Imparable sequía
El 15 de enero de este 2024, el 61.59 por ciento del territorio nacional sufría algún tipo de sequía. La sequía excepcional alcanzaba 8.91 por ciento, la extrema 19.88 por ciento, la severa 16.24 por ciento y la moderada 20.28 por ciento. Sólo 18.1 por ciento del territorio no tenía afectación. Hemos empezado 2024 con las presas de casi todo el país en niveles excepcionalmente bajos. El sistema Cutzamala, que abastece al valle de México, suele terminar el año con niveles de 80 por ciento; este 2023 concluyó con 38 por ciento.
Estamos viendo el resultado de la acumulación de varios años de calor. El fenómeno no sólo se da en nuestro país, hay una crisis global. Hemos registrado crecientes niveles de temperatura dentro de un proceso de calentamiento global que es muy difícil o imposible de detener. Un artículo en la revista Nature señalaba este enero pasado que los niveles de los acuíferos están bajando en todo el mundo. Las lluvias no llegarán súbitamente a salvarnos de esta sequía. Y si lo hacen, su efecto no será perdurable. Debemos prepararnos para un futuro más caliente y seco.
Esto no significa que la humanidad se vaya a extinguir en unos cuantos años. Tendremos que adaptarnos, como lo hemos hecho tantas a veces en la historia. ¿Es posible? Sí, por supuesto, pero tenemos que actuar con inteligencia.
El acceso al agua, infortunadamente, se ha convertido en un instrumento de manipulación de los políticos. Estos han tomado control de los sistemas de extracción y distribución de agua y los utilizan bajo criterios electorales. El resultado ha sido un deterioro cada vez mayor de estos sistemas. A los políticos no les interesa que sean rentables y sostenibles en el largo plazo, sino que los ayuden a ganar elecciones. Cobran tarifas artificialmente bajas, que no consideran la inversión necesaria para enfrentar el consumo futuro o el tratamiento del agua, y llevan por lo tanto a crisis recurrentes, como la que se registró en Monterrey en el verano de 2023.
Haber convertido el agua en un derecho humano, lejos de ayudar, es un obstáculo. Como el agua es un “derecho”, los políticos piensan que pueden regalarla o malbaratarla. La usan para comprar votos, pero no se preocupan por hacer las inversiones que mantendrían los servicios y ahorrarían agua en el largo plazo. Como abaratan el agua de manera artificial, además, incentivan su desperdicio.
Algunos sistemas de manejo de agua en el mundo son muy buenos y pueden servir de ejemplo. Se caracterizan por ser autónomos, aislados de las decisiones electorales de los políticos. Muchos son públicos, pero otros privados. Estos últimos tienen la ventaja de que el operador aplica criterios de rentabilidad y mantenimiento de la estabilidad de los sistemas en el largo plazo, mientras que el gobierno supervisa y audita.
Los buenos sistemas de manejo de agua deben estar bien capitalizados. Deben hacer inversiones cuantiosas para mejorar la extracción y reparar fugas, para lo cual necesitan tarifas adecuadas, que se apliquen a todos los usuarios y que cubran no sólo el costo de extracción, sino el mantenimiento de la red y, sobre todo, el tratamiento de aguas residuales.
A los políticos, sin embargo, les gustan pensar en la próxima elección y no en el futuro de los sistemas de agua. Muchas de las crisis que se están viviendo en la actualidad son producto de la falta de inversiones. Lo peor es que, con el calentamiento global, estas crisis se harán cada vez más frecuentes. Hoy más que nunca necesitamos administradores profesionales de los sistemas de manejo de agua.