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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Tres veces. Sí, tres veces aquellos novios hicieron el amor en el curso de su noche nupcial. Al día siguiente la ingenua recién casada vio la entrepierna de su maridito y exclamó desolada: "¿Nada más eso nos quedó?". Doña Jodoncia le preguntó, molesta, a su esposo don Martiriano: "¿Por qué lees una y otra vez nuestra acta de matrimonio?". Respondió tímidamente el señorcito: "Quiero ver si tiene fecha de vencimiento". Una chica norteamericana presentó en la ventanilla de la casa de cambio de su pueblo un gran fajo de billetes de cierto país de América del Sur. Le pidió al encargado: "Cámbieme esta cantidad a dólares". El hombre consultó el tipo de cambio de esa moneda y en seguida le entregó a la chica 75 centavos de dólar". "Fuck! -exclamó ella con enojo-. ¡El desgraciado abusó de mí!". Don Poseidón, granjero acomodado, iba a salir de viaje a la ciudad. Esa misma tarde llegaría a la granja un técnico con el propósito de inseminar a una de las vacas del establo. A fin de señalar a la vaca que el especialista debía inseminar don Poseidón puso un clavo en el pesebre donde la res estaba. Llegó el inseminador y le dijo a doña Holofernes, la esposa del granjero: "Vengo a inseminar una vaca". La mujer lo condujo al establo. El inseminador le preguntó: "¿Para qué es ese clavo?". "No sé -contestó doña Holofernes disponiéndose a retirarse-. Supongo que es para que cuelgue usted su ropa". He aquí una breve aportación al feminismo. ¿Cómo se llama la parte que está atrás del pene del hombre y que sólo sirve para dar molestias? Se llama "hombre". Los motores del jet se detuvieron y el avión entró en picada. Una monjita gritó a los pasajeros: "¡Recen para que nos vayamos al Cielo!". Se oyó una voz: "Va a estar cabrón, madre. Vamos en sentido contrario". Hortero, oficinista, se quejaba del poco tiempo que el jefe daba a los empleados para el lonche. "Y él se toma una hora y media" -declaró. Añadió en seguida: "Mañana yo me tomaré una hora, e iré a mi casa a comer". Así lo hizo. Le extrañó no ver a su esposa. Subió a la alcoba, y al abrir la puerta vio a su jefe refocilándose cumplidamente con la mujer. Cautelosamente volvió a cerrar la puerta, se retiró con pasos tácitos y regresó a la oficina. Al día siguiente el compañero le preguntó: "¿Otra vez te tomarás una hora para el lonche?". "Oh no -replicó alarmado Hortero-. Ayer por poco me pesca el jefe". Don Cucurulo enviudó. Al mes de su irreparable pérdida una amiga de la finadita se lo topó en el centro comercial. Iba don Cucurulo muy ufano del bracete de una despampanante mujer afroamericana de enhiesto tetamen y prominente grupa. Atufada le preguntó la amiga al viudo: "¿Cómo estás?". "Ya lo ves -replicó don Cucurulo con simulado acento de tristeza-. Aquí, todavía de luto". Cotonita, muchacha en edad de merecer, dejó su pueblo para ir a la universidad. A los pocos meses regresó ligeramente embarazada. Llorosa, atribulada, compungida les explicó a sus padres; "Pos es que no supe lo que hacía". El genitor se enfureció. "¿Para eso fuiste a la universidad? ¿Para decir 'pos'?". La mamá de aquel niño se preocupaba mucho: pensaba que el atributo varonil de su hijo era demasiado pequeño. Así, lo llevó con un médico. El facultativo la tranquilizó. Le dijo: "Conforme crezca eso también le crecerá. De cualquier modo dele a comer una zanahoria cada día. La carotina estimula el crecimiento". Al día siguiente el niño vio un costal con 100 kilos de zanahorias sobre la mesa de la cocina. Le preguntó, asustado, a su mamá: "¿Todas esas zanahorias son para mí?". "Sólo una cada día -le contestó la señora-. Las demás son para tu papá". FIN.

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