Columnas la Laguna

IBERO TRANSFORMA

EL MIEDO A LA NUEVA NORMALIDAD

CLAUDIA RIVERA MARÍN

Ocho meses de confinamiento es lo que nos ha traído la pandemia. Ya sea por gusto o por necesidad, la población ha salido a la calle -muchas veces de manera irresponsable-, pues basta ver los periódicos y redes sociales para darse cuenta de que el número de fiestas y reuniones es alto en la región, lo que hoy nos tiene de nueva cuenta en semáforo rojo.

Así, de botepronto, parecería que a cualquier persona le urge salir con libertad y tranquilidad, dos condiciones que ahora se aprecian y que seguramente antes no tomábamos el tiempo de analizar. Pero resulta que no. Una consecuencia del confinamiento que ya tenemos y al corto plazo se verá con mayor énfasis es, precisamente, el miedo a salir de casa, a retomar las actividades y la vida social. El sentimiento descrito es conocido como "síndrome de la cabaña", fenómeno psicológico que se presenta en personas que, a pesar de tener la posibilidad de salir, prefieren no hacerlo por temor al contagio, como lo estamos viendo en esta contingencia. Aun si imagináramos que la situación ha cambiado y que salir representara un riesgo moderado o casi nulo, estas personas optarían por el confinamiento, pues al pasar del tiempo han desarrollado una rutina en casa a la que prefieren ceñirse. Quizás ya se han acostumbrado a la falta de contacto social, a la soledad y también a sentimientos de tristeza o angustia, con los que han convivido por meses.

Este síndrome muestra sus efectos tras periodos largos de confinamiento y presenta síntomas tales como alteraciones en patrones de sueño (siestas numerosas o prolongadas), sensaciones de angustia, frustración y temor, tendencia a episodios depresivos, falta de motivación, desesperanza e ira. Los especialistas no lo consideran un trastorno psicológico, por lo que no se tiene una definición oficial del síndrome. Lo anterior no significa que sea una situación a la que no se le debe prestar atención, sobre todo, porque la contingencia sanitaria no tiene fecha de terminación y aun cuando se tenga la vacuna, seguirán surgiendo casos y el riesgo continuará presente.

Para las personas que experimentan este síndrome, su casa simboliza el medio ambiente seguro que se resisten a dejar.  Pasar los momentos de confinamiento en completa soledad puede causar un posterior rechazo al contacto social, especialmente en grupos grandes: espectáculos masivos, uso del transporte público, asistencia a lugares concurridos ya sea tiendas, iglesias, museos y más. También la sobreexposición a todo tipo de información a través de diferentes medios contribuye de manera significativa a la aparición y permanencia de este síndrome, ya que si continuamente estamos conectados a noticias alarmantes -aun siendo ciertas-, se detona una creciente angustia y miedo al exterior, que quizás en determinados momentos sea útil, ya que puede llevar a las personas a extremar sus cuidados, pero también puede complicar el proceso de adaptación a la nueva realidad.

Es tiempo de solidaridad, de respeto y ayuda mutuos. Nuestra entrada a la "nueva normalidad" debe implicar empatía con el otro, con sus sentimientos, con aquellas situaciones que ha vivido a consecuencia de la pandemia; quizás la pérdida de un ser querido, el cierre de su negocio, estragos del virus en su propio cuerpo, e incluso, miedo a la realidad.

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