Columnas la Laguna

MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Llegó en el autobús, traída de Ábrego, una caja de peras de las que da cada año el vetusto peral que desde hace más de medio siglo crece en la labor que llaman del Temporalito.

No quiero poner malos pensamientos -que son buenos- en esos redondeados frutos que tienen forma de cintura y caderas de mujer. Pero miro una de esas peras y me vienen a la memoria memorias memorables, tan jugosas y dulces como la carne del fruto de ese árbol del bien y del bien.

La pera me llena la mano igual que el recuerdo me llena la vida. Si la mordiera -si mordiera a la pera o a la vida- su jugo me desbordaría los labios y me resbalaría por el cuello hasta mojarme el sitio donde late el corazón.

Resisto la tentación de morder el fruto. No pienso en la culpa, la culpa feliz de Eva y Adán (en ese orden). Me recreo en la belleza de la pera. La pondré en un pequeño canastillo -en él cabrá también la vida-, y le prometeré que estará en mi recuerdo la próxima vez que mire a una mujer de talle fino y sinuosas caderas.

¡Hasta mañana!...

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