
La vigoréxica se ve débil aunque sus músculos estén más que marcados.
La vigorexia o el "Mal de Adonis" -que afecta a aquellos adictos a la musculación que nunca se consideran lo suficientemente fornidos- ha dejado de ser exclusivo del varón.
Si conoce a una mujer de nivel económico medio alto entre 18 y 30 años que pasa horas en el gimnasio, se admira los músculos con frecuencia, se pesa dos o tres veces al día, y sus mejores amigas son las pesas, está usted ante una vigoréxica.
El mal, que suele atacar a alrededor del 15 por ciento de mujeres que asisten a un gimnasio en Estados Unidos y aún no es reconocido como trastorno psiquiátrico o médico de manera oficial, ha dejado de ser exclusivo del varón deportista, obsesionado por su musculatura.
Y es que ahora muchas mujeres jóvenes, impulsadas desde adolescentes por "el anhelo de la perfección", han reemplazado el bar o la discoteca por la computadora o el salón donde hacen ejercicio.
Algunas se vuelven anoréxicas; otras, vigoréxicas, pero ambas buscan llenar vacíos internos.
"Al poner todo (su valor) en el cuerpo, para brillar, en realidad hay una cosa hueca, un vacío, y no hay posibilidad de entrega, entonces, la parte sensual de la mujer queda adormecida", explica la experta Elizabeth Lomelí, de la Clínica Privada San Rafael.
Así, la vigoréxica se enamora de su cuerpo de "foto, un cuerpo que ha dejado de ser sensitivo" y al hacerlo, se aisla de cualquier contacto con otra persona, y deforma su percepción de ella misma.
"En tanto que la anoréxica se ve gorda en el espejo, la vigoréxica se ve débil aunque sus músculos estén más que marcados", pero en ambos casos "subyace una "desmedida necesidad de homenaje externo", expresa la psicoterapeuta.
En su opinión, las "personalidades narcisistas" con un exagerado "culto al cuerpo", son más proclives a caer en esta patología, que ha aumentado en la sociedad postmoderna, donde "todo es a la carta" y el énfasis es en el "brillo externo" que las hace "sentirse superiores".
El trastorno, que provoca anomalías hormonales, es más frecuente entre "jovencitas menores y delgaditas obsesionadas por su imagen", cuenta Erika Lomonaco, manager de "Curves" donde, como el ejercicio se limita a media hora, las usuarias con este mal no duran.
"Aquí las mujeres no pueden entrenar más que la media hora" del circuito que incluye ocho apartados de resistencia hidráulica y ocho "estaciones de descanso", con plataformas movibles que disminuyen el impacto en las articulaciones y rodillas, cuenta la especialista.
Sin embargo, en los tres años que Erika lleva al frente de una de las 35 franquicias de "Curves" en la Ciudad de México, se ha encontrado con cinco o seis casos de jóvenes vigoréxicas.
"Terminando el circuito, quieren hacer sentadillas, abdominales y lagartijas. Nos acercamos para decirles que no es necesario porque el circuito está destinado a trabajar todo el cuerpo. Y las invitamos a que la próxima vez entrenen más su cuerpo en la media hora estipulada".
Pero el trastorno impide que la joven pueda limitarse a una rutina porque "la búsqueda de la perfección" no tiene fin. Por eso, desde una visión "erótica y sensual", la vigorexia aleja a las mujeres de "sensaciones corporales más tiernas" y de vínculos afectivos reales.
Además de los problemas psicológicos, el mal impulsa a ingerir y abusar de ciertas sustancias perjudiciales para el organismo, como los anabólicos que tienen efectos secundarios peligrosos, desde el acné, hasta ataques al corazón, cáncer de hígado y una terrible soledad.