración de Fraternidad con una autoridad islámica y en lanzar un sínodo en el que participó directamente la comunidad judía. 

Las flores que el papa Francisco lanzó al mar en Lampedusa, en honor a los migrantes. Imagen: Vatican News
Las flores que el papa Francisco lanzó al mar en Lampedusa, en honor a los migrantes. Imagen: Vatican News

Realizó 47 viajes apostólicos —uno de ellos a México, en 2016—. En 2024, con 87 años, llevó a cabo su travesía más larga, visitando Indonesia, Timor Oriental y Singapur, abordando temas clave como el diálogo interreligioso, la ecología y la reconciliación. 

El pontificado de Francisco estuvo guiado por una profunda cercanía pastoral, reflejada en gestos como visitar a los empleados del Vaticano, celebrar Jueves Santos en cárceles o llamar por teléfono a personas anónimas. 

Denunció la crisis migratoria mundial desde el primer día. Su primer viaje fue a la isla Lampedusa, donde arrojó flores al mar por los migrantes fallecidos. Años después, repitió gestos similares en Lesbos. También pidió perdón en Canadá por los abusos cometidos contra indígenas por parte de instituciones católicas y realizó un retiro espiritual con los líderes de Sudán del Sur, a quienes besó los pies como súplica por la paz. 

Una de sus intervenciones diplomáticas más relevantes fue facilitar el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos en 2015, por lo que recbió agradecimientos públicos del entonces presidente norteamericano Barack Obama. En esa misma visita, se reunió con el cirilo de Moscú para sellar un compromiso ecuménico. Este impulso al diálogo interreligioso alcanzó su cumbre en 2019 en Abu Dabi, Emiratos Árabes, con la firma del Documento sobre la Fraternidad Humana junto al gran imán de Al-Azhar. 

En cuanto al rol de la mujer, Francisco dio pasos significativos dentro de la Iglesia católica, aunque para algunos todavía tímidos. Confió funciones de responsabilidad a varias mujeres, como el caso de la hermana Raffaella Petrini, nombrada secretaria general de Gobernación del Vaticano. Asimismo permitió que religiosas y teólogas participaran y votaran en el Sínodo sobre la Sinodalidad y creó comisiones para estudiar el diaconado femenino. El papa reconocía constantemente el “genio femenino” y reiteraba que “la Iglesia es mujer”. 

También buscó el diálogo con China, logrando un acuerdo provisional para el nombramiento de obispos, firmado en 2019 y renovado varias veces, como intento de reconciliación con un pueblo al que siempre deseó visitar. Este esfuerzo, aunque polémico, fue parte de su política de tender puentes donde antes había muros. 

Francisco gobernó en tiempos difíciles: una pandemia, escándalos de abusos en la Iglesia, guerras como la de Ucrania-Rusia o la crisis en Medio Oriente. Pero no dejó de condenar la violencia: “Toda guerra es una derrota”, afirmaba reiteradamente. En ese tiempo elevó más de 300 llamados a la paz, incluso cuando su voz le fallaba. 

El papa Francisco besando los pies a líderes de Sudán del Sur como un gesto de reconciliación y paz. Imagen: Asociated Press
El papa Francisco besando los pies a líderes de Sudán del Sur como un gesto de reconciliación y paz. Imagen: Asociated Press

“…recordemos también al Líbano, donde hace cincuenta años comenzó una trágica guerra civil. Que con la ayuda de Dios pueda vivir en paz y prosperidad. Que llegue por fin la paz a la martirizada Ucrania, a Palestina, Israel, la República Democrática del Congo, Myanmar, Sudán del Sur…”, oró en el Ángelus del Domingo de Ramos de este año.

DECESO Y PROCESIÓN 

“El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoraciones especiales y con la única inscripción: Franciscus”, reza el testamento del papa Francisco. 

Tras un ingreso hospitalario el 4 de julio de 2021, que duró diez días, para una intervención quirúrgica en el Policlínico Agostino Gemelli, Francisco volvió a ser hospitalizado el 14 de febrero de 2025 debido a una neumonía bilateral. Permaneció allí durante 38 jornadas, tras lo cual regresó al Vaticano, donde pasó sus últimas semanas en la Casa Santa Marta. 

Aunque no del todo recuperado, continuó ejerciendo con pasión su ministerio hasta el final. El pasado 20 de abril, Domingo de Pascua, se asomó por última vez a la logia central de la Basílica de San Pedro para impartir la bendición urbi et orbi. Antes de esa última aparición pública, debilitado pero resuelto, le preguntó a su enfermero personal, Massimiliano Strappetti: “¿Crees que puedo hacerlo?”. Strappetti, quien más lo había cuidado en sus últimos años, lo acompañó hasta el balcón. Esa misma tarde, el papa cenó y descansó tranquilamente. A las 5:30 de la mañana siguiente aparecieron los síntomas de un derrame cerebral, seguido de insuficiencia cardíaca. Poco después, saludó con la mano a su enfermero y cayó en coma. 

