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Homenaje a los adultos mayores, a sus vidas, sueños y aventuras

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

La revista National Geographic (edición febrero de 2022) ofrece una crónica dedicada a las pasadas generaciones, con una fotografía a toda página de Natalia Becerra, de 61 años de edad, una danzante radicada en Querétaro, cuya vida, de acuerdo con el reportaje, está marcada por la fe.

Leo la información y las lágrimas y los recuerdos asoman a mis ojos: yo jugué béisbol y softbol en mis mocedades, subí a los cerros De la Cruz, Calabazas y las Noas, caminé por el escabroso sendero serrano que lleva al puente colgante de Ojuela, crucé a nado el río Nazas, cubrí a pie la ruta de Torreón a Lerdo y viceversa, participé en una caminata de Lerdo a Torreón (la medalla cuelga en la pared de mi estudio), participé en los vía crucis de semana santa y desayuné en la Alhambra, con una fe absoluta en mis capacidades, físicas y del alma, pero el paso del tiempo las ha mermado. Sin embargo, me queda el espíritu que mueve mi mente para seguir escribiendo en una plena y madura jubilación, y ésa es la tónica del presente texto, cuya validez la proporciona la citada publicación con un reportaje escrito por la periodista Karen Alfaro, con fotografías de Ricardo Arzacoya.

Yo pienso que los viejos, mis compañeros, en su juventud fueron jóvenes fogosos, laboriosos y divertidos, bailaban mambo, cha chá, danzón y los ritmos afrocubanos que demandan excelente condición física; gozaban con la Princesa Lea, Wanda Siux y Lyn May y soñaban con Greta Garbo, Sofía Loren, Briggite Bardot y Llilia Prado. Respetaban a sus abuelos y en consecuencia a todos los viejos del mundo, pedían permiso a sus mayores y no existían los "ni nis" ni los celulares distractores, sólo la radio que los congregaba cuando peleaba El Ratón Macías contra el francés Alfonse Halimi. Los dos primeros encuentros se los llevó el paisano de Alan Deloin y el tercero el peso gallo mexicano.

En su añorada juventud los viejos se movieron con iguales inquietudes, ambiciones y espíritu aventurero; se enredaban en noviazgos guardando las distancias debidas a menos que los arrebatos pasionales los empujaran por otras vías y aún así llegaban al matrimonio. Eso fueron y mucho más los viejos que ahora sólo sueñan y lloran, lloran porque la sociedad es ingrata con ellos; los menosprecia y los regaña y son los jóvenes mal educados y los adultos irrespetuosos los que se ensañan, olvidando que ellos también llegarán a la senectud irremediable. No perdonan a quien conduce un coche e involuntariamente se les cruza en el camino y lo humillan con gritos y descortesías en un arranque de soberbia y superioridad de fuerzas.

Hay un proverbio sueco que dice: "los jóvenes van en grupo, los adultos por pareja y los viejos van solos" y esa soledad es precisamente la que se acentúa cuando los integrantes activos de esta sociedad egoísta tratan mal a los ancianos que también forman parte de la misma colectividad que ahora los aparta a un lado. El mismo diccionario les recuerda a los viejos lo que son ahora: longevos, abuelos, veteranos, avejentados, antiguos, añosos, añejos, arcaicos, vetustos, rancios y antañones, epítetos que no se aplican a ningún otro género humano.

Alrededor de los mayores de edad han surgido máximas de los grandes pensadores de la historia que lo mismo levantan el ánimo o lo apachurran con juicios certeros, verbi gracia: "Los años arrugan la piel pero renunciar al entusiasmo arruga el alma", previene Albert Schfeitser y enseguida puntualiza y saca de onda: "Con 20 años todos tienen el rostro que Dios les ha dado, con cuarenta el rostro que les ha dado la vida y con sesenta el que se merecen". (Uff, esto ya duele).

Los hay de tono humorístico: "La edad también tiene sus ventajas muy saludables, se derrama mucho del alcohol del que antes no quedaba ni gota", señala Gidi y John Knitex por su lado, es realista: "Se es viejo cuando se tiene más alegría por el pasado que por el futuro". Santiago Ramón y Cajal remata -y feo-: "lo más triste de la vejez es carecer de mañana".

Y para las mujeres con las arrugas de la senilidad encima, los refraneros de la historia les asignan un destino que es más bien un elogio a su vanidad: "Cásate con un arqueólogo; cuanto más vieja te hagas más encantadora te encontrará".

Charlie Chaplin, Da Vinci, Galileo Galilei, Isaac Newton, Franklin Roosevelt y Alberto Einstein, entre otros, tenían una edad promedio de 80 años de edad cuando alcanzaron la cúspide como grandes científicos y forjadores de la historia. Y qué me dicen de Sophia Loren, a sus 80 años todavía sacude el alma de sus sempiternos admiradores y los pone a temblar de emoción.

Desafortunadamente la realidad se impone: no hay acomodo y mucho menos reinserción de los veteranos a una sociedad que también ellos, los viejos, con empuje y disponibilidad durante su juventud, crearon y fortalecieron.

Ahora estoy en la Alameda, Si hay cacas de pájaros en la hoja en que escribo a mano estas divagaciones, en mi cabeza, hombros y brazos, es porque las aves me confunden con una estatua como la que hay en los descuidados andadores del paseo público, zurradas, mudas y deterioradas por el tiempo y el olvido. Se posan abrigadoramente sobre mi figura añosa y pienso que es su manera de rendir honores a un ser humano que nunca las mató a pedradas ni las dispersó con pavorosos cohetones.

Sus alegres vuelos los interpreto como una oda dedicada a los ancianos colegas que descansan sus años en las bancas de los paseos públicos, soñando despiertos con Marylin Monroe como es mi caso y me vuelvo optimista. La sociedad ignora que todos somos fabricantes de sueños… Marilyn me guiña un ojo, Brigitte Bardot me lanza un beso y Elizabeth Taylor me llama con su mano adornada con un sexto anillo de casada; Olga Briskin toca el violín en mi honor, Ninón Sevilla mueve las caderas al compás del mambo número 5 que interpreta Dámaso Pérez Prado; la Niurka e Isela Vega se levantan la blusa y me ponen con los ojos cuadrados. Despierto y todavía sueño: un coro de cantantes veteranos canta Nabuco y le subo al volumen de la tele; imagen y sonido, por fin, me despiertan. Pero no me levanto y me arrebujo en mi cama porque hace mucho frío.

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Escrito en: Higinio Esparza Ramírez

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