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Muchos matrimonios sufren por la negativa constante de la mujer a dejarse ver desnuda. Hay quienes al despertar por la mañana o salir de la ducha prefieren envolverse en las sábanas o la toalla a enfrentar la observación de su compañero.
Se niegan de manera rotunda dando razones que no convencen, pero logran irritar a la pareja. La vida compartida se ve entonces entorpecida por este temor que experimenta quien considera vergonzoso su cuerpo.
La renuencia para dejarse ver desnuda se convierte en una serie de rituales, como cubrirse con las sábanas de la cama, hacer el amor a oscuras, no bañarse juntos y una interminable lista de obstáculos a mostrar el cuerpo. Caen en permitir que sólo algunas partes puedan ser tocadas, excluyendo la vulva, vagina, senos, entre otras zonas que se consideran sensuales.
La sexualidad se ve alterada por la ritualización que va encaminada a que prevalezca el prejuicio de que el cuerpo y sus partes asociadas al erotismo son vergonzosas. Pueden pasar varios años e incluso toda la vida de convivencia de estas parejas sin resolver jamás este conflicto cuyo origen es mental-emocional.
EL CUERPO COMO OBJETO SAGRADO
En algún momento de la historia de la humanidad, el cuerpo como vía de expresión sensual pasó de ser natural a convertirse en un objeto sagrado. Así, la sexualidad se vio reducida a la reproducción. Quienes la ejercían sin esta restricción fueron etiquetados como promiscuos, exaltándose la imagen de la sexualidad contenida, reprimida, rechazada o postergada como una muestra de madurez emocional y espiritual.
Estos conceptos fueron transmitidos de una generación a otra mediante el adoctrinamiento sexual represivo. Se identificó a la sexualidad como un apetito indecente y pecaminoso contra el que había que luchar; se negó también su naturaleza biológica afincada en las hormonas que cada ser humano produce y le generan deseo carnal.
De esta manera, se erigió una barrera infranqueable en torno a la libre expresión de la sexualidad, considerando que cualquier pensamiento relacionado con ella era necesariamente morboso y sucio. Posteriormente bastó con que cada generación repitiera el mensaje sin contradecirlo o examinarlo para que esto se volviera una normalidad.
El amor en la pareja con esta dificultad de comunicación sexual no se pone en duda; se aman y desean construir un proyecto de vida en común. Sin embargo, las relaciones sexuales no son frecuentes ni intensas porque quien se niega a disfrutarlas de manera libre le impone a su compañero las limitaciones que le brindan seguridad. El varón desea contemplarla en su desnudez total y tocarla. Ella, en cambio, acepta una relación íntima en una o dos posiciones y el sexo oral suele ser rechazado rotundamente.
CAUSAS
En la educación sexual en la infancia influye más el ejemplo que las palabras. Los niños absorben conocimientos de sus padres y cuidadores sin tener la capacidad de reflexionarlos. Es en esta tierna edad donde suelen escuchar, ver o incluso ser involucrados en prácticas sexuales involuntarias, por lo que pueden notar si sus cuidadores manifiestan rechazo por la sexualidad viéndola como indecente.
La condición vulnerable de los menores los convierte en víctimas inocentes de estos patrones culturales que se trasmiten sin una valoración objetiva. Una vez aceptados estos conceptos, las experiencias posteriores serán vividas de modo que los reforzarán.
Durante la adolescencia, las mujeres inician su cambio corporal: sus senos aumentan de tamaño y su cuerpo cambia. Algunas de ellas llegan a rechazar su desarrollo mamario usando ropa holgada o vendando sus pechos para comprimirlos. En esta etapa da inicio la siguiente batalla: la aceptación o el rechazo de su cuerpo, atribuyéndose belleza o fealdad de acuerdo con los patrones de su cultura.
A los adolescentes se les suelen transmitir mitos sexuales relacionados con el valor de hombres y mujeres. Cuando no cuentan con conocimientos verdaderos respecto a la sexualidad, terminan por aceptarlos.
REDESCUBRIR LA CAPACIDAD EXPRESIVA DE LA SEXUALIDAD
Muchas parejas dejan pasar el problema sin tomar en cuenta las consecuencias psicológicas que conlleva la vergüenza por la propia desnudez.
En estos casos, la mayoría de las mujeres aceptan la condición, argumentando que ocultar su cuerpo es lo normal, mientras sienten asco o repulsión hacia ellas mismas. Hay dolor tanto en ella como en su compañero que comparte este proceso. Ella padece autorechazo y él también sufre las consecuencias.
El amor que los une se enfrenta al pensamiento catastrófico de considerar imposible superar este obstáculo, sin considerar que la valoración psicosexual puede ofrecer una terapia apropiada a su dinámica personal, que construya una comunicación emocional y sexual fincada en la verdad y no en los prejuicios.
Una persona convencida de la imposibilidad de ser ayudada presenta resistencias a la intervención psicosexológica, lo que dificulta su atención; sin embargo, la experiencia clínica corrobora el éxito de la terapia.
El sufrimiento compartido por estos compañeros de vida no debe ser para siempre. Existen múltiples métodos y abordajes clínicos que pueden ayudarles a retomar una comunicación sexual donde el amor y la pasión formen una mancuerna perfecta.