
Historia mínima del tequila
Apasionado de Tequila y del tequila he visitado muchas veces esa población jalisciense y en todas, quizá, fastidié a mis acompañantes porque me detenía en cada mosaico de los incrustados en muros y paredes para leerlo, releerlo y tomarle fotos porque me ofrecía detalles de la ciudad y su famosa bebida. Ahora tengo en mi biblioteca el pequeño gran libro titulado sencillamente El tequila, de José M. Muriá, publicado por El Colegio de México. Allí encuentro anécdotas, etimologías, cronología, estadísticas, geografía, humorismo.
El autor José M. Muriá es miembro de la Academia Mexicana de la Historia, investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores y su trabajo intelectual ha tenido como objetos la historia de Jalisco, el origen de la charrería y el tequila. Su libro tiene el añejo antecedente de un texto que escribió y se perdió en la alta burocracia nacional. Su interés en el tequila lo combinó también con la práctica temprana y mesurada de su ingesta y, notablemente, con la promoción del licor por los ámbitos donde se movía.
Las páginas de El tequila ilustran sobre el Agave tequilana weber azul, su famoso destilado y su origen con una prosa salpicada de humorismo. Por ejemplo, cuando comenta: “Se dice que en Jalisco los daños de la enfermedad [influenza española] fueron relativamente menores porque hubo médicos y también profanos que recomendaban un intenso tratamiento a base de tequila, limón y sal que, si bien no la curaba realmente, al menos mantenía más contentos tanto a los pacientes como a los fabricantes y a los comerciantes de la dicha bebida.”
Otras referencias a la salud también parecen humorísticas. La Gazeta de México decía en 1812: “El vino mezcal puro [el tequila] tiene la virtud de curar enfermedades, como lo han experimentado los habitantes de los lugares en que ha sido permitido […] facilita suavemente el menstruo de las mujeres hasta ponerlo en estado de abundancia, según conviene, y quita el dolor de la ijada, tomándolo tibio cuando amenaza. Destruye las lombrices e impide que se engendren estos y otros insectos. Es eficaz para quitar los dolores de las parturientas. Para experimentar estos efectos conviene que el mezcal sea puro […]”.
Hacia finales del siglo XIX un sabio jalisciense escribió que el tequila era capaz de: “Despertar el natural apetito de los alimentos […] favorecer las digestiones difíciles, tonificar las funciones gástricas, hacer que cicatricen rápidamente las heridas poco profundas […] calmar el dolor y evitar en lo general la inflamación consiguiente a las torceduras […] vigorizar las funciones debilitadas por la edad, calmar la sed ocasionada por la insolación […] calmar la ingrata sensación del hambre […] levantar las fuerzas agotadas por un trabajo excesivo, avivar la inteligencia, ahuyentar el fastidio y procurar ilusiones agradables.”
Ya en nuestro tiempo, dice el autor Manuel M. Muriá, “ganó adeptos para nuestra bebida el hecho de que empezara a saberse que es benéfica para quienes padecen problemas cardiovasculares, o para aquellos a quienes su dura vida citadina les haya acarreado problemas con el colesterol malo y los malvados triglicéridos.”
En otro tema, conviene aclarar que “el sitio donde nació en realidad el famoso aguardiente” no es Tequila, sino su vecino Amatitán. El libro lo dice de una u otra forma. El año de su nacimiento podría considerarse 1575, según comentario del cronista Francisco Cervantes de Salazar. Así, la bebida viene cumpliendo 450.
Me fui un tanto por el lado chusco que cultiva la obra de Manuel M. Muriá, pero es una historia completa. El tequila es un libro de rico contenido, interesante e inteligente y un acierto su publicación por El Colegio de México. Aprovecho los últimos espacios para agradecerle al autor el obsequio del volumen y su autógrafo.