Columnas la Laguna

Higino Esparza

Torreón y su centro comercial

HIGINO ESPARZA

(Un saludo al magistrado Jesús Gerardo

Sotomayor, cronista de Torreón, escritor y

favorecedor del que esto escribe)

Don Jorge Alonso: ¡Esta pelón", fue la expresión espontánea de mi esposa al leer el encabezado de su ameno y optimista texto: "Reavivar el centro de Torreón". Coincido con ella y al mismo tiempo me pregunto: ¿Qué pasa con los torreonenses de hoy?

Los de mis tiempos -hablo de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado- forjaron un centro comercial pujante con tiendas elegantes como El Puerto de Liverpool, Fábricas Unidas, la Ciudad de París, Zapaterías Pardo, Tueme y Canadá; Rigo, la tienda de ropa lujosa para caballeros; Las Playas, un negocio de productos de ultramarinos traídos del Mediterráneo, Las Playas contiguas, artífices de las medicinales "pollas" reconstituyentes, de gran demanda dentro y fuera de la Comarca Lagunera; las célebres Casa Espejo, Siglo XX y la Casa del Aparador Redondo, los cines (ya desaparecidos) Modelo y Princesa, los hoteles Nazas, Elvira, El Salvador y Galicia, hoy venidos a menos por la incuria oficial y social; el hotel Del Paseo, que aún se sostiene precariamente; la Casa Esquerra, la Mercería Jaik, las papelerías El Modelo y Casa Dingler, la Sombrerería Tardán, La Japonesa, Vanity, PH, una cristalería que colmaba exigencias y demandas derivadas de las celebraciones del Día de la Madre; Casa Scheffino especialista en artículos religiosos; Las 3 BBB, al lado del actual Museo Arocena y único establecimiento donde se conseguían las aristocráticas plumas Esterbrook , los encendedores Ronson y las pitilleras de piel de becerro que presumían nuestros caballeros en los suntuosos bailes del Casino de La Laguna y en las festividades carnavalescas que se extendían a la plaza principal, avenida Juárez de por medio; la Botica Americana, que por las noches se convertía en un centro bohemio con presencia cubana, el Restaurante de Chita, la farmacia Benavides y su concurrida y discreta cafetería, rivalizando con los restaurantes La Rambla y Los Globos, con sus mesas siempre llenas, y en las cercanías un mercado Juárez que atraía y generaba clientela para todos los gustos.

Hay comercios de aquella época que aún sobreviven, pero otros muchos que ya habían alcanzado el rango de emblemáticos, sucumbieron finalmente arrastrados por la falta de clientes. En cambio, las cantinas de las calles transversales han logrado capotear la situación y aún siguen vigentes y alborotadas como son los casos de El Nopal, El Gato Negro, Cruz Blanca, Salón Chihuahua y otras más que siguen operando a persiana entreabierta para atrapar a posibles resucitadores del entorno. Entre los bares de postín donde se tomaba champagne, vino tinto, coñac y whisky figuraban el íntimo Delmo, de don Fernando del Moral, Bar Díaz, el Bar Plaza, Salón París y el muy oculto que funcionaba en los bajos del Casino de la Laguna, a un lado del túnel por el que corría el canal de "La Perla"- cerraron para siempre por incosteables. Seguramente son más los antros que siguen activos en el primer cuadro, pero tendría que recorrerlos de nuevo como lo hacía antaño, para traerlos otra vez a la memoria, disfrutando de antemano con las "chelas" bien muertas servidas del barril de aluminio al llamado vaso tanque. Terminaría la jornada en los tabaretes especializados en la venta y consumo allí mismo, de los rebosantes tacos de barbacoa y los platillos de birria adobada de carnero, chivo y demás animales exóticos (me refiero al cabrito).

La avenida Morelos, con sus enhiestas palmeras dueñas del camellón central, complementaba esa bulliciosa actividad comercial y de servicios que se daba en el centro de Torreón, transformándose en un paseo público por excelencia, con variados y atractivos negocios en ambas aceras y filas de jóvenes y adultos que en pareja o en grupo, la recorrían de noche partiendo de la plaza de armas hacia el oriente en una forma tranquila, festiva y segura. Los malvivientes tampoco se acercaban y si lo hacían, se mostraban discretos y respetuosos del bienestar ajeno. (Al menos a mi novia y a mí -mi actual esposa- nunca nos molestaron (ni aquéllos ni éstos) y libremente dábamos vueltas de un extremo al otro del bulevar -moreliábamos, para que se lea claro- y eso que ya eran las once de la noche)

Hoy, la avenida Morelos aparece desolada en gran parte, un abandono que lamentablemente también está afectando a las avenidas Juárez e Hidalgo en aquellos tramos donde antes hubo cines, escuelas dedicadas a la enseñanza comercial. (¿Por qué tuvieron que demoler el edificio de dos pisos estilo afrancesado, hecho de ladrillo rojo, con arcos y esquinas de cantera, con balcones, barandales y pisos de madera, una torre con campana y barda mediana perimetral, también de ladrillo rojo rematada con piezas de cantera en la que aparecían empotradas rejas afiligranadas protegiendo el recinto y sus bien cuidados prados en el que funcionó durante muchos años la fenecida Escuela Bancaria y Mercantil en la esquina de la avenida Juárez y la calle Ildefonso Fuentes?), así como las librerías localizadas por la misma Morelos y la calle Rodríguez, sector donde igualmente se movía a todo tren "Chácharas y Juguetes" y enfrente la Mueblería Colasa, con sus aparadores exhibiendo lujosos muebles hechos con caoba y diferentes maderas finas del estado de Guerrero. El edificio Monterrey y la residencia -hoy abandonada- de la familia Tueme, asimismo formaron parte de la prosperidad morelense. El primero sobrevive, a la segunda la atraviesan diagonalmente ominosas rajaduras, que en cualquier momento la harán pedazos y la hundirá en el pasado como sucedió con la casa Usher, la de Edgar Allan Poe. Entonces, y como paradoja siniestra, sus escombros acabarían por sepultar a la avenida Morelos.

