Dante, “autor” del Estado
Muchos autores de un texto cualquiera, sobre todo de literatura, sufren con la necesidad de ponerle título. Algunos mejor evaden el problema y dejan la obra sin bautizar. Otros tantos son buenos para dar nombre a lo que ha producido su ingenio. Un título que por muchas razones me parece adecuado según lo que describe y según lo que me hace imaginar es el de la primera parte del libro La cultura del Renacimiento en Italia, de Jacob Burckhardt. Como significante rebosa significado gracias a la abundante sustancia de la obra, pero anoté arriba que para mí lo es por los atributos que en uso de mi subjetividad le concedo. El título es “El Estado como obra de arte”.
Arte y Renacimiento sin duda son términos concomitantes porque el segundo convoca por tradición al primero. No es extraño que quien escuche la palabra Renacimiento —con mayúscula— observe que a la mente se le viene un caudal de imágenes pictóricas y hasta escultóricas; no falta que se le incorporen algunas literarias, arquitectónicas y hasta musicales. Hablo de todo esto porque mayo —quizá el 29— es el mes de nacimiento de un gran hombre del Renacimiento, Dante Alighieri. Aún se discute si el 29. No importa. Su estatura no requiere precisión.
Dante fue reconocido como poeta supremo desde su propia época. Sin embargo, fue también militante político y participó en la administración pública en Florencia, además escribió notables ideas sobre ello. De allí que sea uno de los artistas que contribuyeron a construir el Estado, el de su tiempo y el de la posteridad. Así surgió el Estado como obra de arte que describe Burckhardt. Y decía que el título que concibió el historiador para la primera parte de su valioso libro desata mi subjetividad porque imagino a los tres mayores escritores del Renacimiento, el propio Dante, otro poeta, Francesco Petrarca, y un narrador, Giovanni Boccaccio, modelando lo que en su tiempo sería, y en el nuestro lo es, el Estado. Sin embargo, no es fantasía, los tres teorizaron sobre cómo se debería organizar la sociedad para constituirse en Estado. Por ellos y otros artistas el citado Burckardt dice que Florencia llegó a ser la patria de las doctrinas y las teorías políticas.
Así nombra el historiador al primer Estado del mundo: “La máxima conciencia política y la mayor riqueza de formas evolutivas las encontramos en Florencia. En este sentido Florencia merece en justicia el título de primer Estado moderno del mundo […] llegó a ser Florencia la patria de las doctrinas y las teorías políticas […].”
Dante sería eje artístico y esclarecido teórico político. Junto con él, Petrarca, Boccaccio; otros contemporáneos y otros posteriores. El autor a quien venimos siguiendo, Burckhardt, de una manera resplandeciente condensa la tarea teórica, racionalista, transformadora, revolucionaria de Dante: “hay que reconocer que aquella especulación política, actitud mental ésta sólo recién nacida, si no era más que un ensueño juvenil, tenía en Dante grandeza poética. Siente el orgullo de ser el primero en hollar este camino de la mano de Aristóteles, ciertamente, pero a su modo, con independencia”. El poeta, el artista, como autor; su creación, el Estado como obra de arte.
Además Dante, el poeta, renovó la virtud del espíritu crítico en la Divina Comedia con vigor, entereza y belleza y lo hizo desde la invectiva no exenta de humorismo. Su obra mayor es una inmensurable lección para interesados en la literatura y todo lo demás porque enseña a ser críticos, es decir, a observar, juzgar y decir para mejorar. El imprescindible Burckhardt lo considera “maestro de la más colosal comicidad”. Como ejemplos del humorismo dantesco el historiador apunta los capítulos XXI y XXII del “Infierno”, en la Divina Comedia. Este crítico humorista es el cofundador del Estado.