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Crece el cerco de EUA a China en Asia

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Joe Biden y Donald Trump son adversarios políticos, pero tienen cosas en común. Una de ellas, la principal en materia de política exterior, es que ven a China como el rival más fuerte de Estados Unidos. Y no es tanto que ambos hayan decidido estar de acuerdo en ello. La valoración de los órganos de seguridad nacional e inteligencia, que tienden a no sujetarse a los vaivenes de la Casa Blanca, es unánime: si Washington no actúa decididamente hoy, mañana no tendrá con qué hacer frente al desafío que Pekín representa para el orden liberal que la potencia americana encabeza.

El enfoque de Trump contra China fue económico. El proteccionismo y la guerra comercial y tecnológica iniciadas por el expresidente republicano tienen el objetivo manifiesto de recomponer la industria nacional y disminuir el déficit comercial de EUA respecto a la potencia asiática, y el objetivo no tan manifiesto de obstruir al ascenso de ésta a la cúspide de la economía global. Biden ha continuado las políticas de Trump en este sentido, pero también ha abierto frentes en lo político y militar contra el régimen de Xi Jinping para plantar cara a su cada vez más asertiva política exterior.

Dentro de este contexto hay que observar la histórica reunión trilateral del mandatario estadounidense con el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol y el primer ministro de Japón, Fumio Kishida, el fin de semana pasado en Camp David. Los dos países asiáticos tienen una larga historia de desencuentros debido a los 35 años de colonialismo japonés en Corea y los agravios cometidos por Tokio contra ciudadanos coreanos durante la Segunda Guerra Mundial, principalmente contra mujeres, que fueron masivamente esclavizadas con fines sexuales por el ejército nipón.

Que hoy los mandatarios de ambas naciones puedan plantearse una sociedad en conjunto con EUA es ya de suyo relevante. Washington lo venía intentando con poco éxito desde hace varios lustros. El acercamiento de hoy tiene varias motivaciones que no existían en años anteriores. Para Seúl y Tokio las crecientes reclamaciones de Pekín en los mares del Pacífico representan un alto riesgo de inestabilidad y confrontación.

Además, Corea del Norte, cuyo régimen comunista depende del apoyo de China, muestra una actitud cada vez más agresiva con el lanzamiento de misiles balísticos a las aguas cercanas a Japón y Corea del Sur. El pragmatismo demanda entendimiento ante las amenazas comunes. Pero existe también una convergencia política: Yoon y Kishida pertenecen a partidos de derecha con visiones ideológicas similares, aunque no idénticas.

El acuerdo de Camp David, del que las partes aseguran que abre "una nueva era de cooperación trilateral", contempla estrechar lazos políticos y militares, incrementar el intercambio tecnológico y de inteligencia, fortalecer la seguridad en la región Asia-Pacífico y formalizar la práctica periódica de ejercicios militares conjuntos. Incluso, se pactó por primera vez entre los tres países el establecimiento de una línea directa, una "teléfono rojo", para comunicar de forma inmediata cualquier situación de riesgo.

Aunque los mandatarios firmantes dicen que los acuerdos no tienen dedicatoria, lo cierto es que sus ojos están puestos sobre tres naciones, como quedó asentado en la declaración conjunta: China, en primer lugar; Corea del Norte, en segundo, y Rusia en tercero. El temor respecto a Pekín tiene que ver principalmente con su reclamo sobre Taiwán, isla a la que pretende integrar completamente a la República Popular incluso por la fuerza, de ser necesario. De Norcorea temen por las amenazas con misiles ya mencionadas y la posibilidad de que Pyongyang brinde apoyo militar a Rusia en su guerra con Ucrania. Y en cuanto a Rusia, Corea del Sur, Japón y EUA se comprometen a mantener el respaldo a Kiev y las sanciones contra Moscú.

El acuerdo de cooperación trilateral de Camp David se suma a la arquitectura de alianzas políticas y militares que Washington viene fortaleciendo en los últimos años en la región Indo-Pacífico. Entre estas alianzas se encuentran algunas creadas en el siglo XX, como Cinco Ojos, un tratado de inteligencia y espionaje creado por EUA, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda en plena Segunda Guerra Mundial, y que ha sobrevivido hasta hoy ajustando sus objetivos e intereses conforme a los cambios geopolíticos. También está ANZUS, una alianza de seguridad formada en la Guerra Fría por EUA, Australia y Nueva Zelanda, para limitar la expansión de la influencia soviética.

En el siglo XXI Washington ha recuperado la estrategia de alianzas y foros en el Pacífico para acorralar las ambiciones de China. A los dos acuerdos mencionados, se han sumado el Quad, Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, un foro informal al que pertenecen EUA, India, Japón y Australia para garantizar, entre otros objetivos, el "orden internacional basado en reglas" en los mares de China. Y más recientemente se creó la alianza militar AUKUS entre Australia, RU y EUA, para aumentar la capacidad militar naval y tecnológica del primer país con el fin de que pueda ser un contrapeso a la creciente influencia de Pekín en la región.

El acuerdo de Camp David se suma a este esquema e incrementa las tensiones geopolíticas entre las dos grandes potencias de nuestra época. China ha impulsado organizaciones, proyectos y foros alternativos a los liderados por EUA. Entre ellos destacan la Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS); la Iniciativa de la Franja y la Ruta, también conocida como Nueva Ruta de la Seda; la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, en inglés), y los BRICS, grupo de cinco países emergentes que buscan crear una alternativa a la hegemonía del dólar.

A diferencia de su rival, China no busca alianzas permanentes que la obliguen a defender la seguridad de otros países. La geopolítica de Pekín se basa en la defensa a ultranza de sus intereses nacionales, como su reclamo sobre Taiwán y su soberanía en los mares cercanos a su territorio, y la comunión de intereses económicos y políticos con otras naciones. Un ejemplo claro es su relación con Rusia, con quien comparte foros en la OCS y los BRICS y reconoce una "amistad sin límites" que no la compromete a tener que ayudarla en su guerra contra Ucrania, aunque sí lo haga con sigilo.

El objetivo del gobierno de Xi Jinping es poner fin a la hegemonía de EUA en Asia-Pacífico y consolidar en la región un polo del que China sea el centro económico y político. Los esfuerzos de Washington por crear y fortalecer alianzas en la zona representan obstáculos a los intereses de Pekín que son vistos por el régimen de Xi como un cerco y una acción desesperada de una declinante hegemonía estadounidense. La posibilidad de entendimiento se aleja, mientras que el peligro por un error de cálculo se asoma con fuerza.

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