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Inocencia no es ignorancia
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Inocencia no es ignorancia

"Es que el respeto, la solidaridad y la justicia son conductas aprendidas. No surgen de manera natural y espontánea en parajes idílicos ajenos a la sociedad".

ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Aunque por tradición a la niñez se le ha conocido como la edad de la inocencia, Sigmund Freud escandalizó a muchos al afirmar que todos los niños experimentan deseos sexuales y que a menudo actúan con sadismo. En su libro Tres ensayos sobre la sexualidad, se refirió a los niños como perversos polimorfos. Sostuvo que son completamente egoístas; sienten sus necesidades intensamente y luchan sin reparos para satisfacerlas.

Por supuesto, esas ideas perturbaron a las buenas conciencias. Les parecía más atractiva la tesis de Jean Jacques Rousseau: el hombre nace bueno por naturaleza y de que es la sociedad la que lo corrompe. Creían que bastaba crecer en un ambiente no represivo para que la bondad radical estuviera garantizada de por vida. Sin embargo, dos guerras mundiales y una tasa creciente de conductas antisociales, desmentirían ese optimismo ingenuo.

El novelista británico William Golding, con su libro El señor de las moscas, nos hizo ver que incluso en entornos naturales casi idílicos, los niños pueden actuar con suma crueldad. Evoquemos lo esencial de ese texto: tras estrellarse su avión y al morir el piloto, único adulto que les acompañaba —era una evacuación de emergencia—, muchachos y niños quedan solos en una isla deshabitada y emprenden desastrosos intentos de gobernarse a sí mismos. Pronto, la racionalidad y el orden dan paso a una lucha inclemente por el poder. Hay dos bandos: el del moderado Ralph y el del pendenciero Jack. Éste hace que casi todos los chiquillos se vuelvan paranoicos y teman a un monstruo imaginario al que denominan "la bestia". Los partidarios de Jack forman un sanguinario clan que no vacila en matar a sus rivales. Homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre) enseñó mucho antes un connacional de Golding y más relevante que él: Thomas Hobbes.

Es constatable que, cuando la precariedad social se hace sentir, la inocencia desaparece. Los niños que sufren día tras día penurias, agresiones y abusos, pierden su inocencia antes que aquellos cuya crianza trascurre en un ambiente donde sus necesidades básicas están cubiertas. Los niños de la calle han de espabilarse con celeridad si quieren sobrevivir. Por desgracia, el trabajo criminal es el medio más redituable en la búsqueda de su sustento. Convertirse en ladrones y sicarios, en vendedores de drogas o en trabajadores sexuales, constituye su destino manifiesto.

Aunque la pobreza y las privaciones constituyen el mejor caldo de cultivo para una prematura pérdida de inocencia, no por eso los niños que crecen en hogares con recursos económicos tienen asegurada una infancia sana y feliz. La desintegración familiar es común a todas las clases sociales. Podría decirse que en esta sociedad frenética y deshumanizada abundan los niños huérfanos con padres vivos. Es evidente que incluso viviendo en la misma casa que sus padres, infinidad de infantes tienen como principal compañía y modelo a seguir lo visto en pantallas de celulares, computadoras o televisores. Violencia, pornografía, comportamientos nada solidarios son su pan de cada día. Padres agotados y absortos en sus propias faenas han cedido ese territorio. Es prioritario que se recuperen ellos mismos. Sólo así podrán promover el bienestar y desarrollo armónico de sus hijos. Actuando sapientemente en lo próximo, se mejorará también lo distante. El sistema entero puede humanizarse.

Es que el respeto, la solidaridad y la justicia son conductas aprendidas. No surgen de manera natural y espontánea en parajes idílicos ajenos a la sociedad. Son fruto de la genuina educación y del contacto nutricio con personas que han aprendido a convivir aun en las circunstancias más adversas. Son fruto del esfuerzo y siempre requieren disciplina. Erich Fromm enseñó que hasta el amor mismo es un arte y todo arte demanda cultivo metódico, atención plena, entrega y compromiso.

Inocencia puede ser sinónimo de ignorancia y de ingenuidad. Es mejor recuperar sus significados nobles: frescura, capacidad de asombro, sana curiosidad, voluntad de ampliar horizontes. Inocencia también es espontaneidad, pero aquella fruto del trabajo inteligente. Es como la atinada improvisación de los virtuosos de la música ,que sólo puede lograrse tras mucha práctica. Inocencia es disposición gozosa para aprender y compartir descubrimientos, es recuperar la magia de la primera vez y renovar el compromiso con la vida.

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Escrito en: señor de las moscas niñez Freud

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