
Bogotá late en la escritura de Santiago Gamboa
El hallazgo de un cuerpo desmembrado alerta a autoridades y periodistas de Bogotá, la capital colombiana cubierta por un frío de acento penetrante. La violencia fragmenta los cuerpos, pero también el tejido de las sociedades. Los investigadores buscan unir los elementos, pero las condiciones sociopolíticas dificultan la misión. ¿Será esta una de las metáforas que estructuran a Colombian Psycho (Alfaguara, 2021), la reciente novela de Santiago Gamboa? El autor colombiano realiza un enlace virtual con El Siglo de Torreón, da pie a la entrevista e indaga en el tema de su obra compuesta por casi 600 páginas.
“Por supuesto que la violencia, de alguna manera, está presente en todos los países, en unos de una manera muy física como Colombia o México, incluso Venezuela; en otros hay una violencia de orden psicológico, como en el caso de Nicaragua, con una tremenda represión. Es decir, me parece que América Latina tiene una especie de momento desgarrador, donde se intenta volver a armar un cuerpo, donde cada una de sus partes pertenecen a un conjunto”.
La historia de Colombian Psycho se sitúa justo después del llamado Proceso de Paz, donde tras más de 50 años, el gobierno colombiano buscó poner fin a la violencia con la guerrilla. No obstante, el relevo en el mandato presidencial aletargó este proyecto hasta casi su extinción. Así se muestra a una Bogotá marcada por la violencia y el frío. Además de los fiscales, los personajes de Julieta Lezama y Johana brindan homenaje a ese otro héroe que se ha enfrentado a la corrupción y la impunidad: el periodismo.
Santiago Gamboa incluye por primera vez a un personaje con su nombre: un escritor ensombrecido cuya novela coincide con el caso presentado y a quien las periodistas acuden en busca de información. La realidad y la ficción son dimensiones indisociables, no pueden concebirse la una sin la otra. El autor juega con esta relación y con un enigma donde quizá se tiene la respuesta, pero no siempre la pregunta.
La búsqueda de la verdad en Colombian Psycho se encuentra también con personajes de doble vida, gente con trastornos de personalidad que convierten a la mentira en el pilar de sus ficciones. Santiago Gamboa ve así también a algunas sociedades que muestran un rostro de serenidad y progreso, pero en realidad están heridas y fragmentadas por la lucha de poderes.
-Esta historia sucede posterior al Proceso de Paz. ¿Qué características tiene este periodo en Colombia a nivel social?
Precisamente, la novela tiene como origen hacer un retrato de la Colombia posterior al proceso de paz. Las cosas buenas que trajo el proceso y el modo en que, desafortunadamente, ha sido manejado por sus enemigos. No podemos decir que está muerto. Sí ha sido muy debilitado y ahora, con el nuevo gobierno, va a renacer. Pero durante cuatro años, por un gobierno enemigo al Proceso de Paz, realmente avanzó muy poco, a un paso muy lento. Fue atacado desde arriba, desde la presidencia. Pero es decir, la vida cotidiana del Proceso de Paz que avanzaba en las nuevas formas de delito, en las antiguas formas de delitos que siguen enquistadas, la corrupción y, además, uno de los crímenes más atroces en Colombia: los “falsos positivos”, muchachos asesinados por el ejército y a los que les ponen uniformes de guerrilleros. Resulta que, por una política que se instauró durante la presidencia de Álvaro Uribe, se les daba a los militares premios, permisos, recompensas de todo tipo a los que ponderaran muertes contra el enemigo. Una muerte del enemigo se le llama “guerra positiva”, por eso se llaman “falsos positivos”, porque no eran caídos en combate, sino que eran jóvenes que el ejército recogía por las calles, que estaban en las drogas, desempleados, algunos de ellos inclusive con enfermedades mentales. Les ponían uniformes de guerrilleros y los asesinaban. Digamos que hoy, seis mil 402 es una cifra que para todo colombiano es dolorosa, como para todo mexicano 43 es una cifra dolorosa por Ayotzinapa.
