El diablo en la música
Dicen que el diablo se esconde en los detalles. Así lo creían los músicos antiguos: al armonizar sus trabajos evitaban combinar ciertas notas, pues estaban convencidos de que un pequeño descuido podían abrirle la puerta al demonio. Para figuras como Guido d´ Arezzo o Claudio Monteverdi, incluir una cuarta aumentada era un terrible error que debía ser evitado por todos los medios. Aún hoy, en muchas facultades de música, los estudiantes de armonía que incluyen cuartas aumentadas son reprendidos por sus maestros, pues ese intervalo es un recordatorio de que somos mortales e imperfectos. Vista así, la música es un juego de vida o muerte en donde la perfección consiste en torear al maligno, en bailar con las sombras, en estar del fuego sin quemarse. Este hechizo no es característica exclusiva del arte de las corcheas y los silencios. Se encuentra también en algunos óleos y grabados, en ciertas danzas, en la mejor literatura. Muestra de ello es Diabulus in musica, novela de Espido Freire publicada en 2001.
Nacida en Bilbao en 1974, la autora estudió música y canto desde su infancia hasta los dieciocho años. Debido a esta circunstancia hizo varias giras con la compañía de ópera de José Carreras. Después, su vocación por las letras la condujo a estudiar Filología Inglesa en la Universidad de Deusto. En 1998 publicó su primera novela, Irlanda. Un año más tarde y con otra novela, Melocotones helados, obtuvo el premio Planeta.
No es fácil explicar por qué los antiguos músicos vivían tan convencidos de evitar las cuartas aumentadas. Sin embargo, en pleno siglo XXI aún creemos que hay actos cotidianos tras los que se agazapan peligros que preferiríamos no enfrentar. La mujer que protagoniza Diabulus in musica también intuye que su vida se sostiene de hilos frágiles. A pesar de eso hurga donde sabe que hay riesgo. Después de una infancia de imposiciones y de una adolescencia marcada por el suicidio de Mikel, su primer amor, decide alejarse de su tierra y su familia. Es quizá la única forma de exorcizar sus fantasmas. Entonces conoce a Christopher Random, un actor quince años mayor que ella, y cae en el espejismo de ver en él al exnovio suicida. No es una comparación gratuita: Random es un actor que ha estado de moda en otros tiempos, y el suicida Mikel procuraba parecerse a una de las caracterizaciones de este actor.
Espido Freire aporta las informaciones necesarias para apoyar la historia. Aun cuando es difícil explicar en qué consiste el diabulus in musica a quienes no tienen nociones de armonía, ella lo logra con términos sencillos. Aborda también los conflictos de identidad que deben resolver quienes optan por el difícil camino de las artes escénicas: cantantes de ópera, actores de cine y de teatro, bailarines. Quienes actúan también se enfrentan, a su modo, con los demonios internos.
Así, Espido Freire nos deja la idea de que aún hoy el diablo sigue habitando en la música. El arte de las corcheas y los silencios es un ritual que no cualquiera puede oficiar: el joven Mikel toma la decisión de suicidarse cuando su familia es incapaz de asimilar que quiere convertirse en violonchelista profesional. La convivencia forzada con la música también puede ser un asunto sombrío: no es casual que protagonista de Diabulus in musica viva sumergida en conflictos a partir de que la obligan a estudiar canto (“Las clases tallaban, pulían, terminaban cepillando. Dolían”, dice la narradora al recordar sus lecciones de vocalización).
Con una estructura muy bien pensada, la novela fluye ágil y se lee en dos días. Pero ágil no quiere decir ligero. Tal como los viejos maestros del contrapunto sabían que un mínimo error podía condenarlos, da la impresión de que al escribir esta novela Espido Freire se jugó el alma en cada teclazo. Las atmósferas sombrías, sumadas a los recursos del thriller y a un sólido conocimiento de las artes, hacen de Diabulus in música un recital silencioso que merece un nutrido aplauso.