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Desde sus orígenes, la ciencia clínica identificó el importante papel que juega el aparato digestivo en la salud de las personas. La conclusión es sencilla de enunciar: mantener en buenas condiciones a los órganos encargados de la digestión ayuda a prevenir enfermedades y a construir bienestar.
Ya en la antigüedad se pedía a la gente estar atenta a prevenir que sustancias tóxicas penetraran en el organismo por vía intestinal. También son milenarias las recomendaciones dirigidas a cuidar la calidad de los comestibles que se ingieren, así como la higiene durante su preparación.
Otro consejo que forma parte de la cotidianidad desde hace siglos es el relativo a no incurrir en excesos culinarios, dado que pueden ocasionar alteraciones en el sistema digestivo.
Desde hace mucho tiempo la humanidad se las ha visto con síntomas y enfermedades del sistema metabólico. Es decir, siempre ha existido el conocimiento de que el individuo enferma lo mismo por excesos alimentarios que por defectos en la nutrición.
Hay buenos argumentos para atender a la experiencia de los antepasados y, con eso en mente, dedicar más atención a la calidad de los alimentos, siempre observando cómo reacciona el organismo ante aquello que le suministramos; después de todo, el cuerpo no miente.
Prevenir antes que curar es la lección que se impone con facilidad como la mejor decisión en materia de salud. No es gratuito que Hipócrates acuñara aquella frase de “que tu alimento sea tu medicina”.
AVANCES
Antes de las innovaciones vinculadas a desarrollos tecnológicos recientes, la ciencia clínica recurría a la naturaleza para mitigar y curar las dolencias de las personas.
¿Cómo se llegaba a los remedios? A través de la observación, o por mera intuición; no pocas veces se imitaban comportamientos de otras especies animales. ¿Qué lecciones se extraían de esos recursos? La necesidad de reposo, la utilidad de las infusiones depurativas y el uso de procedimientos para liberar al organismo de toxinas e inflamaciones.
Parte de ese conocimiento se trasladó a fórmulas caseras que se heredaban en los hogares, como meter al enfermo en cama, taparlo para que sude, darle de comer caldos y servirle bebidas calientes, así como emplear pomadas y lavativas.
Esos instrumentos básicos se sustentan sobre la misma base que uno de los mandatos del juramento hipocrático: “Lo primero es no causar daño”. No dañar es el cimiento adecuado para toda terapia destinada a preservar y mantener la salud de las personas.
Cuando se opta por eliminar los síntomas de un mal mediante el uso de fármacos, se corre el riesgo de interferir con los procesos naturales del organismo, lo que puede acarrear efectos adversos, como afectar los órganos depurativos.
No debe olvidarse el conocimiento heredado de quienes nos precedieron; tampoco es buena idea dejar la salud propia completamente en manos ajenas. Un principio de la salud consiste en que cada quien se haga responsable de su bienestar y tenga claros los cuidados que puede proporcionarse por cuenta propia.
Hoy día se echa mano de la química incluso en situaciones en que no es necesaria.
Recurrir a las medicinas, si bien permite aliviar síntomas sin tener que interrumpir la actividad cotidiana, deja de lado la importante tarea de escuchar al organismo, y en ocasiones equivale a no dar al cuerpo el respiro que necesita.
DIGESTIÓN Y CONTEXTO
Cuando el sistema digestivo sufre alguna alteración, esta no tarda en verse reflejada como malestar. Por ejemplo, una persona puede sufrir de anginas y no sospechar que el origen de esa inflamación se halla en el intestino. Las opciones de que algo salga mal son muchas, dado que el aparato digestivo es un largo conducto, de unos doce metros de longitud, que recorre el cuerpo desde la parte superior del tronco hasta el final del abdomen.
Sin embargo, mantener ese extenso sistema en buena condición no suele figurar entre nuestras prioridades. Cuando no se presta suficiente atención a los órganos digestivos, básicamente se está permitiendo que la suciedad que circula a través de él se acumule en el organismo y se distribuya por los diferentes tejidos que componen el cuerpo físico.
Resulta revelador que a este respecto distintas religiones llamen a las personas a proteger su salud y curar los excesos culinarios a través de la práctica de ayunos, vigilias y cuaresmas.
Hubo un tiempo en que la gota, afección causada por un aumento del ácido úrico en la sangre debido a una dieta rica en carne, embutidos, quesos y consumo excesivo de alcohol era considerada una enfermedad de reyes.
Hipócrates, el padre de la medicina, observó la relación existente entre estilo de vida y enfermedad, por ello, relacionaba la gota a una artritis de los ricos y el reumatismo a una artritis de los pobres; es decir, en ambos casos, la toxicidad inflama las articulaciones, aunque de modos distintos.
Es sabido que las circunstancias que rodean a una persona, la época en la que nace, su situación geográfica, la cultura y la religión, su condición social y muchos factores relacionados con su contexto, están íntimamente relacionados con las maneras de enfermar. Educación, modelos de vida y posibilidades sociales condicionan la salud en general.
MÁS VIDA
Desde hace unas décadas se observa un constante aumento de la esperanza de vida.
Esa mayor cantidad de años, sin embargo, no necesariamente representa una buena noticia.
Si bien la mejora de los sistemas de salud ha permitido hacer frente de mejor manera a epidemias y eliminar las muertes masivas por infecciones, la alimentación (con sus productos artificiales y tóxicos), los líquidos de baja calidad a nuestra disposición y la contaminación ambiental están debilitando el sistema inmune y saturando los sistemas depurativos del organismo.
Se viven más años, sí, pero en algunos casos, más que vivirse se soportan en condiciones complicadas, o bien se recorren a cambio de someterse a tratamientos médicos extremos. De ahí que adquiera tanta relevancia la idea de mantener en buena condición el aparato digestivo.
