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Juan Villoro

Juan Villoro escribe un diálogo con su padre

En La figura del mundo, el autor se transporta continuamente a su infancia, un sitio que exige despojarse de los miedos al momento de visitarlo

Murmullos, comentarios y evocaciones aterrizaron en su escritura. (ENRIQUE CASTRUITA)

Murmullos, comentarios y evocaciones aterrizaron en su escritura. (ENRIQUE CASTRUITA)

SAÚL RODRÍGUEZ

Ha retornado a Torreón junto a su familia para donar la obra San Dimas, del pintor neerlandés Matthias Stom, al Museo Arocena. Acompañado por su madre, la doctora Estela Ruiz, su hermana, Carmen Villoro y la gestora cultural, Carmen Gaitán, el escritor Juan Villoro aseguró el pasado jueves que su padre, el filósofo mexico-catalán Luis Villoro (fallecido en 2014), estaría contento con esta donación, pues le gustaba desapegarse de las cosas.

En un continuo andar por las heridas cicatrizadas de la memoria, Juan Villoro ha redactado un entendimiento con su padre. La figura del mundo (Literatura Random House, 2023), nutrido por 267 páginas, un prólogo, nueve capítulos y un epílogo, es la nueva propuesta literaria del miembro de El Colegio Nacional.

“Una de las grandes sorpresas que te puede deparar la muerte es que no cierra la puerta. Es decir, tú piensas que la muerte concluye con una vida, pero hay muchas cosas que afloran después de ella”.

Murmullos, comentarios y evocaciones aterrizaron en su escritura. Cuando su padre murió, Juan Villoro pensó que allí concluiría su vida, pero diversas personas se acercaron para hablarle de él. El escritor escuchó a exalumnos y su caminata en la lucha de la izquierda. Otras personas, entre familiares, amigos y conocidos, agregaron más párrafos a esta nueva narrativa.

“La muerte despierta la necesidad de recordar al difunto. Y esto puede ser un proceso de sanación colectiva. Necesitamos decirlo y necesitamos oírlo para curarnos de la pérdida”.

Estas narraciones fueron decisivas, pues su padre era una persona reservada y compartía muy pocas cosas de sí mismo. Rehuía a los chismes y las anécdotas; prefería hablar de ideas o situaciones políticas. El mismo Juan Villoro ignoraba muchos aspectos de su vida. Su fallecimiento imprimió una relatoría póstuma que le auxilió al momento de escribir su libro.

Infancia sólo una

En La figura del mundo, Juan Villoro se transporta continuamente a su infancia, un sitio que exige despojarse de los miedos al momento de visitarlo. “Infancia es destino”, escribió el psicoanalista Santiago Ramírez. El autor comparte una imagen donde es cargado por su padre, símil al cuento No oyes ladrar los perros, de Juan Rulfo. En la Eneida, Virgilio relata cómo el héroe Enéas carga a su padre para sacarlo de una Troya consumida en llamas. Cuando se le pregunta si en este libro hace una especie de Eneas e intenta cargar a su padre, Juan expresa que es el deseo de todo hijo.

“Es quizá una ilusión que todos nosotros tenemos, de también cargar al padre. En este caso, no se trató de salvarlo, porque tuvo una vida muy cumplida, muy amplia, llena de gratificaciones y de logros. Más bien traté de entenderlo, porque siendo una persona bastante conocida en el ámbito académico, era muy refractario a decir algo de sí mismo”.

Juan asegura que su padre era propietario de un jardín que guardaba en secreto y el cual no se podía atisbar. La publicación supone un intento por encontrar las claves emocionales de su actitudes racionales: “la vida privada de su vida pública”.

Las cosas que desconocía de don Luis Villoro sólo pudo observarlas al momento de escribirlas. Considera la escritura es un proceso de autoconocimiento. Se propuso hilar hechos con circunstancias que no se habían asociado con ellos. Por ejemplo, los juegos olímpicos celebrados en México después de la matanza de Tlatelolco, en 1968.

“En ese momento mi padre se arriesgó a estar en las olimpiadas, porque varios de sus compañeros ya habían caído en la cárcel de Lecumberri, varias personas le habían dicho que estaba en la lista negra y le habían aconsejado que huyera. Sin embargo, como había comprado boletos para ir a las olimpiadas conmigo, no se ocultó”.

A la distancia, Juan Villoro se percató de que ese momento de fiesta significaba un momento de alto riesgo para su padre. El año de 1968 fue un momento que entendió más tarde al leer Los días y los años, de Luis González de Alba, y La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska.

Como todo filósofo, Luis Villoro estudiaba el sentido de la vida. Juan, como buen novelista, sigue sus pasos a su modo. Narrar los momentos junto a su padre en los estadios de futbol también le abrió el panorama ante el concepto de la derrota. Juan no pudo llorar en el velatorio por todos los trámites que le exigía el suceso. Días después recibió un correo electrónico con el pésame del F. C. Barcelona (equipo del que su padre era aficionado). El llanto almacenado escapó de sus ojos, como si los recuerdos necesitaran esa señal para liberarse.

“Fue regresar a la infancia, al niño que iba a los estadios con mi papá; el lugar donde más lo vi en toda mi vida fue un estadio de futbol”.

Juan Villoro presentó La figura del mundo la tarde de este viernes en el Museo Arocena. En los comentarios fue acompañado por el escritor lagunero Saúl Rosales.

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