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El mal como parte de la cotidianidad

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RAÚL MORA

Si contemplamos nuestra época y la comparamos con las pasadas, se comprenderá al siglo XX como uno de los puntos de quiebre más violentos que ha habido en la historia. Mucho de lo que somos ahora, desde la innovación acelerada hasta el hambre insatisfecha del consumismo más feroz, encuentra su raíz en el siglo pasado.

Dentro de todos los sucesos acontecidos en ese periodo de tiempo, hay uno que marcó a la sociedad de manera indeleble, pues dejó ver una faceta de la naturaleza humana que hiela la sangre: el holocausto.

Este trauma colectivo encontró en el cine uno de los mejores medios para revelar los extremos de la maldad humana. Se podría afirmar que el grueso de la población moderna conoció el holocausto a partir de su retrato en la sala oscura, comenzando por el mediometraje documental del francés Alain Resnais: Noche y niebla (1956).

Una de las características que comparte la mayor parte de la filmografía sobre este suceso, es que los relatos se cuentan desde la trinchera de las víctimas. Con este enfoque, la crueldad se muestra a partir de su contraparte: la fuerza humana para aferrarse a la vida, sobreponiéndose de la desgracia.

Desde las primeras obras cinematográficas sobre el hecho hasta nuestros días, existe un interés genuino por comprender los motivos que gestaron estos grados de maldad. Pero hay una cuerda floja que muchas veces se ha evitado: narrar desde la perspectiva de los agresores, porque conlleva muchas cuestiones que podrían caer en conflictos morales, o bien dar a entender una postura opuesta a lo que se trata de decir.

En La zona de interés, cuarto largometraje del director y realizador de videoclips Jonathan Glazer —Under the skin (2013), Birth (2004), Sexy beast (2000); también responsable de videos para Massive Attack, Radiohead o Nick Cave and the Bad Seeds—, el inglés se decide a caminar esa cuerda tras diez años ausente en el séptimo arte.

Entre los reconocimientos que ha ido acumulando este filme están los obtenidos en Cannes, incluyendo el Gran Premio del Jurado (considerado segundo lugar del festival), el premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) y un par de galardones técnicos, así como tres BAFTA y varias nominaciones al Oscar (donde se especula que se llevará el de Mejor Película Internacional).

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GUION Y PERSONAJES

El argumento de la película se centra en la familia alemana Höss, de reciente ascenso a la clase burguesa y que pasa sus días como cualquiera en su posición: de días de campo, en fiestas con alberca, yendo y viniendo del trabajo y encargándose de que los arreglos hogareños se hagan de manera correcta. La peculiaridad del relato reside en que el hogar está ubicado apenas a un muro de distancia de Auschwitz y el padre de familia es Rudolf Höss, comandante de la SS, máximo mandamás de dicho campo de concentración.

El guion, adaptado por el propio Glazer de la novela homónima de Martin Amis (quien moriría un día después de la proyección del largometraje en Cannes), logra mostrar una cotidianidad en apariencia inofensiva, dejando los rastros de la barbarie fuera de campo, salvo pequeños elementos que generan una atmósfera tétrica durante toda la película.

Filme y novela tienen distancias significativas. Como es usual, la cinta sólo recurre a los elementos necesarios para transmitir la idea central, dejando a un lado un triángulo amoroso para enfocarse en la tranquilidad de los personajes ante un entorno de pesadilla y, aún más interesante, dotarlos de ambiciones compartidas con cualquier miembro de la sociedad actual, mostrando el aspiracionismo de la clase media-baja. Es clave presentar personajes tridimensionales, porque un villano de caricatura parece una manifestación del mal generada de manera espontánea, cosa que socio-históricamente no es precisa en ningún caso.

Un cambio importante a nivel simbólico entre novela y película es que la obra literaria, a pesar de estar basada en personas que existieron en la realidad, les cambia la identidad, mientras que Glazer revela sus nombres, ya que son el origen de la investigación por la cual logró dar la forma a su relato.

El protagonista Rudolf Höss (interpretado por Christian Friedel de manera equilibrada) es un hombre tradicional que hace lo posible por la felicidad de su familia, desde darles un hogar digno de reyes hasta esconder un cadáver que flota en el río donde están de visita. Es autoritario en su labor; habla de la efectividad de los hornos crematorios como cualquier hombre de negocios y se nota que disfruta su trabajo. Para este punto se advierte el nivel de burocratización que ha alcanzado el mundo, donde un porcentaje de rendimiento es más importante que la vida humana. Irónicamente, el comandante es amante de los animales. Según los estudios del perfil de asesinos seriales, uno de los síntomas que delatan psicopatía en la juventud es el maltrato a los animales, pero este hombre de la SS los detiene en la calle para darles los mimos merecidos por su ternura.

