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Entre quirófanos y fantasmas

El caso es que no hay debates de ideas. No se revisan con seriedad tesis ni hay genuina búsqueda de la verdad.

Entre quirófanos y fantasmas

Entre quirófanos y fantasmas

ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Entre quirófanos y fantasmas encontramos al morfema FAN. Esa unidad de significado puede ser tan cortante como el bisturí usado en quirófanos y tan impactante como el avistamiento de un fantasma. Lo encontramos en más palabras como epifanía, fanerógama y fanático. Este último vocablo ha adquirido relevancia especial en religión, política, espectáculos y deportes, pero no existe actividad humana donde no se manifieste el fanatismo.

La partícula FAN, semánticamente, se refiere a lo que se manifiesta, aparece o percibe. En un quirófano resalta el hábil trabajo en manos de los médicos cirujanos, un fantasma es lo que supuestamente se aparece para susto de algunas personas, epifanía es una revelación de lo alto, fanerógama es la planta de la que se perciben con facilidad sus órganos de reproducción. Por su parte, la palabra fanático deriva del vocablo latino fanum, que significa templo. ¿Qué tiene que ver el morfema FAN con un templo? Los templos, a decir de los creyentes, son lugares especiales para las manifestaciones divinas.

Es claro que los primeros fanáticos fueron asistentes a templos y veían con enorme recelo a quienes no compartían sus dogmas o prácticas religiosas. Pronto consideraron a los de diferentes creencias como paganos despreciables, incluso como enemigos espirituales. Como sentían tener comunicación directa y privilegiada con Dios, también se sintieron con el derecho de repudiar y excomulgar a quienes no se ajustaban a su ortodoxia. Con el tiempo se llegaría a tribunales de inquisición, tormentos y hogueras. Ese fanatismo se ha manifestado en las más diversas religiones, pues se han cometido los peores actos de barbarie en el nombre de Dios.

En nuestro tiempo, el fanatismo político es tan intenso como el religioso. Se dirá que ya no hay hogueras para los que suscriben otras ideas, por lo menos no en las naciones con estado de derecho. No obstante, se dan atroces linchamientos mediáticos en las redes sociales y los llamados haters, apoyados por grupos coordinados para intimidar y denostar a quienes expresan convicciones auténticas, agreden a quienes consideran sus contrarios.

A priori se descalifica a los que no muestran adhesión incondicional al líder. La polarización constituye el pan nuestro de cada día. En el simplismo más insensato, por ejemplo, muchos dividen taxativamente a los mexicanos en fifís y chairos. Claro está que esos términos, con sus peores connotaciones, son empleados para designar a los integrantes del otro grupo. Nadie se autodenominará fifí ni se reconocerá como chairo, pues todos se consideran a sí mismos patriotas y defensores de las causas más nobles.

El caso es que no hay debates de ideas. No se revisan con seriedad tesis ni hay genuina búsqueda de la verdad. Se acude por sistema al desprestigio del disidente, en lugar de evaluar los fundamentos, la pertinencia y la coherencia de sus aseveraciones. Sin clemencia ni recato todo se utilizará en desdoro del otro: sus antecedentes familiares, su orientación sexual, sus amistades, su grupo étnico, su apariencia personal. A eso se le conoce con el eufemismo de argumentación ad hominem, pero para nada es una argumentación.

No con menor virulencia se da fanatismo en los seguidores de equipos deportivos. Incontables los casos donde la pasión se desborda y genera violencia, incluso con resultados homicidas, sobre todo en el futbol. Los que apoyan al otro equipo son considerados enemigos por los fanáticos. Los partidos denominados “clásicos” son vistos como una batalla que trasciende la cancha y el tiempo oficial. Si los equipos son de la misma ciudad, entonces se genera un ambiente de guerra civil. Pareciera que el amor por un club exige derramamiento de sangre.

La intolerancia, propia de fanáticos, se manifiesta asimismo en el seguimiento a cantantes y actores. En una reunión atrévase a decir que a usted le parece sobresaliente el trabajo de un artista y de inmediato otros dirán que tal otro es muy superior. Incluso en la academia y en el ejercicio profesional hay disputas por tener distintos enfoques y marcos teóricos. Eso se nota fácilmente en el campo de la terapia y la salud mental: psicoanalistas, conductistas, humanistas, gestaltistas, se descalifican entre sí, pues algunos profesionales consideran a sus corrientes como las únicas válidas. Siempre será oportuno señalar que, en cuestiones académicas, la autoridad es la última razón y la razón es la primera autoridad.

No cabe duda, la diversidad es riqueza y el compromiso con la verdad exige la renuncia a todo fanatismo.

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