El 2 de octubre de 1968, mientras sucedía la matanza de Tlatelolco, poblados de la Comarca Lagunera, en el norte de México, permanecían inundados por el agua del río Nazas. Miradas de rabia y temor, desconsoladas ante la tragedia. Tierras anegadas en los ejidos Lázaro Cárdenas y Emilio Carranza, de Nazas, Durango. Laguneros desplazados. Habitantes de Francisco I. Madero y de San Pedro de las Colonias, Coahuila, desalojados y llevados a La Cuchilla y a Cuesta de Ventanillas, carretera a Cuatro Ciénegas, respectivamente. El ciclón tropical Naomi, originado en el océano Pacífico, se convirtió desde el 10 de septiembre en uno de los más destructivos en la República mexicana.
El huracán trajo hasta 500 milímetros de lluvia máxima en 24 horas registrados en el río Baluarte, Sinaloa, de donde se extendió a los estados de Colima, Jalisco, Durango, Coahuila, Sonora y Chihuahua, provocando la pérdida de 60 mil hectáreas de cosechas y severas inundaciones en Torreón, Gómez Palacio, Chihuahua y ciudades de Jalisco y Sinaloa, con un saldo de más de 10 muertos, según reportes históricos del Centro Nacional de Prevención de Desastres, Cenapred.
En imágenes de tales instantes, la furia del agua en el vertedor de la presa Lázaro Cárdenas, en la cuenca alta del río Nazas. Caminos averiados. Rescatistas con ayuda humanitaria. El ambiente se percibe denso, calamitoso, rostros tristes, rictus de dolor. Todos eran víctimas.
Grandes áreas de Gómez Palacio y Torreón inundadas. San Pedro de las Colonias y Francisco I. Madero yacen bajo el agua, donde nace la Laguna de Mayrán.
Las viviendas de los desplazados. La resistencia de hombres y mujeres, en las primeras horas de la reconstrucción; empezar de cero.
La catástrofe tuvo un solo rostro: Destrucción y afectados.
El suceso y las condiciones de alto riesgo en que sobrevivió La Laguna.
Aún se recuerda en esta comarca la historia que registró el cronista Pablo Machuca en su "Ensayo sobre la fundación y desarrollo de Gómez Palacio, Durango".
En septiembre de 1968, en la temporada de lluvias, los ríos Ramos y Oro que desembocan en el vaso de la presa El Palmito-Lázaro Cárdenas, arrastraban tal cantidad de aguas torrenciales que en pocos días llenaron su cupo, entrando un volumen de 6 mil metros cúbicos de agua por segundo. Y el 12 de septiembre, por espacio de cuatro horas brincaron por el vertedor hasta 3 mil 667 metros cúbicos por segundo. La creciente se precipitó río abajo y al llegar a la presa de Las Tórtolas-Francisco Zarco llenó fácilmente el vaso, derramando mil 800 metros cúbicos por segundo.
A las nueve y media horas de la noche del 15 de septiembre, los habitantes de Gómez Palacio en lugar de prepararse para escuchar el Grito de Independencia, andaban preocupados ante el peligro de inundación. Las aguas desbordadas ya habían anegado parte de las colonias Sánchez Álvarez, Las Rosas y el barrio de Santa Rosa. Algunas personas que vivían en la primera colonia platicaban que al tratar de rescatar algunas pertenencias en las habitaciones de sus casas inundadas, tuvieron que meterse al agua y esta les llegaba a la altura del pecho. Las aguas que inundaron esas colonias formaron una represa con las bardas de la cercana fábrica de manteca vegetal.
Las paredes de adobe de la factoría al fin se derrumbaron ante la fuerza de la corriente, desbordándose las aguas al oriente, llevándose pacas de borra y algodón que estaban apiladas en los patios de la mantequera. Al desaparecer la represa, el nivel de la creciente bajó en las colonias Sánchez Álvarez y Las Rosas.
Mientras tanto, en la barriada de Santa Rosa, en la parte más dañada, se cayeron numerosas casas de adobe que no tenían buenos cimientos. La corriente también llegó al paso a desnivel de la calle Urrea, llenándolo de agua, impidiendo el paso de los vehículos.
Sin duda, la creciente de 1917 arrastró más agua que la del '68, pero los daños fueron menores, porque la ciudad no había crecido tanto. Las colonias inundadas no existían y Santa Rosa no estaba tan fincada.
Esa infausta noche de la inundación, el pueblo sufrió su primer desencanto de su flamante gobernador, ingeniero Alejandro Páez Urquidi. Sucedió que esa misma noche, en el palacio de gobierno del estado en la ciudad de Durango, Páez Urquidi recibía los parabienes de los políticos lambiscones porque acababa de hacerse cargo de la gubernatura de Durango, en el instante en que llegaron las llamadas de auxilio de los damnificados de Gómez Palacio. Cuentan que al ser enterado de las peticiones de ayuda, el gobernador contestó que su gobierno no era casa de beneficencia; haya dicho eso o no, lo cierto es que el mandatario duranguense negó el auxilio solicitado.
Pero eso sí, pronto comenzaron los negocios, cuando se levantaron los famosos bordos de defensa en la ribera del seco río, para proteger a la ciudad de futuras inundaciones; obras que fueron pagadas por los habitantes con costos escandalosamente aumentados.
@kardenche