Otras características del protagonista se dejan ver mediante la presencia de su esposa Hedwig Höss (una Sandra Hüller a lo Lady Macbeth), una ama de casa preocupada todo el tiempo por las virtudes de su ascenso social, quien recuerda los conflictos vecinales en su antiguo domicilio, procura la hospitalidad de los invitados que asisten al hogar diseñado por ella misma —el cual recorre para apreciarlo y notar los avances de lo que siempre ha sido la casa de sus sueños— , y a quien no le importa la mano de obra, conformada por reclusos del campo de concentración que construyen la belleza de su jardín. Tiene un carácter fuerte y sabe lo que busca. Su marido atiende sus necesidades y se somete a su fuerza de voluntad. Ante ella, el comandante es un simple soldado raso.

Ella representa el poder del capitalismo de nuestros días. No le interesa que su castillo sea resultado de una exterminación cruel; lo importante es mantener la posición que ha logrado, incluso al grado de sentir orgullo por su título de “Reina de Auschwitz”.

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ATMÓSFERA

El hogar de los Höss es otro personaje principal dentro de la cinta, pues es centro de la temática y de los conflictos. El diseño de producción de Chris Oddy recrea, a partir de sus investigaciones, la casa original del comandante alemán, lo cual brinda pauta a la dirección de Glazer. A pesar de que es un hogar cálido para sus protagonistas, el montaje de Paul Watts lo convierte en un laberinto que asfixia al espectador y no le permite sentirse seguro al verlo.

La apariencia documental del filme lo hace menos íntimo, al presentar los hechos de una forma muy objetiva. Para ello se decidió tomar una distancia considerable de la acción, evitando los primeros planos. Glazer optó por ubicar las cámaras en puntos estratégicos de rodaje, para que diera la sensación de que la película es resultado de una vigilancia exhaustiva.

La fotografía de Lukasz Zal aporta mucho al no usar luz artificial, dando una sensación de naturalismo. Los planos abiertos, compuestos por diversas capas, dejan ver, más allá de la cotidianidad, lo que sucede al otro lado del muro. El humo a lo lejos nos recuerda constantemente el contexto, haciéndonos saber lo que sigue ocurriendo fuera del hogar.

Todos los elementos anteriores, a pesar de mostrar detalles de maldad, mantienen cierta belleza estética; sin embargo, el sonido delata la monstruosidad y determina la atmósfera del filme. Aunque unos disfruten de una noche de sueño tranquila, la llegada del tren, las sirenas y los lamentos dan certeza de que este es uno de los círculos del infierno. Sorprende que los habitantes de la casa puedan disfrutar sus alimentos ante semejante ambiente. Mientras ellos ven un sueño, el espectador sabe que es una pesadilla.

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PROBLEMA MORAL

La película circunscribe el concepto que la filósofa Hanna Arendt construyó en su célebre ensayo Eichman en Jerusalén: la banalidad del mal, que aborda el momento en que el ser humano se desprende de la razón para cometer los actos más perversos, argumentando una frase tan vacía como “sólo estaba cumpliendo órdenes”. El horror (léase como lo diría el Coronel Kurtz de Conrad) se comete sin convicciones ideológicas ni morales.

La obra de Glazer es un relato familiar con los elementos de cualquier melodrama, pero donde los personajes normalizan todo lo que los rodea y sólo son conscientes de las preocupaciones más superficiales.

Pese a las distancias temporales, hoy suceden actos similares, como comprar mercancía que brinda estatus a pesar de que esta se manufactura en lugares donde las leyes laborales son anti humanas, o levantar muros para separar a las colonias privadas de los barrios precarios. A esto se añade un nuevo auge del fascismo que alaba estas prácticas y que se ha ido escabullendo en diversos gobiernos del mundo.

Pero el mayor acierto de la película va de la mano con una deficiencia. Glazer no da a entender que los personajes son como nosotros, sino que nosotros podemos ser como ellos. Sus métodos pueden distanciar al espectador al mostrarle a estas personas como si fuera un Big Brother, lo que también afecta el ritmo en varios pasajes de la historia. Precisamente porque el lugar desde donde el espectador sigue la trama es un escalón moral alto, y no desde el nivel del suelo, pueden quedar dudas en el mensaje.

La zona de interés tiene un tema aún más escondido dentro de la cotidianidad del mal: el deseo. En el ensayo Introducción a una vida no fascista, Michel Foucault dice que no únicamente hay que pensar en el fascismo histórico de Hitler y Mussolini, sino en el que habita en nuestros espíritus y está presente en la conducta del día a día. Todos somos fascistas en potencia porque llevamos con nosotros el deseo de poder, de tener todo lo que soñamos, de estar sobre los demás. Ese mismo deseo que tenían Hedwig y Rudolf Höss y que les obnubilaba la vista, haciéndolos inmunes al horror. No se sabe si cualquier persona podría llegar a esos límites, pero para muestra bastan las tinieblas que están ahogando nuestro mundo.

Glazer sabe que si entendemos por qué surgió el holocausto, tendremos las herramientas para no repetir esa barbarie. La respuesta puede que no esté en la grandilocuencia de los gobiernos, sino en los comedores de nuestros cómodos y apacibles hogares.

La zona de interés se expone actualmente en salas comerciales y llegará pronto a plataformas virtuales.

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