Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Hay entre nosotros un hombre que está sosteniendo relaciones de adulterio con mujer casada". Eso dijo el padre Arsilio en la misa del domingo. Y añadió, severo: "Si no da hoy 100 pesos de limosna proclamaré su nombre la próxima semana". Al final de la celebración el señor cura contó 225 billetes de 100 pesos y uno de 50 con un recado adjunto que decía: "Espéreme, padre; no sea malo. El próximo domingo le daré la otra mitad". Saltillo no es una ciudad levítica, o sea sacerdotal, religiosa o eclesiástica, a la manera en que lo son -¿lo fueron?- ciudades como Puebla, Morelia o San Luis Potosí. Sucede que don Benito Juárez vivió por unos meses en Saltillo, y esa presencia puso en mi ciudad una impronta de liberalismo que se acentuó después con la fundación del Ateneo Fuente, gloriosa institución educativa que lleva el nombre de don Juan Antonio de la Fuente, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno juarista. No dejará de sorprender a algunos visitantes, por lo tanto, que siendo Saltillo una población de tintes liberales, sin llegar nunca a extremos de jacobinismo, uno de los personajes más queridos en la comunidad sea un sacerdote. Hablo de monseñor Francisco Villalobos Padilla, obispo emérito de Saltillo, que hoy llega a los 100 años de su edad. Su sencillez, su don de gentes, su entrega absoluta a su misión le ganaron el respeto y aprecio no sólo de la grey católica, sino de los saltillenses todos. Si alguna pequeñísima tacha se le podía poner a Su Excelencia era sólo la extensión de sus sermones, que se prolongaba quizás un poco mucho. "La mente capta lo que la nalga aguanta", dice un sabio principio, y monseñor Villalobos ponía a ruda prueba el traspuntín o tafanario de sus feligreses. En cierta ocasión una pareja celebró sus bodas de oro con una misa oficiada por el señor Obispo. Al día siguiente alguien le preguntó al cura de la parroquia si don Francisco se había extendido mucho en su sermón, según solía. "Oh no -aseguró el párroco-. Habló solamente un minuto". "¡Un minuto!" -exclamaron al unísono, asombrados, quienes oyeron eso. "Sí -confirmó el sacerdote-. Un minuto por cada uno de los 50 años de casados de los festejantes". Sin contar esa minucia que para nada cuenta todo ha sido admirable y ejemplar en la vida y la obra del señor Villalobos. Jalisciense de nacimiento se hizo saltillense por amor. Terminado su ministerio pastoral se quedó a vivir entre nosotros, y su presencia ha sido siempre edificante. Ha dado y sigue dando frutos abundosos. Al cumplir hoy 100 años de existencia le digo a don Francisco que éstas son las mañanitas que cantaba el rey David, y le deseo más años de vida. Todo el mundo lo quiere, y él quiere a todo el mundo. Algún día el señor Villalobos se hará viejo, pero siempre seguirá teniendo nuestro afecto, nuestro respeto y nuestra gratitud. El padre Estolo, cura párroco, sufría el mal que en francés se llama surmenage, o sea agotamiento por exceso de trabajo. Acudió a la consulta de un psiquiatra, y éste le dijo que si quería curarse debía viajar a una playa y entregarse ahí a toda suerte de  placeres mundanales. Le citó un proverbio latino: Semel in anno licet insanire. Es lícito cometer locuras una vez al año. Se pintó el pelo el señor cura, se puso lentes negros, y en short y con camisa floreada fue a un antro. Se le acercó ipso facto una dama pintada como coche y vestida provocativamente, y lo saludó con familiaridad: "Hola, padre Estolo". Le preguntó, estupefacto, el sacerdote: "¿Cómo me reconociste?". Respondió la mujer: "Soy sor Bette, superiora del convento de la Reverberación. Tenemos el mismo psiquiatra". FIN.

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