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'Francisco Toledo. Grabador de enigmas': homenaje a la obra gráfica del maestro oaxaqueño

A lo largo de una longeva colaboración con Galería Arvil, el artista realizó varias series de grabados que, en memoria de su legado a cinco años de su muerte, fueron exhibidas en el Centro de Artes de San Agustín y luego en el Museo del Estanquillo.

De la serie Toledo-Guchachi. Foto: Cortesía de Galería Arvil

De la serie Toledo-Guchachi. Foto: Cortesía de Galería Arvil

ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

A mediados de la década de los sesenta, la Galería Arvil —en ese entonces una librería especializada en tomos de arte y música— recibió por primera vez a quien se convertiría en uno de los artistas mexicanos más relevantes de la historia. En aquella ocasión entró directamente, sin decir palabra, a inspeccionar algunos de los libros. El evidente interés del joven de huaraches y pelo largo por el arte llamó la atención de Armando Colina, uno de los fundadores —junto con Víctor Acuña— de ese espacio ubicado en la Zona Rosa de Ciudad de México. Sin embargo, no cruzaron palabra porque, así como llegó el visitante, de forma intempestiva, se fue. 

Días después, el pintor Roberto Donís le mostraría a su amigo Colina varias obras de un tal Francisco Toledo. “Me asombraron, yo nunca había visto nada así”, confiesa el promotor cultural al otro lado de la línea telefónica. Si compró solo una pieza fue porque no tenía dinero para más. 

Pasados unos días, Donís volvió con una propuesta: “Dice mi amigo (Toledo) que te hace retratos si le das libros de arte”. Colina aceptó y, cuando se reunieron para negociar los detalles del intercambio, descubrió que se trataba del joven de huaraches y pelo largo. A partir de entonces nacería una entrañable y duradera amistad de la que surgieron numerosos proyectos artísticos. Comenzaron, por supuesto, con los retratos prometidos, que se exhibieron por primera vez al público este año en la exposición Toledo. Grabador de enigmas, en el Museo del Estanquillo, en el centro histórico de la capital. 

Uno de ellos representa el exterior de Colina, su energía, y el otro su interior, su nahual. 

“Él me explicó que cuando un niño nace en los pueblos (de Oaxaca, donde creció), se limpia el frente de la casa y al día siguiente ven qué animal pasó. Las huellas del animal son el alma del bebé. Es su alma animal, el nahual”. 

Retrato de Armando Colina (Nahual). Foto: Museo del Estanquillo
Retrato de Armando Colina (Nahual). Foto: Museo del Estanquillo

Además de estos dos retratos íntimos, la exhibición reunió cinco carpetas de obra gráfica que el artista hizo en colaboración con Galería Arvil: Toledo-Sahagún (1974), que contiene ocho grabados; Toledo-Chilam Balam (1975), conformada por tres textos y ocho aguatintas en color; Toledo-Guchachi (1976), compuesta por 15 grabados dentro del libro y ocho en gran formato; Trece maneras de mirar un mirlo (1981), una serie de aguafuertes monocromáticos que se presentó en formato digital, y Nuevo catecismo para indios remisos (1982), quizá el conjunto más exceptional de la muestra al tratarse de placas poblanas y tlaxcaltecas de los siglos XVIII y XIX, intervenidas por el artista con grabados y acompañadas por los únicos textos de ficción escritos por el célebre cronista Carlos Monsiváis. 

Todas ellas reflejan el interés del oaxaqueño por la naturaleza, la historia precolombina y la cosmogonía de las culturas indígenas, sin dejar de lado la innovación y flexibilidad estéticas que siempre lo caracterizaron: tomó inspiración tanto del arte mesoamericano como de las vanguardias europeas, y trabajó todo tipo de técnicas sin desmerecer las capacidades expresivas de ninguna de ellas, desde la cerámica y el textil hasta el fresco y la escultura o, en este caso, el arte gráfico. 

LAS CARPETAS 

Arvil Gráfico es una rama de la galería que se dedicó a apoyar la realización de arte gráfico, dejando un gran legado en la producción de maestros como Francisco Toledo, con quien realizó los siguientes proyectos: 

Toledo-Sahagún. Cada grabado de esta serie reinterpreta algún pasaje del libro Historia general de las cosas de la Nueva España (1540-1585), del misionero franciscano Bernardino de Sahagún, quien, durante la Conquista, ayudó en la reconstrucción de la historia del México precolombino con sus textos en náhuatl y castellano. Este volumen es un registro de las conversaciones y entrevistas que el evangelizador tuvo con indígenas de la élite mexica en Tlatelolco, Texcoco de Mora y Tenochtitlan, plasmando en papel los relatos que antes pertenecían exclusivamente a la tradición oral. De aquí, Toledo ilustró elementos de las culturas del altiplano central como los llamados “agüeros”, es decir, pronósticos que las comunidades hacían basándose en el avistamiento y comportamiento de los animales a su alrededor. 

