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Por vocación y por necesidad

A pesar de que era un lector ferviente, pasaron muchos años antes de que se me ocurriera que escribir podía ser un oficio y una forma de vida.

Por vocación y por necesidad

Por vocación y por necesidad

VICENTE ALFONSO

“En la larga historia de la humanidad se ha demostrado muchas veces que la vocación es hija legítima de la necesidad”, escribió García Márquez en la más histórica de sus novelas. La frase define con precisión lo que ocurre cuando uno está en búsqueda de oficio y se topa con terreno baldío: si no existen medios, hay que inventarlos. Eso fue lo que, en 1953, un grupo de jóvenes norteamericanos que estudiaban en Europa hicieron cuando planeaban lanzar una revista de literatura con sus propios recursos. Como no tenían presupuesto para pagar colaboraciones, pero al mismo tiempo necesitaban incluir en la portada grandes nombres para aumentar la circulación de la incipiente revista, se les ocurrió “conversar con ellos y publicar lo que decían”. Así nació The Paris Review, revista célebre entre otras razones por la profundidad de las conversaciones que los jóvenes sostuvieron con Ernest Hemingway, Mary McCarthy, William Faulkner, Katherine Ann Porter y Boris Pasternak, entre muchos otros autores. Más de setenta años después de fundada aquella revista de estudiantes, las conversaciones se siguen reeditando y pasan de generación en generación como un manual para convertirse en novelista.

Si no existen medios, hay que inventarlos. Eso fue lo que, en septiembre de 1969, pensó Federico Campbell, un joven tijuanense que se había instalado en un pequeño cuarto de Barcelona con el sueño de convertirse en escritor. El tijuanense quería escribir y no sabía cómo. Un amigo suyo, Sergio Pitol, trabajaba como traductor y se ofreció a contactarlo con autores que ya despuntaban. Durante los siguientes trece meses Campbell se dedicó a entrevistar a aquellos jóvenes con libros publicados, en un proyecto autodidacta que fue, en sus propias palabras, su “escuela personal de letras”. Así nació Infame turba, volumen que a la fecha es objeto de estudio entre académicos, historiadores y aspirantes a escritor en ambos lados del atlántico: las charlas de Campbell con Ana María Matute, Juan Marsé, Carmen Martín Gaite y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros, son una cátedra por partida doble: para los aspirantes a escritor dan idea de los procesos de trabajo de importantes creadores, y para los reporteros en formación son una clase maestra de periodismo. No en vano Campbell había entrevistado tres años antes en Minnesota a Alex Haley, considerado entonces el mejor entrevistador del mundo.

Nací y crecí en el desierto, en una pequeña ciudad en donde no existía, ni existe aún, facultad de letras. A pesar de que era un lector ferviente, pasaron muchos años antes de que se me ocurriera que escribir podía ser un oficio y una forma de vida. En 1996 me matriculé en la Facultad de Ciencias Políticas para estudiar periodismo o, como ya entonces comenzaba a llamársele, comunicación. Allí me topé por primera vez con los trabajos de quienes, enfrentados a la necesidad, habían aplicado el método de preguntar: El oficio de escritor, compilación resultante de las entrevistas publicadas en la ya mencionada The Paris Review. También Conversaciones con escritores e Infame turba, de Federico Campbell, así como los volúmenes de Todo México, que compilan algunas entre los miles de entrevistas realizadas por Elena Poniatowska (reeditados después bajo los títulos Palabras Cruzadas e Ida y vuelta). En el camino he encontrado muchos otros libros que siguen la misma dinámica: entre ellos, los que más atesoro son Palabras reencontradas de Ignacio Solares, Protagonistas de la literatura mexicana, de Emmanuel Carballo y El arte de narrar, del periodista, académico y crítico Emir Rodríguez Monegal. Este último, en el breve prólogo a ese volumen plantea el norte de la brújula para un diálogo en torno a la literatura: lograr que la conversación “no responda a una mecánica consabida de preguntas formales y respuestas tensas”, sino que deje fluir el diálogo, permita la intervención del entrevistador y que no sólo opine, sino que narre, dramatice y aprese el tono de voz.

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Escrito en: Vicente Alfonso El Siglo Nuestro mundo Entrevistas

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