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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

El paciente era maduro caballero. Le dijo al médico: "Después del primero quedo algo cansado. El segundo me cuesta más trabajo. Y en el tercero siento que voy a fenecer víctima de un síncope cardíaco o un insulto cerebral". Le sugirió el facultativo, impresionado: "Pues después del primero ya no le siga". Replicó el provecto visitante: "Imposible, doctor. Vivo en el cuarto piso". Es muy grande mi afecto por Linares, bello lugar de Nuevo León. Linarenses fueron tres amigos míos, entrañables: Manir González Martos, Rolando Guzmán y Jesús Arias. Con ellos, y con el entonces rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Héctor Ulises Leal Flores, libré un buen combate por la integridad de esa casa de estudios a la que tanto debo. Igual lucha combatí por la dignificación de mi propia Universidad, la de Coahuila. De Linares era don Pablo Salce Arredondo, sabio Cronista; celoso guardián de sus tradiciones, como la de los tamborileros; autor de un expresivo romance al Cristo de Villaseca, patrono de la población, y gran conocedor de la fiesta de toros.  Con él estuve en aquella corrida en El Toreo de Cuatro Caminos cuando Antonio Velázquez sufrió varias cornadas mortales de necesidad, pero a las cuales sobrevivió por la fortaleza de aquel diestro que, se decía, tenía corazón de león. Volvió a los ruedos, y tiempo después falleció al caer de la azotea de su casa, a donde había subido para arreglar la antena del televisor. Cosas de esa trágica vida que es la fiesta. Cosas de esa trágica fiesta que es la vida. Don Pablo Salce era señor parsimonioso y circunspecto. Si al hablar por teléfono marcaba un número equivocado no decía: "Está equivocado". Decía: "Está erróneo". En cierta ocasión marcó un número que no deseaba. Preguntó: "¿A dónde llamo?". "A la Presidencia Municipal" -le contestó el gendarme de punto-. Dijo don Pablo: "Está erróneo". El jenízaro, que lo reconoció, pensó que aquello era pregunta, y respondió: "Aquí andaba hace rato, don Pablito, pero creo que salió a comer". Tengo recuerdos gratos de Linares, a donde varias veces he ido a perorar. Alguna vez asistí ahí a una ceremonia en la cual estaría Salinas de Gortari. Al llegar al recinto me detuvo un elemento del Estado Mayor y me ordenó con voz imperativa: "Quítese la corbata". "¿Por qué?" -quise saber-. "Porque el señor Presidente no trae corbata". Aquello me pareció el extremo de la cortesanía. Respondí: "Pues que se consiga una". La gente que estaba cerca y oyó el diálogo aplaudió en señal de apoyo. El superior del guardia le dijo: "Déjalo pasar". Y pasé, con corbata y todo. Ahora me entero, apesadumbrado, de que Linares, ese sitio para mí tan querido, atraviesa por una racha de violencia que se ha vuelto trágica. De esa criminalidad se han librado mi ciudad, Saltillo, y mi estado, Coahuila, gracias a una eficiente coordinación de las fuerzas policíacas locales con el Ejército, la Marina y la Guardia Nacional. Eso, con una política de cero tolerancia, ha permitido que los saltillenses y los coahuilenses en general gocemos de una paz y una seguridad que desgraciadamente en otras entidades se han perdido. Espero que Linares supere esta penosa crisis y vuelva a disfrutar su  pasada tranquilidad y sus presentes glorias. En el homenaje al doctor Cordilio Cuore, destacado cardiólogo, pusieron en el escenario la pintura de un enorme corazón. Comentó un médico: "Si me hacen algún día un homenaje parecido no podrán poner un decorado igual. Soy proctólogo". Doña Picia, mujer poco agraciada, leía en la cama un libro feminista. Con voz acre le preguntó a su esposo: "¿Por qué tú nunca me tratas como objeto sexual?". FIN.

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