El Padre quería ser abuelo.
Ignoraba que ése es un lujo que no cualquiera puede darse.
Sus criaturas, Adán y Eva, no hacían nada para obsequiar el anhelo del Creador.
Tenían lo necesario para hacerlo, pero no sabían cómo. Y al Señor, que todo lo sabe, le parecía impropio de su divinidad decirles la manera.
Se le ocurrió una idea, sin embargo.
Hizo el invierno.
El hombre y la mujer tuvieron frío, y en la noche acercaron sus cuerpos para darse mutuamente su calor.
Entonces sucedió lo que antes no había sucedido.
Y el Padre fue abuelo.
La estación del amor, pues, es el invierno.
Aunque se enoje la primavera.