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Amigo de tu enemigo

Nadie tiene que creerme, yo nomás digo. Como haya sido, no todo fue para mal, dado que de la relación de Hernán y Malintzin nació Martín Cortés, primer mestizo y padre de la raza mexicana.

Amigo de tu enemigo

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ADELA CELORIO

“Id y ved un nopal salvaje: y allí tranquila veréis un águila que está enhiesta. Allí come, allí se peina las plumas, y con eso quedará contento vuestro corazón: y allí estaremos y allí reinaremos. Allí esperaremos y daremos encuentro a toda clase de gentes. Allí estará perdurable nuestra ciudad de Tenochtitlan donde muchas cosas habrán de suceder”, predijo Tezozómoc y sucedieron. Tantas, que ahora 20 millones de ciudadanos de todas las razas, creencias e ideologías, nos apretujamos en la gran Ciudad de México.

Con motivo del 693 aniversario de la fundación de Tenochtitlan —que algunos historiadores ubican el 13 de marzo y otros el 18 de julio en el 1327— me parece oportuno compartir aquí algunas reflexiones que, de acuerdo a la historia oficial, pueden resultar irreverentes. Como mito fundacional, el águila que devora una serpiente, es cuando menos una forma real maravillosa de darle origen al asentamiento que, después de un peregrinaje de 210 años, hicieron aquí los emigrantes de la mítica Aztlán, quienes sin fronteras ni pasaportes, sencillamente se aposentaron.

Que cada cual crea lo que quiera. En cuanto a mí, estoy convencida de que fue la pródiga y fertilizante laguna y la abundancia de riquezas naturales de la región, lo que hizo posible la fundación del imperio más poderoso de Mesoamérica, mismo que dos siglos más tarde deslumbraría a Hernán Cortés, quien lo describió como una urbe palaciega.

Pueblo de astrólogos y poetas, pero también de poderosos guerreros que, por su abuso y crueldad, se ganaron la enemistad de los pueblos vecinos. Y ahí va de nuevo mi irreverencia. Me niego a creer que 500 españoles, la mayoría analfabetos, trasplantados, aislados por un lenguaje que desconocían, presumiblemente mermados por lo que conocemos como “la venganza de Moctezuma”, pudieran conquistar a un pueblo de endurecidos guerreros en su propio territorio.

Cortés tuvo la astucia de amistarse con las diferentes tribus enemigas, y ya se sabe que amigo de tu enemigo, tu enemigo será. Con apenas treinta y dos caballos, algunos perros y burdas espadas con que contaban los invasores, me resulta más creíble que centenares de totonacas, tlaxcaltecas y cholultecos, unidos como hermanos contra aquel tirano fiero y carnicero de Moctezuma —según escribió Diego Muñoz Camargo— derrotaran a los aztecas. Y aquí va, pacientísimo lector, lectora, la irreverencia mayor: la conquista de Tenochtitlan que se atribuye a Cortés y sus huestes, según mi leal saber y entender, tendría que atribuirse a la desunión y el rencor con que las diferenes tribus de indígenas se aniquilaron entre si.

Nadie tiene que creerme, yo nomás digo. Como haya sido, no todo fue para mal, dado que de la relación de Hernán y Malintzin nació Martín Cortés, primer mestizo y padre de la raza mexicana. A partir de entonces, en lugar de las 36 lenguas diversas que todavía dificultan la comunicación y el desarrolllo de algunos pueblos indígenas, nos unifica el idioma español. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México multicultural de hoy. Nuestra casa, recinto de flores, con rayos de sol en la ciudad, México Tenochtitlan en tiempos antiguos; lugar bueno, hermoso, nuestra morada de humanos, nuestra gloria en la tierra. Nuestra casa, niebla de humo, ciudad mortaja, México-Tenochtitlán ahora; enloquecido lugar de ruido. ¿Aún podemos elevar un canto?

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