Conocido literato y columnista, dice que desde el sentido común fumar un cigarrillo es un acto estúpido, pero lo curioso es que muchos personajes históricos que son considerados ejemplos de inteligencia han sido tenaces a la hora de practicar esa estupidez.
Viena, (EFE).- La lista de grandes personalidades de la historia que se negaron a dejar el tabaco pese a conocer muy bien su nocividad y el escepticismo de los expertos sobre la eficacia de las últimas medidas contra el tabaquismo, revelan cuán complicado y contradictorio puede ser el comportamiento humano.
El profesor y escritor austríaco Georg Markus se pregunta cómo reaccionarían Albert Einstein, Sigmund Freud, Winston Churchill, Thomas Mann y Friedrich Schiller ante las nuevas advertencias que figuran en los paquetes de cigarrillos, de acuerdo con las directivas de la Comisión Europea.
Markus rememora muchos de esos casos y cita comentarios de los propios adictos sobre su adición, pero sólo una personalidad, tristemente famosa, que ostentó con orgullo su fuerza de voluntad y dejó el cigarrillo: Adolf Hitler.
"Tiré mis cigarrillos al Danubio y nunca más volví a encender uno. Estoy convencido de que si hubiese sido fumador, no habría podido soportar las preocupaciones que me pesan desde hace largo tiempo. Quizás a este hecho el pueblo alemán debe su salvación", dijo el dictador del Tercer Reich.
Pero otras célebres personalidades muy diferentes, genios y creadores que dejaron a la posteridad sus ricas obras, no sólo fumaban a pesar de saber que se estaban destruyendo la salud, sino que incluso consideraban el tabaco indispensable para su trabajo.
"Muchos lo consideraban un estímulo, como otros no podían crear sin beber alcohol y hoy hay música que no existiría si sus compositores no hubiesen consumido droga, pero en la historia tenemos casos realmente dramáticos de famosos que sufrieron por haber fumado", dijo Markus.
Con él coincide el psiquiatra Stephan Rudas, quien recuerda que "la naturaleza humana es compleja. Un peligro que amenaza nos invita a reprimir la conciencia de ese riesgo pese a toda advertencia".
Esas alertas, advierte, podrían incluso despertar "un engañoso sentimiento de heroísmo" y fortalecer a los fumadores en su adición ya que, como rezaban las pegatinas que surgieron frente a anteriores campañas antitabaco fracasadas, "sin fumar, te mueres igual".
Una actitud de ese tipo podría deducirse de la siguiente frase atribuida a Churchill: "Un fumador apasionado que lee una y otra vez informaciones sobre el peligro que conlleva el fumar para su propia salud, en la mayor parte de los casos lo deja de hacer: no lee más".
Tras indagar en el inconsciente para descubrir las causas del tabaquismo, Freud concluyó que el fumar es un acto compensatorio para las personas cuya lactancia infantil no fue satisfactoria.
Si ese era su caso o no, cierto es que el padre del psicoanálisis pagó cara su "compensación", pues la pasión por la pipa y el cigarro le acarreó dos décadas de sufrimiento por un cáncer de mandíbula, aunque a pesar de todo alcanzó la respetable edad de 83 años.
"¿Escribir sin fumar? ¡Imposible!...El cigarrillo me pone a tono, me da fuerza y alegría de creatividad", opinaba el escritor vienés Anton Wildgans, para quien fumar era "tan necesario como dormir, comer y beber", mientras que el célebre compositor Richard Wagner confesó un día que "un baúl de cigarros" le ayudó a componer la ópera "El Ocaso de los Dioses", recuerda Markus.
La contradicción también marca la historia del tabaco desde que Cristóbal Colón lo trajo de América a Europa y los médicos lo aconsejaban como remedio milagroso contra la gota, la tos, el asma y los dolores de cabeza, hasta que siglos más tarde se reconociese que no sólo no cura esos males, sino que los ocasiona.
