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Los límites del liberalismo

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La estridencia del renovado duelo entre superpotencias opaca el sonido de una de las tendencias más profundas del cambio de época que vivimos: el afianzamiento de los límites del liberalismo occidental. Cuando a finales del siglo XX el imperio autocrático soviético se vino abajo, desde el Occidente atlantista encabezado por el imperio liberal estadounidense se decretó el comienzo de una nueva era, la de la globalización democrática y capitalista. Las élites de Europa y América difundieron la idea de que había llegado el fin de las ideologías, aunque en verdad querían decir que ya sólo habría una ideología, la de Occidente. Tras medio siglo de pugnas entre dos formas dominantes de ver el mundo, la civilización global abrazaría irremediablemente los valores del individualismo, libre mercado, capitalismo y la democracia liberal… como si todos los espacios geográficos habitados del planeta compartieran la misma tradición. Este error de visión ha quedado evidenciado tres décadas después del desplome de la cortina de hierro. Un hecho sintomático es que, tras 33 años de la caía del Muro de Berlín, los muros reales y virtuales se han multiplicado, lo que pone de relieve la falacia de un mundo regido bajo los mismos ideales y valores. Las vicisitudes del siglo XXI han expuesto los límites del liberalismo occidental dentro y fuera del ámbito cultural en el que surgió y se ha desarrollado.

Los límites externos son los más fáciles de identificar, pero debemos primero reconocer algunas realidades históricas. Lo que hoy conocemos como liberalismo es herencia de las revoluciones inglesa, americana y francesa de los siglos XVII y XVIII. Pero también de las profundas transformaciones provocadas por la Revolución Industrial y la globalización imperialista encabezada por el Imperio británico en el siglo XIX. La superioridad técnica y bélica permitió a los estados europeos conquistar directa o indirectamente el mundo entero e imponer su visión a pueblos de muy distintas tradiciones. La crisis de la primera ola liberal llegó a inicios del siglo XX y desató las dos guerras más brutales de la historia y la peor crisis económica hasta entonces. A la par, se dio la descolonización de África y Asia y la irrupción de poderosas visiones alternativas en el centro y la periferia de Occidente: el fascismo y el comunismo. El primero fue derrotado por una alianza fáctica del liberalismo con el comunismo luego de ser utilizado por la derecha del Occidente liberal para frenar la expansión del socialismo real. El comunismo aprovechó el triunfo de la URSS para afianzarse en buena parte del mundo. El liberalismo, por su parte, echó raíces en Occidente bajo el liderazgo de EUA y sostuvo una lucha con el comunismo en el Tercer Mundo… hasta que el bloque soviético sucumbió en la última década del siglo XX.

Los límites externos del liberalismo quedaron violentamente expuestos en 2001, con los atentados del 11 de septiembre que golpearon el corazón financiero y militar del imperio estadounidense. Los ataques fueron perpetrados por un grupo terrorista islamista cuyo germen había ayudado a EUA en los 80 a frenar a los soviéticos en Afganistán. Como los fascistas en el pasado, los islamistas pasaron de ser aliados a enemigos de los estados liberales. Además de representar una reacción a la creciente presencia de Occidente en Oriente Medio, los atentados y las consecuentes invasiones de Irak y Afganistán, exhibieron resistencias menos violentas, pero más arraigadas, en las sociedades del mundo islámico contra el liberalismo que Europa y Norteamérica pretendían imponer por la fuerza. Paralelamente, en Oriente resurgían viejos estados con sus propias tradiciones civilizatorias. El ensayo liberal de los 90 en Rusia fracasó para dar paso a un renovado régimen personalista que hoy desafía el orden global ideado por Occidente. El liberalismo no llegó a China de la mano del capitalismo como pensaron los promotores estadounidenses del acercamiento con Beijing. Al contrario, el libre mercado global sirvió para reforzar el régimen de partido de Estado y hoy China representa el reto más grande a los valores "universales" de Occidente. Por su parte, la India está construyendo su propia ruta dentro del capitalismo y la democracia representativa. Para numerosas naciones de África, Asia y América Latina, Rusia y China se alzan como alternativas frente al otrora dominante mundo occidental.

Estos límites externos del liberalismo tienen que ver más con las raíces culturales de cada ámbito civilizatorio que con la acción premeditada de los estados que los representan. El gran error que ha cometido el mundo liberal es pasar por alto las diferencias de cada una de las tradiciones al creer que sus valores son universales y aplicables a cualquier sociedad cuando se trata de principios nacidos y desarrollados en el seno de una cultura específica que, si bien puede compartir rasgos y herencias con otras, guarda características peculiares. Por ejemplo, la libertad individual es un valor fundamental en Occidente, mientras que en Oriente el sentido de pertenencia a una comunidad tiende a ser más poderoso. Bajo esta perspectiva, la imposición de una visión sobre otra no sólo es indeseable, sino también infructuosa y potencialmente conflictiva.

También dentro del ámbito occidental se están evidenciando límites, los cuales pueden observarse con mayor claridad en las zonas periféricas, tales como Europa del Este o América Latina. El impulso liberal de los países del antiguo bloque socialista europeo ha cedido espacio frente a políticas claramente iliberales de sus gobiernos. Polonia y Hungría son sólo dos ejemplos en donde valores como el respeto a las minorías o el avance de los derechos reproductivos de las mujeres están en retroceso. En Latinoamérica, más allá del viraje a la izquierda, populista o no, que se vive actualmente, cada vez se cuestionan más los principios del estado liberal por ser considerado una imposición de las potencias colonialistas europeas sobre las poblaciones originarias y mestizas. Pero también dentro de los estados centrales de Occidente, como EUA y RU, se han puesto en entredicho los pretendidos valores universales que son vistos con recelo por sectores relegados, como mujeres o minorías étnicas, que los consideran producto de una élite eminentemente blanca y masculina, o por segmentos de la población que han visto deteriorar su calidad de vida, como el alicaído proletariado industrial que se ha derechizado. Políticos populistas aprovechan el descontento para posicionar sus agendas que, en la mayoría de los casos, tienden a simular cambios que polarizan más, pero que poco o nada resuelven las contradicciones de las sociedades liberales. Occidente se enfrenta, pues, a la realidad de un mundo mucho más amplio y diverso que su liberalismo, y de los riesgos que sus propios errores de visión han generado en sus estados.

@Artgonzaga

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