El gobierno de Donald Trump dio un brinco en su discurso racista y supremacista. El Tío Sam ya no pide a los estadounidenses que se enlisten en la armada, como sucedía en los años sesenta y setentas en medio de la Guerra Fría, ahora les pide que denuncien a los "invasores extranjeros". El cartel no lo hizo el gobierno trumpista sino un usuario de redes escondido detrás del nombre de Mr. Robert, un personaje que asegura que Trump es "la esperanza blanca" (sic). El tema cambió de nivel porque la Casa Blanca hizo suyo el mensaje y comenzó a difundirlo.
El sábado habrá un gran desfile militar en las calles de Washington. La excusa son los 250 años del ejército estadounidense, solo por coincidencia resulta que es también el cumpleaños 79 de Donal Trump y quiere aprovecharlo para mandar un mensaje. El mensaje no es que el Ejército estadunidense es el más poderoso del mundo, eso está claro y más aún después del fracaso militar de Rusia en su intento, hasta ahora fallido, de invadir Ucrania. El único que hoy le compite es China y su gasto militar es una tercera parte del de Estados Unidos. El mensaje que quiere enviar Trump es que él es el hombre más poderoso del mundo, que esa fuerza que desfilará frente a la Casa Blanca y que rendirá homenaje al presidente de los Estados Unidos, le responde a él y solo a él.
Estados Unidos es el país más racializado. Es uno de los pocos que pregunta por la raza en diversos trámites y que analiza los datos de forma racial. Por ello sabemos que los llamados blancos que eran 88 por ciento de la población en 1900, por las olas de migración europeas, hoy son menos de la mitad. Son la mayoría, pero están en rápido descenso. Le siguen los llamados hispanos (una caracterización que, por cierto, nada tiene que ver con la raza sino con la lengua de origen) que son la primera minoría con cerca de dos de cada diez habitantes de la Unión Americana. Las familias estadunidenses de origen asiático, que son en comparación muy pocos, tienen en promedio 30 por ciento más ingreso que las familias blancas.
La tendencia en Estados Unidos, al igual que todas las naciones de Europa, es que sea cada día más diverso y por tanto menos "blanco". La supremacía racial es una soberana estupidez, y por lo mismo encandila y encanta a los que les da flojera pensar a aquellos que, como diría Jaime López, "tienen lonjas en la conciencia". El fascismo a la americana va a crecer de la mano y la boca de Trump y será quizá el error más grave que cometa este país desde la guerra civil, hace 160 años. La combinación de racismo y concentración de poder nunca ha terminado bien, da igual qué raza se sienta superior o que tirano la ponga en práctica.