Su artículo, don Sergio Alonso Guerra Macías, es motivador, sin duda y nos provoca -como es mi caso- una retahíla de sabrosos recuerdos que envidiarían las generaciones de moda, pero no hay que ser pesimistas ni fantasiosos y confiemos en que habrá pronto resultados favorables a través de un movimiento ciudadano que no debe desmayar en ningún momento, apoyado por las atinadas observaciones como las que hace usted a través de su columna "Todoterreno". Que sacudan y vuelvan polvo ese letargo que parece inmovilizar a los moradores de la "ciudad de los grandes esfuerzos", es mi deseo.

Por otra parte, la reubicación de la Junta Laboral y el Registro Público de la Propiedad al primero cuadro de la ciudad que usted propone, sería uno de los primeros detonantes reales de esa pretendida resucitación. Ya sucedió, por fortuna, con la Casa Mudéjar, habilitada por fin en un centro cultural donde comparten conocimientos y poemas escritores de la talla de Gilberto Prado Galán, un edificio de arquitectura árabe ubicada por la calle Ildefonso Fuentes, cedido a Torreón por la administración municipal de Salomón Juan Marcos a la UAL, con la condición de desarrollar el arte, la cultura y la educación. Para hacer más largo este cuento, felicito a los dueños de las sabrosísimas flautas de pollo, nopalitos, chanfaina, queso y frijoles licuados de la avenida Abasolo y Treviño, sobrevivientes del viejo Torreón a partir de la calle Múzquiz y avenida Juárez, y al propietario de la barbacoa, birria, consomé, atole de masa y tortillas doradas de la avenida Matamoros y calle Valdez Carrillo. A los dueños de "La Copa de Leche" y de la "Casa Garza", a los gorderos callejeros de la calle Blanco y avenida Presidente Carranza, a los vendedores de flores forjadores de un florido mercado ubicado en el mismo sector, a los comerciantes informales que operan entre las avenidas Juárez y Presidente Carranza, por la calle Valdez Carrillo. Ellos sí quieren a la llamada Perla de La Laguna y hacen honor a su divisa: "La Ciudad de los Grandes Esfuerzos". (Otra nota de última hora: las flautas dejaron de circular temporalmente a causa de la pandemia, y sobre la birria, espero fervorosamente que siga calentando el ambiente con sus exquisitos y humeantes consomés servidos en jarros y las tostadas que le dan más sabor al caldo).

Por el contrario, al que por muchos años se le conocía como el Edificio Esparza -avenida Morelos y calle Cepeda- fue condenado para toda la eternidad a quedar inconcluso y desde Gómez Palacio donde vivo, propongo su rehabilitación utilitaria a los dueños del abandonado edificio, renovándolo con departamentos familiares -en venta o renta- con lo cual se daría presencia a los clientes potenciales que requiere el centro comercial de Torreón. Esta propuesta, don Jorge Alonso, usted podría encabezarla, tomando en cuenta que el Infonavit maneja un programa federal para recuperar las inertes fincas aún habitables ubicadas en los centros comerciales, con lo que lograría abatir el déficit de viviendas y dar vida a los sectores que como sucede en la avenida Morelos, languidecen.

Por lo pronto mi esposa y yo seguiremos paseando por la Morelos, pero de día y más si es lluvioso, para no caer en tentaciones ni poner en riesgo la vida. Aclaro, sin embargo, que temporalmente suspendimos los paseos, repelidos por los urinarios surgidos sobre la marcha en los malolientes recovecos de las aceras abandonadas precisamente frente a la plaza principal, una plaza principal escenario de bailes y convivencias bohemias, con un estanquillo que se hizo famoso por sus limonadas, aguas celis, aguas de raíz, cuadritos de nieve y duritos de harina que por mucho tiempo han servido de alimento a los paseantes insolventes y a los enamorados. El Apolo Palacio fue testigo, pero ahora, de aquel lujoso restaurante, sólo queda el recuerdo. Volveremos pues, al centro de Torreón, para que no mueran nuestras añoranzas y recordar al cine Princesa mirando retador al hotel Elvira y su restaurante Los Globos, y más allá, al cine Nazas -Lo que el Viento se Llevó, fue la película de estreno- convertido en teatro, de muy poca resonancia ya por falta de promociones. Soñar y soñar con la vida pasada, al final de cuentas, es la consigna. La Michoacana y el hotel Galicia, desde cuyo balcón Pedro Infante saludó a los laguneros, forman parte de mis remembranzas y las comparto con el magistrado Sotomayor Garza, a ver si me invita a un desayuno en el restaurante de la Botica Americana o a una comida de mariscos en "El Barquito", pasando por "La Michoacana", para saborear sus paletas, sus aguas de sabores y sus cuadritos de nieve adornados con mermelada de fresa y el templo evangélico que vigila a las almas en pena que no olvidan al viejo centro histórico de la otrora pujante ciudad de Torreón. Nunca es tarde, dice el refrán.

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