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Acciones comunitarias de conservación en el Bolsón de Mapimí

Los habitantes de las zonas rurales de esta región desarrollan propuestas para contrarrestar el impacto de la actividad agroindustrial, principalmente la ganadería extensiva, que por alrededor de dos siglos ha sobreexplotado los recursos naturales.

Foto: CONAMP

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LESLIE STEFFANY SÁNCHEZ ESCOBAR

Hablar de la geografía del norte de México es pensar en la diversidad de paisajes, climas, ecosistemas, localidades, culturas, tradiciones y, actualmente, espacios en donde se han desarrollado ciudades prósperas que se han convertido en puntos estratégicos para la comercialización de materias primas. 

Sin embargo, el uso exacerbado de los recursos naturales de la región ha creado, por más de dos siglos, un proceso lento de deterioro que afecta la biodiversidad de las zonas áridas. Estos recursos son producto de las adaptaciones del planeta a lo largo de millones de años, descripción que podemos encontrar en la relatoría del historiador Lesley Byrd Simpson (1966), quien describe los cambios geológicos que permitieron concebir a México como un territorio extenso y diverso, haciendo una división característica entre el altiplano meridional y el septentrional. La naturaleza de ambas áreas propició el desarrollo de poblaciones con formas de vida peculiares, adaptadas a su entorno, lo que se conoce como relaciones socionaturales. 

DE PASTIZALES ENDÉMICOS A GANADERÍA EXTENSIVA 

La historia del Bolsón de Mapimí, ubicado en el altiplano septentrional, nos remite a ecos geológicos, pero también a un presente en que destaca como una importante cuenca agrícola y lechera en el país. Entender su estado actual exige conocer los procesos que le llevaron a su configuración territorial, comenzando por la época en que era habitado por antiguos nómadas que dotaban de significados al paisaje y usaban los recursos hídricos, la flora y la fauna para sobrevivir y sostener sus comunidades, las cuales reconocían los elementos simbólicos de la naturaleza (Hernández, 1996). 

Sin embargo, con el proceso de apropiación legítima del territorio en 1880, se creó una nueva disposición del espacio a partir del uso de suelo, haciendo de los pastizales del bolsón un lugar idóneo para el desarrollo de la ganadería extensiva, actividad que se ratificó cuando Porfirio Díaz dio pauta a la creación de haciendas ganaderas. 

Foto: José Antonio Aranda Pineda
Foto: José Antonio Aranda Pineda

Si bien históricamente las sociedades se encuentran relacionadas con el medio físico en donde viven, las condiciones presentes, en donde el consumo obedece a un modelo capitalista de producción en masa, hacen que la comprensión del cuidado medioambiental se vuelva más lejana. Debido a esto, cada vez se ve más mermada la capacidad de carga que tienen los ecosistemas para satisfacer las necesidades humanas. 

En el caso del Bolsón de Mapimí, podemos encontrar una tradición ganadera y minera que ha deteriorado sus pastizales endémicos. No es una novedad la crisis ambiental por la que atravesamos a causa de la cosificación de la naturaleza y, en palabras de Enrique Leff (2004), esta degradación es parte de una racionalidad resultado del proceso de conocimiento del mundo y su aprovechamiento (o mejor dicho, explotación) desmedido. 

CONSERVACIÓN Y NUEVA RURALIDAD 

Actualmente, una parte del bolsón pertenece a una reserva de la biósfera adscrita al programa Men and Biosphere de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y administrada por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP). No obstante, los daños al ecosistema generados por décadas de sobreexplotación y sobrepastoreo extensivo siguen latentes, y es aquí donde se hace presente el concepto de diversificación del campo como una forma de aprovechamiento de la tierra. 

La Reserva de la Biósfera de Mapimí colinda con la zona metropolitana de la Comarca Lagunera y su extensión territorial abarca al menos 342 mil hectáreas donde conviven diez ejidos pertenecientes a los estados de Coahuila, Chihuahua y Durango. Aquí se desarrollan programas que buscan la preservación de flora y fauna, así como la aplicación de políticas ambientales con la participación remunerada de sus habitantes, es decir, nuevas formas de entender el campo bajo esquemas ecológicos y de nueva ruralidad. 

Estas iniciativas promovidas por las instituciones han consolidado la diversificación de las actividades productivas en la región, pasando del pastoreo intensivo a uno controlado, y de la siembra de forrajes a la siembra de semillas nativas como la navajita (Bouteloua gracilis), banderita (Bouteloua curtipendula) y el zacatón alcalino (Sporobolus airoides), por mencionar algunas. 

El monitoreo ambiental permite dar seguimiento a las especies de un territorio para detectar cómo se ven afectadas por las actividades humanas. Foto: CONAMP
El monitoreo ambiental permite dar seguimiento a las especies de un territorio para detectar cómo se ven afectadas por las actividades humanas. Foto: CONAMP

Acciones de conservación como el monitoreo de los ecosistemas y el turismo sostenible también representan otras formas de aprovechamiento de la tierra desde la no sobreexplotación, que de manera lenta, pero constante, intentan resarcir los daños ocasionados por las actividades antropogénicas. 

Entender las expresiones de nueva ruralidad nos permite pensar en procesos políticos, institucionales, sociales y culturales asociados a un marco global, es decir, dinámicas que obligan a la búsqueda de estrategias ante la degradación ambiental desde contextos locales rurales que, a su vez, involucran la búsqueda de soluciones para la subsistencia de las comunidades que habitan dentro del Bolsón de Mapimí. 

LA CULTURA DE LA SOBREEXPLOTACIÓN 

En este panorama también es importante ver otras aristas y comprender que el problema principal reside en una tradición de sobreexplotar los recursos naturales disponibles, por lo que pese al conocimiento generalizado que existe sobre el deterioro del ecosistema, se realizan pocas acciones de mitigación, conservación y protección en comparación con las acciones deliberadas de las industrias lecheras, cárnicas e industriales para mantener y aumentar su producción. 

Las iniciativas de los habitantes de estas comunidades rurales del desierto son valiosas, pero insuficientes. La poca comprensión de la biodiversidad de las zonas áridas se refleja en las expresiones culturales de la sociedad lagunera. En términos de Enrique Leff (2004, 14), una expresión de racionalidad ambiental donde se inculca una cultura de consumo y de no reconocimiento de la naturaleza como un elemento importante para la subsistencia. 

Un ejemplo de ello es la cultura agroindustrial de la región, que impide cuestionar los impactos ambientales del uso desmedido de los recursos por el simple hecho de sentirnos orgullosos de un lema equívoco: “Vencimos al desierto”, aunque ello implique nuestro paulatino ocaso como ciudad y territorio en favor de una identidad industrial, ganadera, símbolo de innovación tecnológica al servicio de las sagradas vacas productoras de leche.

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