De la serie 'Toledo-Sahagún'. Foto: Cortesía de Galería Arvil
De la serie "Toledo-Sahagún". Foto: Cortesía de Galería Arvil

Toledo-Chilam Balam. El artista toma como punto de partida el Chilam-Balam, un conjunto de libros mayas que relatan hechos históricos, tradiciones y conocimientos pertenecientes a distintos pueblos de esta cultura, incluyendo su concepción del tiempo y prácticas medicinales. Se cree que parte de estos escritos está perdida y solamente quedan los que se produjeron durante la Conquista, probablemente redactados por indígenas ayudantes de los frailes evangelizadores. 

Toledo-Guchachi. Este vocablo significa “iguana” en zapoteco, pueblo originario de Oaxaca, donde dicho animal se asocia con la fecundidad y la enseñanza, y también se considera un tona (espíritu) que guía a las personas. La serie de grabados ilustra un conjunto de textos que la poeta Elisa Ramírez seleccionó acerca de esta concepción sagrada del reptil. Además, “a Toledo su papá le decía ‘guchachi’ porque tenía las muñecas muy delgadas como las iguanas”, explica Colina, al tiempo que revela que la conclusión de la carpeta tomó alrededor de dos años debido a la dificultad de imprimir sobre papel francés —donde previamente se habían plasmado los textos con serigrafía—, particularmente en gran formato. “Pero lo más complejo quizá fue que los textos de la carpeta, el maestro Toledo sugirió que los cubriéramos con piel de iguana y fue un drama porque la iguana (en Oaxaca) se come en chicharrón, entonces nadie quería venderle la piel. Hay cosas que nadie sabe, y ya cuando ven esto no tienen idea de la complejidad”. 

Nuevo catecismo para indios remisos. Una serie de eventos afortunados se sucedieron para dar vida a esta obra única en la trayectoria del artista. Todo comenzó cuando un anticuario ofreció en venta a la Galería Arvil un grupo de 75 placas metálicas originales provenientes de varias capillas de la sierra de Puebla y Tlaxcala. Las piezas fueron adquiridas y limpiadas por la grabadora Nunik Sauret, revelando así su buen estado y belleza, pero también su potencial. “Cuando vimos el conjunto, nos pareció fabuloso, y se lo mostramos al maestro Toledo, y él dijo: ‘Yo quiero intervenir’, y terminó nueve placas. Y cuando lo vio Monsiváis, dijo: ‘yo escribo el texto’. Lo extraordinario de esto es que el texto de Monsiváis es la única parte literaria de ficción que hizo, porque él era cronista”. El resultado de esta colaboración fue una fina sátira sobre la retórica evangelizadora colonial, con líneas como: “‘¿Cómo es posible?’, se preguntaba. ‘Yo, el Teólogo de avanzada, hago a pesar mío milagros fuera de época. Di un discurso en la Universidad sobre Evangelio y fisión nuclear, y en la primera lección oscureció a mediodía y llovieron del cielo focas y jirafas’”, acompañadas, por supuesto, con imágenes religiosas donde hacen aparición criaturas del imaginario del artista oaxaqueño.

De la serie 'Nuevo catecismo para indios remisos'. Foto: Cortesía de Galería Arvil
De la serie "Nuevo catecismo para indios remisos". Foto: Cortesía de Galería Arvil

13 maneras de mirar un mirlo. Es el título de un poema de Wallace Stevens en el que los versos, divididos en trece secciones, muestran distintas perspectivas de un mismo sujeto, el mirlo, lo que remite a la subjetividad de la realidad, que puede ser definida de diferentes formas dependiendo de quien la observe. De acuerdo con Colina, Toledo tomó este motivo para realizar una serie de piezas monocromáticas en respuesta a una crítica de arte que aseguraba que él utilizaba los colores para ocultar los defectos de su técnica. 

La riqueza de la obra de Toledo, como el mirlo de Stevens, puede mirarse desde distintas perspectivas: en ella se encuentran desde el espíritu juguetón y la imaginación que las mujeres del Istmo de Tehuantepec alimentaron con decenas de cuentos tradicionales desde que era niño, hasta la crítica sagaz y la precisión histórica del hombre que siempre tuvo una infinita disposición para el estudio. Este amplio espectro queda de manifiesto en la obra que realizó en conjunto con Arvil Gráfica y que primero se expuso en el Centro de Artes de San Agustín, en Oaxaca, y luego en el Museo del Estanquillo, Ciudad de México, como un homenaje a su legado tras cinco años de su muerte.

De la serie '13 maneras de mirar un mirlo'. Foto: Cortesía de Galería Arvil
De la serie "13 maneras de mirar un mirlo". Foto: Cortesía de Galería Arvil

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