-Respecto a la escenografía, me gustaría referirme a Bogotá. Los personajes se quejan todo el tiempo del frío que hace en esa ciudad. Por el contexto, me recuerda al infierno en La divina comedia de Dante. ¿Encuentras una relación entre la capital colombiana y el infierno dantesco?
Me parece que el frío es una condición extraña que tiene Bogotá, la ciudad donde yo nací, que parece condenar a su población a cierto tipo de forma de ser, a un temperamento frío, a una sensación permanente de estar en silencio y ofendido. Sí, claro, comprendo de lo que hablas, de los condenados a los lugares más profundos del infierno de Dante que pasan muchísimo frío. Bogotá está a dos mil 700 metros, hay una llovizna intermitente, por las mañanas hace muchísimo frío, es clima de la montaña, húmedo. Cuando hace sol, es un sol picante, que te quema mucho la piel. Pero por momentos, sí me parece que hubiera una cierta relación entre el temperamento y una condena a una sociedad que vive en condiciones tan complicadas. Tan extraño que esa ciudad sea la capital del país, cuando otras capitales eran las ciudades cercanas a los puertos, cerca del mar, dedicadas al comercio. En cambio, Bogotá es una ciudad extrañamente diseñada lejos de todo eso. Claro, a esa altura, los españoles desesperados, encontraron un lugar fresco. Pero sí, efectivamente, es una ciudad que tiene algo de infernal, un extraño ambiente.
-¿Por qué tomaste la decisión de que algunos personajes tengan múltiples personalidades y justifiquen sus acciones a través de las voces que escuchan?
Esa es una de las cosas que más me interesaba últimamente: la cantidad de enfermedades psiquiátricas que hay en todas las sociedades, pero en el caso de Colombia, tan cercana a todas esas situaciones de contradicción, violencia, debate, es como si se dispararan estas enfermedades psiquiátricas, que también le pueden ocurrir a cualquier persona en un sitio conocido, puesto que desdoblamientos, trastornos de personalidad […] Pareciera que ciertas situaciones de nervios, cierta vida al filo de la navaja, empujara a la gente hasta enfermedades psiquiátricas que están muy presentes. Por ejemplo, en gente como los presidiarios. Y yo he escuchado historias de personas que teniendo doble personalidad, una de sus personalidades es enemiga de la otra. Eso siempre me llamó la atención. Conocí el caso de una muchacha que se hacía heridas en el cuerpo; en realidad era una personalidad queriendo herir a la otra. Es aterrador, es una de las cosas que sufre la gente que tiene ese tipo de trastornos. Entonces, incluí esos trastornos, esas formas enfermas de la psicología, de una sociedad que quiere verse a sí misma con una cara que no tiene, sana y pulcra, cuando es una sociedad que comete tantas injusticias, tanta crueldad y tanta violencia.
-Empleas a un escritor que lleva tu nombre: Santiago Gamboa. Cuando las periodistas lo entrevistan por primera vez, emite una frase: “Lo que uno escribe, por real que sea, acaba por convertirse en ficción”. Me parece esas palabras también tienen nexo con la aparición de este personaje, quien realmente no eres tú.
Efectivamente, sentí que la novela necesitaba a un personaje que le diera novedad literaria. Entonces, empecé a pensar en la posibilidad de incluir a un escritor. Pensé en varios colegas, pero tenía que pedir varias autorizaciones para las cosas que iban a pasar. Finalmente, decidí hacerlo yo mismo, en una prueba un poco temerosa. Las vainas las escribí con mucho pudor, en una gran lejanía, intentando hacer pruebas de a ver qué tal funcionaba y cómo quedaban. A medida que avanzaba, al principio, cuando escribí la primera página de este autor, de Santiago Gamboa, el modo en que las periodistas se acercan a él… cuando empecé a escribir eso, no sabía qué tanto iba a participar todavía. Precisamente porque desconocía la manera en que esa presencia iba a ser creíble y, por otro lado, a aportar algo realmente importante, darle una pincelada original. Y eso lo descubrí a medida que fui escribiendo. Al principio sentía pudor, porque me sentía que me desnudaba, pero al cabo de la quinta, sexta o séptima página, empecé a sentir que era un personaje más. Ya no era una confesión en primera persona. Era un personaje que por supuesto me permitía sentir una cercanía con los demás personajes, pero que de algún modo era de ficción, como él mismo los dice en la charla que tiene con las periodistas.