“No sufrió, todo fue rápido”, dijeron los presentes. Sus últimas palabras, dirigidas a Strappetti, fueron: “Gracias por haberme vuelto a llevar a la Plaza”. 

En cumplimiento de las disposiciones expresadas por el propio Francisco antes de su muerte, se llevó a cabo un funeral marcado por la austeridad. Su cuerpo fue colocado directamente en un ataúd sencillo de ciprés, omitiendo los tradicionales ataúdes de plomo y roble. También se eliminó el uso de catafalco y se simplificó todo el ceremonial funerario, siguiendo el modelo reservado para los obispos. 

A diferencia de la tradición papal, no hubo exposición en el Palacio Apostólico; en su lugar, se instaló una capilla ardiente en la Basílica de San Pedro. El traslado de sus restos por las calles de Roma se realizó en una Dodge Ram 1500 blanca, un vehículo con motor V8 que el papa utilizó durante su única visita a México en 2016 y que fue un regalo del pueblo mexicano al Vaticano. 

Francisco durante la bendición urbi et orbi tras la misa del Domingo de Resurrección en la plaza de San Pedro, un día antes de su fallecimiento. Imagen: EFE/ Angelo Carconi
Francisco durante la bendición urbi et orbi tras la misa del Domingo de Resurrección en la plaza de San Pedro, un día antes de su fallecimiento. Imagen: EFE/ Angelo Carconi

De acuerdo con su voluntad final, Francisco fue sepultado en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, en un lugar preparado con antelación. Eligió este sitio movido por su profunda devoción a la Virgen bajo la advocación de la Madonna Salus Populi Romani, símbolo de consuelo y protección, ante el cual oró tantas veces a lo largo de su pontificado. 

“Que el Señor dé la merecida recompensa a quienes me han querido y seguirán rezando por mí”, expresó en su testamento. 

CÓNCLAVE 

¿Quién será el próximo papa? Es una pregunta que resuena cada vez que el trono de San Pedro queda vacante. A simple vista, el cónclave podría parecer un acto de espiritualidad pura, un retiro de fe donde los cardenales se aíslan del mundo para, liberados de presiones externas, designar al próximo sumo pontífice. Sin embargo, la multipremiada película Cónclave (2024), dirigida por Edward Berger, mostró con intensidad cinematográfica el drama que puede ocultarse detrás de los muros del Vaticano: intrigas, tensiones y posibles traiciones. Fue tal el impacto de la cinta, que muchos esperaban un desenlace similar en la vida real. Pero la realidad, como siempre, fue otra: hermética, simbólica y de silencio sepulcral. 

En una época dominada por la inmediatez, donde todo se comenta en tiempo real, la Iglesia sigue confiando en una vieja chimenea para anunciar su decisión más trascendental. No hay efectos digitales ni pantallas de conteo regresivo. Hay silencio. Hay espera. El congreso comenzó el 7 de mayo a las 17:46. Poco después de tres horas, a las 21:00, la fumata negra confirmó que todavía no habría papa. 

Aunque algunos percibieron demora, el proceso siguió según lo previsto. Multitudes esperaron con ansias en la plaza de San Pedro, testigos de una elección cargada de fe y expectativa. 

El jueves 8 de mayo, tras una jornada prolongada de deliberaciones, la chimenea de la Capilla Sixtina liberó finalmente el humo blanco. Había sido elegido un nuevo papa. Uno de los 133 cardenales reunidos en el cónclave alcanzó los dos tercios de los votos necesarios. 

Minutos después, el cardenal Dominique Mamberti apareció en el balcón central de la Basílica de San Pedro y pronunció las palabras esperadas por millones: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!” (Les anuncio una gran alegría: ¡tenemos Papa!).

El recién electo pontífice León XIV frente a los cardenales durante el cónclave celebrado en la Capilla Sixtina, en el Vaticano, el 8 de mayo de 2025. Imagen: Vatican News
El recién electo pontífice León XIV frente a los cardenales durante el cónclave celebrado en la Capilla Sixtina, en el Vaticano, el 8 de mayo de 2025. Imagen: Vatican News

LEÓN XIV 

A las 19:22 horas, las cortinas rojas de la Logia de las Bendiciones se abrieron y el clamor de miles de voces estalló en la plaza de San Pedro. De los ventanales aledaños al balcón emergieron los más de cien cardenales que participaron en el cónclave, hasta que, finalmente, apareció el nuevo pontífice. 

El cardenal Robert Francis Prevost fue presentado al mundo como León XIV. Su rostro transmitía conmoción, la de quien sabe el peso que ahora lleva sobre los hombros. Ataviado con las nuevas vestiduras pontificias, saludó con voz firme: “¡La paz esté con todos ustedes!”. 

La plaza, abarrotada de fieles, respondió con gritos de “¡Viva el Papa!” y “¡León, León!”. Su Santidad evocó la voz del papa Francisco en su última Pascua: “Permítanme dar continuidad a esa misma bendición”. Habló de una paz desarmada y desarmante, de un Dios que ama sin condiciones y de la urgencia de caminar sin miedo, tomados de la mano de Cristo, para construir puentes, y no muros. 

