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José Agustín, una piedra y tres libros

"De entonces a la fecha, cuando se trata de encontrar un camino propio, no es raro que recurra a alguno de sus libros".

José Agustín, una piedra y tres libros

José Agustín, una piedra y tres libros

VICENTE ALFONSO

En 1996, cuando yo tenía diecinueve años, cayó en mis manos De perfil, novela de José Agustín. Su desenfado y su agilidad para narrar, sumados a su libertad para torcer la corrección gramatical a favor de la efectividad, me impresionaron hondamente. Me gustó, sobre todo, que no fuese una lectura edificante: desde el inicio nos enteramos de que al joven protagonista de la novela le cuesta trabajo creer que es hijo de sus padres. No es una cuestión de genes, sino de buscar su-lugar-en-el-mundo. Me gustó que el protagonista aprovechara una gran piedra colocada por su padre en el jardín para ocultarse tras ella a fumar. También que relegara para el final los libros que su padre le da.

Supe entonces que José Agustín era autor de otras novelas como La tumba y Se está haciendo tarde (final en laguna). Supe también que a fines de los sesenta había encabezado un grupo de nuevos narradores dispuestos a revertir el ninguneo al que había sido sometido José Revueltas, uno de sus escritores favoritos. No acababa allí la cosa: a fines de 1970, José Agustín había sido arrestado y enviado al tristemente célebre penal de Lecumberri, donde convivió con el autor de Los días terrenales. Y luego supe que todo eso lo contaba en un libro llamado El rock de la cárcel, así que durante varios días me dediqué a recorrer las librerías de Torreón en busca de un ejemplar.

Para quienes nacimos en provincia a fines de los setenta y soñábamos con dedicarnos a escribir, José Agustín fue, desde nuestros primeros pasos (y quizá a pesar suyo) un modelo a seguir. Un modelo que nos hizo creer, precisamente, que no existe una fórmula única para ser escritor. De entonces a la fecha, cuando se trata de encontrar un camino propio, no es raro que recurra a alguno de sus libros.

Así lo hice, por ejemplo, hace diez años, cuando me invitaron a realizar una residencia artística de varios meses en Winston-Salem, Carolina del Norte. Como escribí en esta misma columna el 2 de junio de 2014, mi libro de cabecera durante esa estancia fue Ciudades desiertas, que a la fecha sigue siendo mi novela preferida entre las suyas. Se trata de una obra que, en muchos planos, implica un diálogo entre México y los Estados Unidos. Y es un diálogo que comienza valiéndose de una anécdota muy sencilla y, por ende, muy efectiva: “Susana paseaba por Insurgentes cuando encontró a Gustavo Sainz, quien le preguntó si quería ir a un programa de escritores en Estados Unidos. Susana ni lo pensó; dijo que sí al instante”. La novela nos cuenta cómo Susana busca su lugar en el mundo. En las siguientes 235 páginas asistimos a un recorrido por el vecino país del norte, que nos lleva, entre otras ciudades, a una pequeña población llamada Arcadia y de allí a Chicago, Denver, Kansas, Taos (el Tepoztlán de los gringos), Las Cruces y El Paso.

Así lo hice también cuando intentaba escribir una novela sobre el fenómeno del doble y me encomendé a Vida con mi viuda. Asistimos a la historia de Onelio de la Sierra, director de cine que ve morir en sus brazos a un hombre idéntico a él, e impulsivamente decide intercambiar identidades, heredando los terribles compromisos que hacían huir a su doble, un oscuro personaje llamado León Kaprinski. Ocultas en esa novela hay citas de El doble de Dostoievski, de “William Wilson” de Poe, e incluso alguna de Twain.

Pero vuelvo a finales de los noventa, a la época en que, mientras leía De perfil, buscaba sin encontrarlo un ejemplar de El rock de la cárcel. No supe cómo una tarde aparecieron en mi librero tres títulos que faltaban en mi colección: el volumen de cuentos Furor matutino, la novela Cerca del fuego, y el anhelado El rock de la cárcel. Lo primero que pensé fue buscar en el jardín mi propia piedra para ocultarme allí a leerlos, hasta que vi que dos de los libros estaban firmados por el autor para mi padre, y supe que no era necesario. Descanse en paz el maestro José Agustín.

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Escrito en: Vicente Alfonso José Agustín Literatura

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