-Se ha dicho que todos los temas que puede abordar la literatura ya se han escrito, sólo cambia la forma en cómo se presentan. ¿Crees que sucede lo mismo con los personajes que habitan tu obra, en especial con Santiago Gamboa?
Lo que pasa es que, en este caso, yo ya he escrito aproximadamente once novelas. Tengo bagaje y un grupo grande de personajes, historias, argumentos y anécdotas que están ahí y que los lectores van siguiendo. Entonces, para esta novela, una vez que decidí que uno de los personajes iba a ser el propio autor, pensé utilizar algunos elementos de algún libro anterior. No es necesario leerlo, todo lo que se necesita de esa historia se vuelve a traer, entre otras cosas, para darle más verosimilitud al personaje del autor Santiago Gamboa. Sus libros están ahí, es su biografía y, además, de uno de esos libros surge una posible respuesta y organización para entender qué es lo que está pasando. Me pareció interesante, como argumento, que fuera una novela la que estuviera detrás y diera las claves para entender qué es lo que está pasando. Además, es una novela publicada antes, motivo por el cual las periodistas llegan al autor creyendo que él sabe todo, pero tampoco sabe nada. El autor escribió eso sobre las bases que le contaron muchos años atrás y nunca supo cuál era la continuidad. A mí me pareció genial también por una cuestión de mi propia obra, enlazando mis propios libros. Claro, no puedo aspirar a que el mundo los lea todos, pero este libro puede ser leído de varias formas: como libro único o independiente, pero también al interior de una obra y entonces se vuelve un libro mucho más rico. Eso es algo que me gusta en algunos autores. Carlos Fuentes, Vargas Llosa, tienen conexiones entre sus personajes en algunos de sus libros. Por su puesto, García Márquez. Los autores que yo más admiro hacen estas conexiones. No lo hice de una manera calculada o racional, fue algo que sencillamente fue apareciendo. Y ahora que hablo contigo, que eres además la primera persona que me pregunta eso entre unas veinticinco o treinta entrevistas, por lo cual te agradezco, me doy cuenta de que definitivamente tiene qué ver con otros autores a quienes admiro.
-Escuché en una anterior entrevista, donde resaltas la importancia de personajes como Julieta y Johana, que quienes investigan los crímenes en América Latina realmente son los periodistas, no tanto la fuerza policíaca o militar. Para ti, ¿qué papel ha jugado el periodismo en estos sucesos de violencia latinoamericana?
El periodismo es fundamental, inclusive, en la lucha contra el narcotráfico (por eso Pablo Escobar mató a Fidel Cano, el director del periódico El espectador y, por eso, en general, los narcos matan a tantos periodistas). Generalmente, el narco tiene un aliado natural: el político. Hay una cantidad de subterfugios y cercanías, porque para el político quien tiene dinero es el aliado perfecto. Para el narcotraficante, el aliado perfecto es quien tiene poder para encubrirlo. El matrimonio entre un político y un narcotraficante es el ideal y perfecto, pero ¿quién es el enemigo principal? Claro, la justicia al final, pero esta llega muy tarde. Es decir, ¿a qué le teme más un político? A que se sepa. ¿Quién es el que hace que se sepa? El periodista. El narcotraficante es un hombre que está en la clandestinidad y a quien el periodismo no afecta de forma directa, porque él ya está en la clandestinidad, en la lucha contra el estado, no da entrevistas. En cambio, el político sí está en la legalidad, en la calle, en el hemiciclo del congreso. Entonces, a lo que teme el político es a que se sepa eso y el periodista es su enemigo principal. Por eso considero que el verdadero héroe de todo esto es el periodismo. El periodista que se enfrenta a estas cosas es un héroe, porque se enfrenta sin nada en las manos, sin pistolas, sin entrenamiento militar, sin nada, solamente con la mística de su trabajo y eso para mí es admirable.