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Inculcar el pensamiento crítico en la niñez

Cuando a un niño se le obliga a obedecer sin cuestionar nada o se le resuelven sus problemas, se le quita la oportunidad de desarrollar la autonomía que deriva de la capacidad de razonar.

Imagen: Freepik

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MARIMAR CENTENO

El pensamiento crítico es la capacidad que tiene el ser humano para construir una representación —e interpretación— mental significativa de su particular relación con el mundo. Esta habilidad está influenciada por condiciones biológicas, así como por el contexto familiar, social y cultural en el que crece el individuo.

Según el psicólogo Jean Piaget, durante el desarrollo cognitivo del niño este no sólo asimila lo que observa y escucha, sino que involucra la memoria, la resolución de problemas y la toma de decisiones para construir su propio conocimiento. En esta etapa se incorporan conceptos sobre el mundo y, a partir de ello, se adquieren destrezas y se cultivan emociones.

A nadie le agradaría que sus hijos fueran manipulables o sometidos. Promover el desarrollo del pensamiento crítico favorece la autonomía desde una edad temprana, por ejemplo, al darles la oportunidad de elegir la ropa que se van a poner o invitarlos a razonar cuando empiezan a tomar sus primeras decisiones. Este tipo de acciones les ayudarán a responder desde la lógica y no desde el impulso emocional, lo que puede ir replicando en las etapas siguientes de su ciclo vital.

DISTINGUIR HECHOS DE OPINIONES

Poner a los niños a pensar, además de promover su autonomía y objetividad, acostumbra a su mente a la búsqueda de la verdad y de soluciones. Es responsabilidad de los adultos informarles que no todo lo que escuchen o lean es real, porque en la era de la tecnología se emiten muchas noticias falsas. Desafortunadamente la red no se salva de la maldad de algunas personas que aprovechan la libertad de expresión para dañar; por eso es importante enseñar a los hijos a descubrir la verdad basándose en evidencias. Si se dejan llevar por opiniones es posible que los demás abusen de su ingenuidad y crezcan siendo muy manipulables. Para que desarrollen su pensamiento crítico, lo ideal es motivarlos a que despierten su curiosidad por la ciencia y observen cómo esta se sustenta en hechos y experiencias reales.

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Es responsabilidad de los adultos reflexionar con sus hijos sobre el contenido que ven en Internet. Imagen: Freepik

Ante cualquier situación de la vida cotidiana, se le puede sugerir al niño que se detenga un momento a reflexionar lo que sucede para elegir la mejor respuesta o solución.

VALIDACIÓN Y FORTALEZA

El ejemplo es el mejor maestro. La forma en que se comunican las familias es determinante en el desarrollo del pensamiento crítico. Cuando a los hijos se les da alguna instrucción o se les comunica algo, es importante explicarles por qué y para qué se toma esa decisión. Decirles que se limiten a obedecer sólo porque sí o porque sus padres lo dicen y ellos son los que mandan, puede generar en ellos baja autoestima, inseguridad y rasgos dependientes, es decir, pueden acostumbrarse a que sean otras personas las que decidan por ellos. Hay que recordar que los infantes comprenden muy bien cuando se les explica algo adecuadamente, y por lo tanto responden de una forma más positiva.

Interesarse por las cosas de los hijos los valida como seres humanos. Cuando los padres les preguntan cómo les fue en la escuela y se detienen a escucharlos de forma activa, es decir, con toda su atención en ellos y observándolos a los ojos, se fortalece el vínculo entre ambos.

Si los niños platican alguna experiencia desagradable o difícil es suficiente con observarlos, escucharlos y darles la mano o un abrazo que les permita sentirse validados, reconocidos y seguros. Hay padres muy entregados que quieren resolverles todo, pero lo recomendable es preguntarles: “¿Tú cómo crees que eso se podría solucionar?” Si no dan una respuesta asertiva, hay que reformular e insistir: “¿Habrá alguna otra forma de solucionar esto?” Ponerlos a razonar los llevará a encontrar la mejor opción ante las dificultades.

El pensamiento crítico lleva a producir creencias y conocimientos, plantear problemas, buscar soluciones, sentirse seguros al comunicarse e interactuar con otras personas, y establecer metas y vías para conseguirlas.

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La curiosidad y la colaboración son habilidades que se desarrollan junto con la capacidad de reflexión. Imagen: Freepik

ESTRATEGIAS DE APRENDIZAJE

Aprender es uno de los objetivos del pensamiento crítico. Una forma de hacerlo es teniendo acceso a la información necesaria y estudiándola. Esto es muy observable dentro del aula. Los niños que poseen el valor de estudiar pueden desenvolverse con mayor seguridad y autonomía, lograr comunicarse de forma asertiva o identificar cuando algo sólo es una opinión o creencia inculcada por los cuidadores de sus compañeros y por el modelo de pensamiento que promovieron en ellos.

La edad ideal para que los hijos comiencen a aprender es desde que son bebés, por ejemplo, con los juegos de figuras geométricas que tienen que acomodar en el espacio donde corresponden. Esto los hace observar la forma del objeto y aprender a relacionarlo con el espacio donde puede embonarlo.

Hay una gran variedad de juegos didácticos que ayudarán a los niños a desarrollar el pensamiento lógico de acuerdo a su edad. Conforme van creciendo querrán jugar con un grado de complejidad más elevado. De este modo las actividades lúdicas se convierten también en una estrategia de aprendizaje.

Las preguntas abiertas bien formuladas son otra herramienta básica para el desarrollo del pensamiento crítico. Por ejemplo, cuando navegan por la red, son susceptibles a seguir a algún youtuber. Si el contenido que observan no parece apropiado para ellos, en vez de imponerles una prohibición hay que practicar el cuestionamiento lógico y coherente con preguntas como “¿Lo que estás observando está transmitiendo algún valor?, ¿qué opinas tú al respecto?, ¿puedes identificar que es sólo la opinión de alguien y no un hecho?”.

Uno de los mejores regalos que los padres pueden brindar a sus hijos es enseñarlos a reflexionar. Al invitarlos a explorar un problema específico, se ponen a prueba sus diferentes habilidades y destrezas, como leer, debatir con datos sustentados, interactuar con otros, escuchar a los demás y trabajar de forma colaborativa, analizando la información que reciben para construir conceptos y proponer soluciones. 

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