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Hipermasculinidad en círculos delictivos

Dentro de una cultura donde todo lo asociado a lo femenino se percibe como inferior, los varones pueden asumir, desde temprana edad, conductas distorsionadas sobre lo que significa ser un hombre; por ejemplo, ser frío, cruel y violento.

Foto: Unsplash/ Strvnge Films

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SILVESTRE FAYA

La personalidad hipermasculina o machista se describe como la exageración de comportamientos atribuidos a la masculinidad, donde la crueldad se manifiesta hacia hombres, mujeres y niños. Quienes la presentan basan su conducta en la creencia de que la agresividad es característica de los hombres; en cambio, la sensibilidad o vulnerabilidad emocional la perciben propia de las mujeres, a quienes ven como inferiores, frágiles y manipulables. 

Tomar riesgos también se considera un rasgo destacado de masculinidad, contrario a la mesura y la serenidad, que son características catalogadas como afeminadas. Para el macho, las acciones arriesgadas, impetuosas y dominantes son excitantes. Además su relación con las mujeres se finca en la cosificación, mientras que con los hombres se basa en el sometimiento. EL 

EMBRIÓN DE LA VIOLENCIA MACHISTA 

No se nace siendo violento ni rechazando el papel que las mujeres pueden desempeñar en el mundo. Esta tendencia de mirar de arriba abajo al género femenino es culturalmente aprendida, primero, a través de la formación de valores y antivalores en el hogar. Ahí se deberían aprender conductas que propicien y regulen la sana convivencia entre los integrantes de una  sociedad. Sin embargo, los niños pueden desarrollarse en un verdadero infierno de violencia manifiesta o encubierta hacia cada miembro de la familia. 

Las heridas de la infancia, situaciones traumáticas, sentimientos de inferioridad y otras experiencias de vida pueden reorganizar la personalidad y transformar a un varón de cualquier edad en un hombre intolerante, acorazado y feroz. 

Dentro de los roles de género existen distinciones claras entre las libertades que en su mayoría tienen los varones en comparación con las mujeres, a quienes (al menos en los países latinoamericanos) todavía se les suele educar para servir a sus hermanos y a su padre, conduciéndose modesta y sumisamente para recibir a cambio elogios dentro del clan familiar. 

Muchas familias luchan para romper estos moldes culturales, pero aun así el entorno social marca la definición de éxito y determina lo que es objeto de aceptación o reconocimiento público. Aquí es el crisol donde los valores influyen en la forma en que se perciben las normas sociales y las leyes. 

Las clasificaciones entre adinerados y pobres, hermosos y feos, inteligentes y estúpidos, como si todo fuera blanco o negro, crean un criterio muy limitado para distinguir lo correcto de lo incorrecto. Foto: Unsplash/ Marlon Alves
Las clasificaciones entre adinerados y pobres, hermosos y feos, inteligentes y estúpidos, como si todo fuera blanco o negro, crean un criterio muy limitado para distinguir lo correcto de lo incorrecto. Foto: Unsplash/ Marlon Alves

Las clasificaciones entre adinerados y pobres, pobres y miserables, hermosos y feos, inteligentes y estúpidos, como si todo fuera blanco o negro, crean un criterio muy limitado para distinguir lo correcto de lo incorrecto. Ese juicio distorsionado termina por sustituir lo ético o moral por lo conveniente, sin importar lo que los demás sientan o piensen. Se privilegia la decisión propia, arrebatada, pero provechosa, sacrificando los bienes materiales o físicos del otro. Este es el embrión de futuras conductas violentas asociadas al concepto de hipermasculinidad. 

JUVENTUD EN DESARROLLO 

En este caldo de cultivo, niños y adolescentes navegan a la deriva en situaciones de riesgo cuando no cuentan con un entorno favorable para que aprendan y ejerzan ciertos valores. 

En muchos casos, los jóvenes no provienen de familias señaladas como propiciadoras del delito; muchos son de un origen donde los padres intentaron promover en ellos una moral aceptable. ¿Qué pasa entonces? ¿Cómo se crean las condiciones para apreciar la realidad a través del filtro de la hipermasculinidad? 

