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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

No hay frío que no se quite con un traguito de mezcal. Es como si al alma entrara un sol y al cuerpo una tibieza de mujer.

La sobremesa en la cocina del Potrero es cálida, y la leña en el fogón chisporrotea lo mismo que la conversación.

Don Abundio relata que doña Rosa, su mujer, hizo una manda, o sea una promesa, a San Francisco. En la peregrinación al Real hubo de alejarse de la procesión para satisfacer cierta necesidad menor. Cuando regresó todos se reían de ella. Y es que con el calzón se había cogido la bastilla de la enagua, y traía al descubierto la parte posterior.

Por fin alguien le dijo lo que sucedía. Doña Rosa, hecha una furia, le reclamó a su marido, que caminaba atrás de ella:

-¿Por qué no me lo dijiste?

Respondió él:

-Pensé que en eso consistía la manda.

Todos reímos, y doña Rosa se molesta. Dice:

-Viejo hablador.

Don Abundio figura con índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:

-Por ésta.

¡Hasta mañana!...

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