Desprenderse
Y de pronto la vida te sacude y te recuerda que hay mucho que no depende de ti, que no queda más remedio que aceptar la levedad del ser. La fragilidad de la existencia se expresa con contundencia, no queda más que rendirse y aceptar, mentiría si dijera que con gusto.
Todo cambia, nada es eterno. El para siempre no existe, tenemos que fluir, aceptar la impermanencia. Sí, está bien, la razón se impone sobre el corazón, ¡pero caramba! No somos santos, ni el estoicismo es parte de nosotros, por eso, cuando se trastoca lo que llamamos normalidad, renegamos, nos enojamos y dudamos sobre por qué y para qué existe la vida.
¿Es en serio que tenemos que pasar por tanto? El dolor físico, la desesperanza anímica, la pérdida del rumbo, la precariedad económica, el rechazo, el juicio de los demás, las habladurías, las envidias, el desamor, los errores, todo para llegar al destino común: la muerte.
Claro, me podrás decir que ese recuento es fatalista, que debemos ver el lado luminoso de la existencia donde habita la felicidad, la salud, la esperanza, la misericordia, la abundancia, la aceptación, el amor, la asertividad, los éxitos. Eso nos hace llegar a la plenitud deseada, pero al final la cita es con la misma muerte.
En nuestras limitaciones como seres pensantes y sintientes, dejamos de lado lo que provocan las experiencias por las que atravesamos. Ni siquiera percibimos que un dolor emocional deja huella y que eso hará que nuestro ser físico se resienta. Pensamos que secarnos las lágrimas y recuperar el sueño son indicativos de que hemos superado la prueba. No necesariamente es así, lo que pasa es que ponemos en acción todos los mecanismos de defensa posibles, como la represión o la sublimación.
Las pérdidas nos aturden. A veces no sabemos cómo reaccionar. Hay situaciones que se viven por primera vez y como es una lección nueva, no hallamos ni por dónde empezar a resolver.
Toda pérdida implica desprenderse y eso significa desunir, desatar lo que estaba fijo, apartarse o desapropiarse de algo. Cuando logramos soltar lo que sucede, es que de alguna manera estamos dando paso a la fe.
Tal vez y sólo tal vez, lo primero que podríamos hacer frente a la pérdida es reconocerla, identificarla, limitarla a sus verdaderas dimensiones. Una vez que lo hayamos hecho veremos con más claridad si sobredimensionamos o le hacemos justicia a lo sucedido. La observación demanda el ejercicio de la respiración consciente, ¿qué sucede cuando el dolor nos toma por completo? Lloramos, gemimos y respiramos cortito. Ni una inhalación logra llegar hasta el abdomen y eso hace que al respirar corto y rápido corramos el riesgo de entrar al terreno de la hiperventilación, la cual arroja otro tipo de resultados físicos.
Después de respirar profundo y con consciencia podríamos acercarnos a la realidad que plantea la circunstancia, pero esa realidad tendría que estar perfectamente localizada en el presente. Si es la muerte de alguien cercano la que detona el desprendimiento, entonces ir al futuro provoca más incertidumbre. Y si vamos al pasado, más tristeza y nostalgia originadas por los recuerdos que se agolpan.
Podríamos empezar a pensar que hay una mudanza a un espacio que es tan hermoso que sobrecoge, a un estado mental abierto donde todos los sentidos se exacerban, puede ser que sólo eso haga posible la modificación de lo que nos acontece.
Después, y el tiempo en que ocurre es muy personal, demos lugar a cerrar ciclos; despedirse de algo o de alguien implica forzosamente ese paso.
Vendiste una casa donde fuiste feliz, cierra el ciclo. Hay un divorcio, cierra el ciclo. Hay una amistad perdida, cierra el ciclo. Hay un empleo que dejas atrás, cierra el ciclo. Hay una muerte, cierra el ciclo. Eso podemos hacerlo sólo si resignificamos el evento. Hay que darle otro sentido más allá de la pérdida misma.
El desprendernos no debemos interpretarlo como castigo, es sólo una experiencia más que, aunque dolorosa, obedece a un fin perfecto. No sé cuántas veces he tocado este tema, y me doy cuenta que llegar a aceptar el desprendimiento sigue siendo difícil, eso me indica que tengo que seguir trabajando y muy seguramente hasta que llegue la separación de mi ser físico. Cuando la muerte de alguien da un nuevo significado a tu estar en el mundo, esa vida habrá valido por ello.