
Presentación de 'Yo soy el otoño' en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería 2025. Foto Youtube
Se enteró de la tragedia acontecida en el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, gracias a la radio. Conducía su automóvil. Llevaba a sus hijos a la escuela cuando la voz de un testimonio hizo que su alma se estremeciera sobre la tracción neumática: grupos de buscadores encontraron una supuesta fosa clandestina; había registro de crematorios rudimentarios, de restos humanos calcinados. En las habitaciones de la finca se amotinaban cientos de prendas y pertenencias personales de desaparecidos. La imagen evocaba la pregunta hecha por un personaje en un cuento de El llano en llamas: “¿En qué país estamos, Agripina?”. Por eso el autor reflexiona ante la fría postura del gobierno federal y la necesidad humana de contar estas historias para que no se repitan.
“Me queda claro que esta nube, que este enjambre de versiones, a lo único que están contribuyendo es a distorsionar la realidad y los posibles asideros que tenemos con ella. He estado convencido desde hace mucho tiempo que todo relato es de ficción, en la medida en que se va modificando en la perspectiva de quien lo cuenta y de muchas otras cosas. Sin embargo, sí hay un pie puesto en esta realidad, que es una realidad terrible y merece ser contada por la razón fundamental por las que se cuentan las grandes tragedias”.
Jorge Alberto Gudiño (Ciudad de México, 1974) es uno de los escritores más activos de la escena contemporánea mexicana. El también docente universitario fue merecedor del Premio Lipp de Novela en 2011, prestigiado galardón francés entregado por primera vez en México. Su narrativa incluye novelas como Con amor, tu hija (2011), Instrucciones para mudar a un pueblo (2014), Justo después del miedo (2015), la serie policíaca del comandante Zuzunaga con Tus dos muertos (2016), Siete son tus razones (2018) y La velocidad de tu sombra (2019), además de Historia de las cosas perdidas (2022). Pero es su más reciente publicación titulada Yo soy el otoño (Alfaguara, 2025) la que vuelve a sacudir las fibras sociales corrompidas por la violencia.
“Parece que uno se vuelve un autor oportunista porque se suma a lo que está sucediendo en el mundo. Y en realidad las novelas se escriben un par de años antes de que se publiquen. Entonces no es así, aunque inevitablemente también es así. Finalmente, la noticia que nos tiene consternados ahora es algo que tristemente se vuelve cíclico en este país. Casi es inevitable no tener coincidencias con la realidad cuando uno habla de violencia”.
SOBRE LAS FAUCES DE LA BARRANCA
En Yo soy el otoño, Gudiño aborda la historia de tres jóvenes involucrados en la mafia: Juriel, Santos y Macarena, quienes habitan en un lugar ficticio al que llaman La Barranca. Gracias a su ausencia, sólo ellos han sobrevivido a un atentado perpetrado por una banda rival, en esa geografía accidentada que es gobernada por El Señor, un cacique que controla toda actividad delictiva que allí se presenta.
“Los mataron a todos”, es la frase con la que Jorge Alberto Gudiño abre su novela, la cual está compuesta por cuarenta capítulos distribuidos en 190 páginas. En Juriel y Santos nace una necesidad, una sed insaciable de venganza que deseca su juventud. Ha muerto Tito, otro joven que se erguía como una especie de líder. Los jóvenes se disponen a exigir cuentas, a buscar quién pague la carne perforada a balazos y los huesos rotos.
“Yo soy el otoño surge, como la mayoría de mis novelas, con preguntas que tengo en este lugar común de muchos escritores: ‘¿Qué pasaría si…?’. Y entonces me planteé estas preguntas y pensé en qué pasaría si tengo a unos personajes que buscan vengarse y al mismo tiempo viven en la marginalidad, y pueda incluir una historia de amor con tintes casi juveniles”.
La historia de amor a la que se refiere el autor ocurre entre Juriel y Macarena. Ambos deberán cargar con las consecuencias de sus actos, pues Macarena era novia de Tito, el hermano de Santos. A Juriel lo aborda una culpa que siempre parece esfumarse entre los brazos de su amada, mientras ella pide que le narre las imágenes de los cuerpos de sus amigos incinerados. A final de cuentas, los muertos no aman ni lloran.
Pero más allá de este episodio subalterno, los tres personajes principales tienen en común cierto grado de orfandad. Santos es un hijo de la cárcel, apresaron a su madre apenas con seis meses de embarazo y él tuvo que abandonar el presidio al cumplir los seis años de edad.
Macarena es hija de padre ausente y madre sobreprotectora, envuelta en los rumores que en La Barranca se dicen sobre ella. Tal vez por eso su carácter es tan fuerte y suele tomar el volante en determinadas situaciones.
El padre de Juriel murió hace tiempo de una enfermedad. No obstante, antes de fallecer se sabe que visitó al Señor. ¿Para qué fue a verlo? Es la pregunta que surca los pensamientos de Juriel, quien además se debate entre si seguir los ideales de su progenitor o terminar por sucumbir ante el hampa que lo devora.
Entonces, ¿los tres tuvieron derecho a elegir el camino por donde transitan sus vidas? A Gudiño le parece una pregunta pertinente, sobre todo cuando los tres provienen de hogares destruidos. Sin embargo, considera que siempre existen opciones.
“Decir que no hay opciones implicaría que, todo aquel que vive en circunstancias como las que ellos viven, termine en el camino en el que ellos terminan. De hecho, uno de los postulados de la novela o de sus líneas discursivas tiene que ver justo con las dudas de Juriel. Si bien Santos quiere vengarse porque acaban de matar a su hermano y lo que lo impulsa es esta visceralidad casi animal de venganza, Juriel duda todo el tiempo; sabe que si no los han matado es porque no estaban allí, pero en una de esas los que siguen son ellos y es muchísimo más sensato escapar. Pero también duda, porque de pronto descubre que existe una idea de futuro favorable, que todavía no le queda nada claro, que es una abstracción”.
“La Barranca es un tajo de verdor en una ciudad inmensa”, podría ser uno de los miles de asentamientos irregulares que se registran por todo el país. Una periferia anónima que es capaz de construir a los personajes de Yo soy el otoño, pues muchos de sus habitantes llegaron ahí por diversos motivos, ya sea expulsados de otro sitio, por migración o simplemente en busca de una porción de tierra dónde vivir.
“La Barranca de mi novela no es un sitio en concreto, es una mezcla de posibilidades de estos asentamientos irregulares que se dan en la Ciudad de México […] Y en efecto, yo creo que La Barranca es una de las cosas que modifica o que define las personalidades y las circunstancias de los personajes. En este caso en particular, es una barranca grande con un sólo acceso, el cual es bastante complicado, apenas una entrada por donde pueden pasar peatones, bicicletas y motocicletas. Y adentro es un mundo que no cuenta con los servicios básicos”.
¿Cuántas barrancas de este tipo hay México? ¿Cuántos lugares donde los jóvenes cuentan con escasas opciones para decidir sobre un futuro? Por su hermetismo, La Barranca es un sitio al que pocos policías pueden entrar. Y al no existir la jurisdicción del Estado, el territorio debe gobernarse de otras maneras. Pero aun con ese rostro de tierra desencajada, es seguro que también la habita gente buena.