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Los límites

Vivir las consecuencias es doloroso en muchas ocasiones, pero es lo único que nos conduce a aprender de lo vivido. Si obviamos este paso, muy seguramente seguiremos sin considerar los límites que se establecieron.

Los límites

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MARCELA PÁMANES

Fronteras, bordes, líneas divisorias, hasta donde llegas, hasta donde puedes, líneas reales o imaginarias, marca un fin, restricciones, algo que no es posible sobrepasar, pero si se hace se origina una reacción que puede caer en el terreno de violentar, delinquir, traspasar, ello es ir más allá de lo normal, aceptable o seguro. 

Con cuánta facilidad dejamos de establecer límites en las relaciones interpersonales, laborales o sociales. Con cuánta facilidad traspasamos los límites en cualquier ámbito. Los límites conductuales, dicen los psicólogos, contienen al individuo. 

Los límites morales nos acercan al bien actuar. Los límites laborales nos ayudan en la obtención de las metas que consecuentemente nos llevan a incrementar la productividad. Los límites sociales nos permiten sana convivencia y bienestar. 

Sujetarse a los límites da idea de salud emocional, de no tener conflicto con la autoridad, de manejar adecuadamente la frustración, de tener bases sólidas para la formación del carácter. 

Nadie es más vulnerable que el que no es capaz de autolimitarse. 

Vivimos, por desgracia, en el terreno del irrespeto. Todo se nos hace fácil, por eso la popularidad de primero hacer y luego deshacer, aunque sea tan difícil borrar las huellas de las consecuencias, este es el concepto clave para entender que lo que se hizo o se dejó de hacer deja una estela que marca y puede ser efímera o permanente. 

Vivir las consecuencias es doloroso en muchas ocasiones, pero es lo único que nos conduce a aprender de lo vivido. Si obviamos este paso, muy seguramente seguiremos sin considerar los límites que se establecieron. En algunas ocasiones, la falta de claridad y la discrecionalidad con la que se comparten las reglas entendidas como límites nos hacen fallar en el intento por establecerlos. 

Recién conocí el caso de una madre que se quejaba amargamente de lo poco que hacían los hijos adolescentes en relación con el orden que debía privar en casa, los chicos dejaban los platos sucios a la hora de la cena, ella al levantarse primero experimentaba el enojo de ver el fregador rebosando de trastes por lavar, cada mañana se preguntaba en qué había fallado y por qué no había sido capaz de enseñar bien a sus hijos. Su reflexión la llevó a concluir que no lo había hecho porque antes tenía ayuda en casa y creía que siempre habría quien lo hiciera, inclusive ella misma dejaba ocasionalmente lo que usaba en la cena. ¿Qué fue lo que sucedió? Que nunca se establecieron los límites en relación con el orden, porque aparentemente no había necesidad. 

Los límites de nada sirven si obedecen sólo a un momento. El caso de los padres que rompen con facilidad lo establecido para tener contentos a los hijos, el maestro que da “tiempo libre” a los estudiantes porque tiene asuntos personales que atender. 

Por supuesto que existe el concepto de excepcionalidad, pero para que algo funcione debe sistematizarse. Una particularidad o una eventualidad obligan a modificar temporalmente algunas disposiciones, pero hay que volver al espíritu que las originaron una vez superado el momento. 

Los límites están vinculados a una pequeña palabra, a la cual le tenemos miedo: no. 

La negación siempre tiene implicaciones poco gratas, pero debemos ser precisos a que cuando es no, es no y punto. No hay permisos, no hay concesiones, muchas de las veces no hay negociación alguna. 

Y no sabemos decir no, porque queremos ser populares, queremos que nos quieran, que nos acepten, pero, a propósito de consecuencias, esta ansiedad del ego, también trae efectos indeseables. Un no a un amigo dicho a tiempo puede garantizar la salud de esa relación. Un no a un jefe puede consolidar la presencia laboral. Un no expresado a un niño puede equilibrarlo y hacerlo más feliz, aunque resulte paradójico. 

Dejemos de tener miedo a poner límites, porque en ellos podemos encontrar el equilibrio de la vida y eso no quiere decir que no podamos ser libres. Al contrario, eso nos hace más conscientes, tener más dominio sobre nuestras emociones, no desbocarnos en pos del placer y lo inmediato. Los únicos límites de los que hay que deshacerse son los que no nos permiten crecer y dormir más tranquilos.

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Escrito en: Marcela Pámanes poner límites consecuencias

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