La joven esposa le dijo con extático acento a su marido: "¡Tus besos me saben a gloria!". "Son imaginaciones tuyas -se turbó él-. ¡Te juro que hace meses no la veo!". (Nota. El pendejo se echó solito de cabeza, si me es permitida esa expresión plebeya, "solito"). El encargado de la sección de ropa para caballero le mostró un traje a don Algón. El tal traje era color morado con rayas verdes y amarillas. Ponderó el señor: "Si me pongo este traje mi mujer no querrá salir conmigo a ninguna parte. ¡Me lo llevo!". Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le pidió una vez más a Dulcibel, virtuosa joven, la dación de su más íntimo tesoro. Ella rechazó de nuevo la salaz demanda. Dijo: "¿Cuántas veces te he contestado que no?". "Discúlpame -replicó el lúbrico sujeto-. Ignoraba que debía llevar la cuenta". Picio era feo pero rico. O rico pero feo, según se vea. Dinero mata carita, dice un dicho, y el feo sujeto logró que la hermosa Loretela aceptara su proposición de matrimonio. "Está bien -razonó ella-. Me casaré contigo, al cabo pasarás la mayor parte del día en el trabajo". ("Y por lo noche apagaré la luz", debe haber pensado).Una linda chica le comentó a su compañera de cuarto: "Cada día cuesta más trabajo conseguir marido". "Es cierto -confirmó la otra-. Sus esposas los celan mucho". La mamá del pequeño clamó ante el médico, angustiada: "¡Doctor! ¡Mi hijo se tragó una bala!". "No se preocupe, señora -la tranquilizó el facultativo-. Le daré un emético o vomipurgante y la expulsará. Mientras tanto, por favor, ponga al niño con el culito hacia la pared". Flordelisa y Cutre, recién casados, idearon una manera de ahorrar dinero a fin de tener un fondo para enfrentar the rainy days, los días lluviosos, o sea aquéllos en que se presenta alguna necesidad urgente e imprevista. Cada vez que hicieran el amor él depositaría 200 pesos en una caja que abrirían al terminar el año. Llegó el 31 de diciembre -siempre llega- y abrieron la tal caja. Para sorpresa de Cutre había en ella no sólo billetes de 200 pesos, sino muchos de 500 y bastantes de mil. Le preguntó, intrigado, a Flordelisa: "¿Y esos billetes?". Respondió ella: "No todos son tan agarrados como tú". En una tienda de mascotas don Cucoldo se compró un perico. El vendedor le aseguró que el cotorro hablaba mucho, y bien. Podía recitar los sicalípticos versos de Pichorra, o sea el ingenioso yucateco Felipe Salazar, pero sabía decir también piadosas oraciones como la de las 12 verdades, útil para hacer que los aparecidos desparezcan, o el conjuro llamado de Evanó, que protege contra asechanzas de mujer. Llevó, pues, el cotorro a su casa, pensando en lo mucho que su esposa, familiares y amigos se iban a divertir oyendo hablar al perico. Resultó, sin embargo, que pasaban los días y el fementido pajarraco no decía una sola palabra. Si abría el pico era sólo para comer. Don Cucoldo lo amenazó, irritado: "Si no hablas te torceré el pescuezo". Al oír eso el asustado loro rompió a hablar, pero lo hizo en forma por demás indiscreta y carente de sindéresis. (Un momentito, por favor. Voy a ver qué es eso de "sindéresis". Define el diccionario: "Sindéresis: discreción"). Dijo el perico: "Cada vez que sales de la casa entra el vecino y se da gusto con tu esposa. Si no es el vecino es tu compadre, o si no tu mejor amigo, o alguno de tus compañeros de trabajo, o el repartidor de pizzas". Al oír eso don Cucoldo se puso hecho un basilisco. "¡Maldito pajarraco! -prorrumpió furioso-. ¡Te torceré el pescuezo, por hablador!". Exclamó el loro, azorado: "¡Uta! ¿Pos quién te entiende?". FIN.