El psicólogo Erik Erikson propuso en su teoría de la personalidad que los adolescentes, entre los doce y hasta los veinte años de edad, atraviesan por una etapa a la que denominó “identidad vs confusión del rol”. Se refiere al proceso de maduración psicológica durante el cual consolidan sus valores y su percepción de identidad. 

Es en esta etapa donde muchos adolescentes asumen códigos morales desviados o propios de grupos delictivos; ya sea por sentir admiración hacia ellos, al ser sometidos mediante reclutamiento o amenazas, por anhelo de poder o debido a un desmesurado deseo de reconocimiento por sus iguales. 

En estos casos, el entorno donde se desenvuelven mantiene una dinámica de adoctrinamiento que rechaza la manifestación de emociones como empatía, tristeza o miedo, a las que califican como muestras de debilidad. 

Aquel que ose buscar acuerdos mediante el diálogo y la negociación es visto como afeminado y, en muchas ocasiones, es golpeado (o hasta asesinado) frente a sus compañeros como un ejemplo de lo que le ocurre a los “cobardes”. Se le exige aceptar la violencia como un signo de valor ante sí mismo y los demás. 

Es en la adolescencia donde se asumen códigos morales desviados o propios de grupos delictivos; ya sea por sentir admiración hacia ellos, al ser sometidos mediante reclutamiento o amenazas, por anhelo de poder. Foto: Unsplash/Jimmy Jimenez
Es en la adolescencia donde se asumen códigos morales desviados o propios de grupos delictivos; ya sea por sentir admiración hacia ellos, al ser sometidos mediante reclutamiento o amenazas, por anhelo de poder. Foto: Unsplash/Jimmy Jimenez

MADUREZ VIOLENTA 

Nadie promueve mejor el modelo de narcocultura que los medios de comunicación masiva, seguidos de la comunicación boca a boca. A diario se emiten mensajes visuales o auditivos que tanto enaltecen como denigran las acciones cometidas por estos grupos criminales. De este modo, la cultura de la violencia es promovida deliberada o incidentalmente. 

La cuestión es la vulnerabilidad del receptor de estos mensajes, que puede llegar a concluir que este modelo de vida intenso, aunque breve (pues se tiene la consciencia de morir a temprana edad), es mejor que vivir con carencias materiales. 

Una vez que el individuo asume ese ideal, se trastoca su forma de pensar y sentir, de relacionarse consigo mismo y con los otros. Se adhiere entonces a un código interno grupal cuyo objetivo es construir una fidelidad a toda prueba, siendo el exterminio el resultado de la confrontación o la deslealtad. 

Quien alcanza notoriedad y destaca sobre sus iguales, se convierte en un modelo a seguir. Los signos de su poder disipan cualquier duda sobre su bienestar y el éxito alcanzado. La adquisición de armas de grueso calibre, la compra de joyería ostentosa, el acompañamiento de mujeres jóvenes y con frecuencia esculturales, así como el mostrarse frío y violento, son formas de mantener el estatus y demostrar virilidad. 

LA PARADOJA 

Pero no todo aquel que sigue un patrón de conducta hipermasculino necesariamente se identifica plenamente con él. Detrás de esa fachada puede esconder una masculinidad frágil, disfrazándose como un hombre duro y sin sentimientos para imponer en los demás un respeto que no siente por sí mismo. 

Sin embargo, en el momento en que sus compañeros perciben la farsa, su situación terminará mal. No se puede estar en medio de dos ríos en esta forma de vida; se asume lo efímero de la existencia y se aceptan las consecuencias. 

Es importante mencionar que nada de lo anterior podría suceder sin la acción de liderazgo de una persona con rasgos psicopáticos. Es decir, carente de un código moral, ausente de sentimientos, incapaz de empatizar y con una habilidad sobresaliente para manipular a los demás y obtener de ellos cualquier cosa que le represente placer. 

Esta es la actividad determinante del líder a quien sigue dócilmente la manada: construir un código rígido que encauce los deseos y anhelos más íntimos de su grupo para que se apegue fielmente a sus enseñanzas y órdenes.

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Escrito en: Silvestre Faya hipermasculinidad

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