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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Nunc bibamus. "Ahora  bebamos". Así me dijo mi amigo John O'Boyle  luego de que los sinodales que conocieron su tesis recepcional en la  Universidad Interamericana de Saltillo lo declararon aprobado por unanimidad, magna cum laude. Eso hizo de él un Doctor en Letras con especialidad en inglesas (letras inglesas, quiero decir). Realmente su tesis era sobre Nathanael West, escritor americano. Presentarla le presentó problemas, pues algún profesor de ideología pendejista calificó de inmorales las novelas de ese autor, y vetó la tesis de mi amigo. Hube de intervenir como abogado -aún lo era-, y anuncié que haría caer sobre el inquisidor todo el peso de la justicia -aún la había-, y además de acusarlo por difamación lo obligaría a pagar daños y perjuicios a mi cliente. Eso bastó para moralizar la obra de West. Tras el examen, pues, fuimos con amigos al Bar "Baco" del Hotel Arizpe, el de más nota en la ciudad, y el nuevo Doctor dio a conocer su firme decisión de agotar las reservas de whiskey que tuviera disponibles el establecimiento. Semel in anno licet insanire, se justificó. Eso quiere decir: "Una vez al año es permitido cometer locuras". Muchas hicimos aquella noche. Entre las que recuerdo está haber permitido que John le llevara serenata con mariachi a cierta dama de la cual se había prendado, y que a más de ser guapetona y accesible era casada. Apareció el marido -los maridos siempre aparecen-, y aquello hubiera terminado mal si no es porque el mariachi principal, hombre de traza amenazante -se parecía al Indio Bedoya, pero con guitarrón-, convenció al sujeto de que el mister le había cantado el "Cielito lindo" a su señora sin otra intención que la de rendir homenaje a la belleza de la mujer mexicana. Aun así el atufado tipo nos exigió que nos retiráramos o llamaría a los gendarmes. Consideré que ir a parar a una ergástula municipal no era el mejor modo de estrenar un doctorado, y logré que John accediera a retirarse, aunque su belicosidad irlandesa estaba por salir de la olla. A fin de dignificar la retirada cantó mientras nos alejábamos los versos más insinuativos de la popular canción: "Ese lunar que tienes.", etcétera. Alcanzamos a ver iluminada la ventana del segundo piso de la casa, seña de que la propietaria del lunar, que por cierto no lo tenía junto a la boca, encendió la luz para que su cortejador supiera que había oído el homenaje a la belleza de la mujer mexicana. Mis cuatro lectores habrán de perdonarme -todo me lo perdonan- que haya traído a la mente y al corazón esa memoria de pasados tiempos, cuando el tiempo aún tenía algo para mí y cuando yo aún tenía algo para llenar el tiempo. Disimularé esas fútiles doloras con el relato de un sucedido de cantina seguramente apócrifo, pero merecedor de ser narrado. El Bar Ahúnda estaba lleno a su máxima capacidad cuando un sujeto se plantó en medio del local y le ordenó al cantinero: "Sírvele una copa a cada uno de los que están aquí. Sírveme otra a mí, y sírvete otra tú". Entre el aplauso de la concurrencia el cantinero hizo lo que ordenó el individuo. Tras de beber su copa el tipo se encaminó a la puerta. El cantinero lo alcanzó y le dijo: "Son 15 mil pesos de la cuenta". Con desfachatez respondió el otro: "No traigo ni un centavo". El de la cantina, hecho una furia, lo tundió hasta hacerlo arrojar sangre por los nueve orificios naturales de su cuerpo, y luego lo sacó a patadas del local. Un día después, para sorpresa del cantinero, el hombre volvió a presentarse. Otra vez ordenó: "Sírvele una copa a cada uno de los que están a aquí, y sírveme una a mí. Tú no te sirvas. Ya vi cómo te pones cuando te tomas una copa". FIN.

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