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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

El Cristo que en su iglesia tiene el padre Soárez suele de vez en cuando contarle un cuento. Sabe que los hombres nunca dejan de ser niños, y siempre necesitan cuentos.

-Éste era un espejo -le narró un día-, que se volvió como ustedes los humanos. Quiero decir que se hizo egoísta. Pensó que la luz que reflejaba le pertenecía, y no la reflejó ya más. En un tiempo aquel espejo difundía la luz: era un espejo bueno. Los niños jugaban con su resplandor; las muchachas contemplaban su belleza en él. Pero cuando el espejo se hizo malo ya nada reflejó, y fue tan sólo una superficie muerta.

-Así pasa -concluyó el Cristo-, con aquéllos que no reflejan en su prójimo el amor de Dios. De nada sirve tener fe si esa virtud no se difunde, convertida en obras de bondad, a los demás. Quien dice amar a Dios y no refleja ese amor en sus hermanos es como un espejo sin luz. También él es un mal espejo.

¡Hasta mañana!...

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