Posteriormente dirigió, en un sorpresivo español inteligible, un saludo especial a la diócesis de Chiclayo, en Perú, recordando la fe de su pueblo y el cariño recibido del lugar al que ha pertenecido por vocación durante años.

Prevost se convirtió en el primer papa agustino de la historia y algo muy significativo es que, al igual que Francisco, es de origen americano, aunque de Estados Unidos. 

Nació el 14 de septiembre de 1955 en Chicago, Illinois, en una familia de raíces diversas: francesas, italianas y españolas. Inició su camino espiritual con los Padres Agustinos, licenciándose en Matemáticas y Filosofía en la Universidad de Villanova. 

Ingresó al noviciado en 1977 y emitió sus votos solemnes en 1981. Fue ordenado sacerdote en Roma, en 1982, y se licenció en Derecho Canónico en la Universidad Santo Tomás de Aquino. 

Desde sus primeros años como religioso mostró una profunda vocación misionera: fue enviado a Perú, donde desarrolló una intensa labor pastoral y formativa en zonas pobres como Trujillo y Piura. Durante más de una década sirvió en la arquidiócesis de Trujillo como prior, vicario judicial, docente y párroco. 

Robert Francis Prevost participa en las celebraciones de la Diócesis de Chiclayo. Imagen: DPA vía Europa Press
Robert Francis Prevost participa en las celebraciones de la Diócesis de Chiclayo. Imagen: DPA vía Europa Press

Su compromiso lo llevó a ser elegido prior provincial en Chicago y luego prior general de la orden de San Agustín. Francisco lo llamó a Roma en 2023 como prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. Fue creado cardenal ese mismo año. 

Prevost posee una sólida formación académica, una vasta experiencia pastoral en América Latina y una sensibilidad sinodal forjada en los procesos del Sínodo de los Obispos. 

UN MAYOR ACERCAMIENTO 

Hace más de quince años, cuando aún era padre general de la Orden de San Agustín, Prevost visitó  Ramos Arizpe, Coahuila, como parte de una gira pastoral por las parroquias agustinas de México. 

En esa ocasión, convivió con la comunidad de la parroquia San Nicolás de Tolentino, donde su cercanía y carisma dejaron una profunda impresión. El padre Francisco Peña, entonces párroco y amigo cercano del hoy pontífice, recuerda aquella visita como un ejemplo claro del liderazgo pastoral y humano que siempre ha caracterizado a León XIV. Lo describe como un hombre sencillo, profundamente comprometido con la justicia, la verdad y las causas sociales. Para Peña, su elección como papa representa una esperanza renovada para la Iglesia, una figura espiritual firme y cercana en tiempos de grandes desafíos. 

Por su parte, el padre Roberto Velázquez Tetatzin, quien conoció a Robert Francis en su etapa de formación, también atestigua su sencillez, humildad y capacidad de escucha. Participó en reuniones en México encabezadas por él, incluyendo un encuentro en Tlalnepantla, donde compartieron diálogo y fraternidad. 

Ambos sacerdotes coinciden en que el paso de Prevost por tierras coahuilenses sembró una semilla de fe que hoy florece en lo más alto del Vaticano. 

TRAS LA ELECCIÓN 

El nuevo papa asumirá el timón en un momento de intensas turbulencias sociales, políticas y religiosas. En Ucrania continúa una guerra que ha dejado más de medio millón de muertos y millones de desplazados desde 2022. En Sudán, la guerra civil entra a su tercer año. Mientras tanto, las tensiones entre India y Pakistán escalaron tras el derribo de cinco aviones de combate indios. 

Prevost a lomos de un caballo como obispo de Chiclayo, en Perú. Imagen: Iglesia de Chiclayo
Prevost a lomos de un caballo como obispo de Chiclayo, en Perú. Imagen: Iglesia de Chiclayo

Frente a este escenario, León XIV ha manifestado su deseo de mantener una Iglesia abierta al mundo. Ha sido particularmente crítico con la política migratoria de Donald Trump, quien impulsa una campaña de deportaciones masivas en Estados Unidos. En el plano latinoamericano, su nombramiento fue recibido con frialdad por el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua. Prevost había expresado críticas contundentes hacia la represión religiosa en ese país, particularmente tras la persecución de obispos y el cierre de parroquias en los años recientes. 

Internamente, el pontífice enfrenta retos complejos. La crisis por los abusos sexuales en la Iglesia sigue abierta, pese a los avances que hubo bajo el mandato de Francisco. León XIV deberá decidir si se dará un paso hacia la denuncia obligatoria de estos crímenes ante tribunales civiles, una demanda de víctimas y organizaciones internacionales. 

“Debemos buscar juntos cómo ser Iglesia, una Iglesia que construye puentes de diálogo; siempre abierta a recibir, como esta plaza, con los brazos abiertos a todos aquellos que necesitan de nuestra caridad, de nuestra presencia, de diálogo y amor”, expresó León XIV en su primer discurso como papa. 

Su capacidad de tender puentes en un contexto global de polarización, conflictos armados y pérdida de fe institucional será puesta a prueba desde el primer día de su pontificado.

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