Columnas la Laguna

ANÉCDOTAS

CONVIVIENDO CON MI MADRE Y SUS INVENTOS

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Mi madre fue una mujer muy ingeniosa. Con sus pequeños hijos alrededor del brasero esperando los frijoles refritos, imitaba con la boca el chirri chirri de una manteca imaginaria hirviendo en una sartén despostillada y nos hacía sentir que esa mañana almorzaríamos aquel alimento tan socorrido en nuestra infancia; nos poníamos en fila plato en mano para recibir nuestra porción, igualmente ilusoria porque no había ni frijoles ni grasa en el utensilio de cocina. Con el chirri chirri simulaba una carencia atroz: no tenía dinero para comprar la manteca y los frijoles eran de la olla, es decir cocidos en agua.

Nunca se dio por vencida ante la pobreza ancestral que la agobiaba y día a día procuraba alimentar a sus hijos con lo que había: frijoles, tortillas duras y café con agua de canela para hacerlo rendir cuatro tazas como mínimo. Pero no sólo eso: siempre estuvo pendiente de nuestra educación y gracias a ella pudimos cursar la escuela primaria. ¿Cómo le hizo para comprar los útiles escolares? Con la ayuda de la tía Emilia Ramírez de Serna obtenía dinero para sufragar esos gastos y del mismo modo los alimentarios: cada medio año su hermana le proporcionaba un cerdo para que lo engordara y luego lo hiciera carnitas para su venta al público. Enseguida se repartían las ganancias: la manteca se la llevaba la tía y mi madre se quedaba con las ganancias de la carne. La vendía con los vecinos a domicilio o en las puertas de la casa. Recuerdo los chillidos del animal cuando lo castraban y seis meses después cuando el matancero le cortaba la vida rebanándole el cuello con un filoso cuchillo.

Igualmente se rebeló al estilo de vida de mi padre, empeñado en que habitara a su lado en un estrecho callejón de la colonia "La Durangueña" y con el mismo apoyo fraterno -la tía Emilia nunca la desprotegió- se hizo de una casa en la colonia "20 de Noviembre". En el patio de esa finca habilitó un corral para alimentar al cerdo y allí mismo se realizaba la matanza ante mis azorados ojos de niño. Conocí a la tía Emilia durante sus visitas a casa; las hacía a escondidas porque no quería que su esposo se enterara de la ayuda que le daba a doña Caritina, mi madre. Compraba con el mismo sigilo un cerdo chico y mi madre recogía en el vecindario sobras de alimento para engordar al cochinito. En su casa, mi tía separaba la ropa usada de los hijos, ropa que iba a dar a mis huesos, como un chaleco peveciano, es decir de los que formaban el uniforme de los alumnos de la escuela Venustiano Carranza, donde estudiaba su hijo Gilberto, fallecido en estos días de mayo del 2020, luego de sufrir una penosa enfermedad que lo obligó a usar un bastón para caminar.

Nos tratamos muy poco pero él llegó a enterarse de esa ayuda secreta que nos daba su madre, igual conocimiento que tuvieron sus hermanos Ruperto, Luis, Gloria, Aurora, Esperanza, Aarón y Jorge, todos de apellido Serna Ramírez. Todo el tiempo tuvieron deferencias hacia mi madre y sus hijos. Don Gilberto, fue el fundador de esa familia y del negocio que le dio el dinero suficiente para mantenerla decorosamente. Funeraria Serna, su nombre, ubicada en la calle Javier Mina y la avenida Matamoros, en la ciudad de Torreón. A su muerte Jorge se hizo cargo de la agencia y luego de él y su desaparición sentida, su hijo del mismo nombre la mantiene viva, y también, en mi caso particular, con esa presencia siguen vivos los recuerdos agradecidos.

Me dolió profundamente la muerte de Gilberto, pues había cariño de mi parte, y siento que también él me tenía aprecio. Supe de su pérdida por una condolencia que publicó en el Siglo de Torreón la señora Enriqueta Morales de Irazoqui dirigida a su esposa Lucía Aldape y a sus hijos Gilberto y Ángeles Serna Licerio.

Gracias al esfuerzo materno, cursé estudios de comercio en la Escuela Bancaria y Mercantil de donde me sacaron para convertirme en reportero de El Siglo de Torreón, un logro que llenó de orgullo a la mujer que me dio la vida. Desafortunadamente ya no cuento con sus consejos sabios para corregir mis tropiezos y compartir con ella inquietudes y achaques. Pero mi mujer la suple en ese sentido, no hay duda. A estas alturas de mi vida, ya no estreno ropa usada; Rosa María la regala… Felicidades a ambas en este pasado Día de la Madre.

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