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PANORAMA

Cuando Cárdenas nos dio...

RAÚL MUÑOZ DE LEÓN

El Ingeniero y el Profesor

La clase había terminado en el grupo de quinto grado en aquella modesta escuela primaria del medio rural; los alumnos, niñas y niños, alborozados, en tropel, se disponen a salir del aula, contentos, porque además era viernes y tendrían el descanso de fin de semana. El profesor del grupo se preparaba para hacer lo mismo, y dijo para sí:

“Entonces vi llegar a aquel hombre, que cambiaría mi vida por completo; le vi cara de inspector de educación”. El tipo franqueó la puerta de entrada a la escuela y llegó hasta donde lo esperaba el mentor, preguntándole: “¿El profesor Marín?”. –“¿En qué puedo servirle, señor Inspector? Fue la contestación.

“No soy inspector. Soy el ingeniero agrónomo Efrén Domínguez, y traigo este oficio para usted”, afirmó el visitante, al tiempo que le entrega un escrito al docente, que éste lee en voz alta:

“Aquí dice que me ponga a su disposición, que le proporcione toda la información que solicite y le de todas las facilidades para el cumplimiento de su misión”. –“En efecto amigo Marín, dijo el ingeniero, y simultáneamente, extendía sobre la mesa un pliego de papel con un mapa de la región. Marín revisa aquel documento y da lectura a un listado con las haciendas más importantes del contorno. “Son tierras de muy buena calidad, ingeniero. “Y, seguramente, todas de Valentín Cazares, (así, sin acento en la primera a), no es así profesor?”, argumentó el agrónomo. El maestro asintió; y el ingeniero continuó: “Y sabe qué?, sólo le corresponde esto”, señalando con un lápiz un pequeño punto de aquella cartografía.

“Ya se enteró del oficio, verdad? Empecemos a trabajar, pues. Vamos a repartir esta tierra en forma equitativa. Marín esboza una sonrisa, entre incrédula y burlesca. “¿de qué se ríe, profesor?”.-“de lo mismo que usted, ingeniero”. Domínguez ignora la respuesta, y pregunta de sopetón:

“Qué clase de bicho es Cosme Aguilar?” “Es el presidente municipal”. “Eso ya lo sé, le pregunto qué tal es como persona; cuáles son sus vicios o cualidades”. Marín tarda en contestar, dando espacio para que el agrónomo, un tanto alterado y molesto, argumente: “Mire profesor, usted y yo somos funcionarios federales, pero aquí la gente no sabe qué es un funcionario federal. Yo vengo por orden del gobierno y en nombre de la Revolución a repartir la tierra, pero aquí como en todo México, se persignan al oír hablar de la Revolución. Yo vengo a ayudarlos, pero ellos no se dejan ayudar”.

Marín, por fin, rompe el silencio para decir: “Ingeniero, usted preguntó quién es Cosme Aguilar; ahora se lo diré”. Interrumpe el ingeniero Domínguez para preguntar maliciosamente: “Es borracho, verdad?; regular, responde Marín. “Viejo?, “en años no tanto, pero en mañas, tiene muchos”. “Dónde lo puedo encontrar ahora?”, inquiere el agrónomo. “En la cantina del Chato Segovia”. Es la respuesta que recibe. “Vamos allá, le invito una copa, amigo profesor, me alegro mucho haberlo encontrado”.

Se dirigen al tugurio, y el trayecto lo aprovecha el ingeniero para reflexionar en voz alta, con el propósito de convencer al docente de la importancia de su tarea: “Este oficio pone en mis manos la Ley, pero es una ley que nadie conoce. Los hacendados tienen dinero, tienen prejuicios, tienen poder. Yo sólo tengo este papelito; con este “poderoso poder” he de repartir la tierra; con este poder he de voltear este pueblo al revés; los hacendados tienen miedo, tienen dinero y muchos idiotas agradecidos; yo sólo un oficio, y con él voy a repartir la tierra”, termina sus cavilaciones aquel decidido ingeniero agrónomo.

Llegan a la cantina en donde se encuentra el presidente municipal, siendo horas laborables, bebiendo cerveza, jugando una partida de dominó, y golpeando a un parroquiano por no estar de acuerdo con una tramposa jugada de Aguilar. Tímidamente, como no queriendo molestarlo, el profesor Marín se acerca a él, para decirle: “Señor Presidente Municipal: Le presento al ingeniero agrónomo Efrén Domínguez que viene para entregarle un oficio”. “Estoy ocupado, que no ve; para eso hay horas de oficina”, lo interrumpe el alcalde, de manera grosera; provocando la intervención airada del ingeniero, quien desafía la autoridad y el poder del político aldeano, diciéndole: “El asunto que me trae no admite espera, ni usted tiene la categoría para hacerme esperar”. El presidente, envalentonado, bruscamente se pone de pie haciendo el intento de desenfundar su arma.

Más calmado, el presidente municipal, de mala gana toma el oficio que momentos antes le había entregado el profesor Marín, y hace como que empieza a leer en tono irónico: “Aquí dice que debo ponerme a su disposición. . .” “Ya sé lo que le ordenan, lo interrumpe abruptamente el ingeniero agrónomo. Lo importante es que nos pongamos de acuerdo para repartir la tierra. Nadie, absolutamente nadie, puede tener más de cien hectáreas y yo he venido a eso, a repartir la tierra”.

“La política agraria es un plan del gobierno, aduce el alcalde, pero usted y yo ingeniero, sabemos que eso es prácticamente imposible. Valentín Cazares y yo le haremos un buen regalo para que su viaje no haya sido en balde”, agrega en un intento de soborno, el corrupto presidente municipal.

“Ya ve amigo Marín, estalla el agrónomo, sin perder la compostura. Pero la culpa no es de este hombre. Así era y así fue hasta ahora; mañana comenzaremos a repartir la tierra”. El presidente, furioso advierte: “No quiero ingeniero que alborote usted a la gente con esas ideas de reparto; es más, no quiero mañana verlo en el pueblo”.

De manera temeraria y desafiante, el agrónomo replica: “Pues aquí estaré mañana, y el profesor Marín será mi asistente, para proceder al reparto de la tierra, y comenzaremos con la suya”.

“Veremos si puede hacer eso. “ingenierito”, dijo amenazante el edil. Antes que presidente municipal soy hombre y nadie me va a quitar lo que es mío”. Marín y Domínguez se disponen a salir, y éste le dice al político-cacique: “Si piensa impedirlo, hágalo ahora porque es la última vez que le doy la espalda”

Ya afuera, el profesor Marín pregunta al ingeniero Domínguez: “Se puso duro, verdad ingeniero”. “Sabe qué, amigo Marín, sentí miedo”, contestó el ingeniero.

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La narrativa que antecede corresponde a las primeras escenas de la película “. . .Y Dios la llamó tierra” que, basada en el libro de Roberto Blanco Moheno, “Cuando Cárdenas nos dio la tierra”, es protagonizada por Ignacio López Tarso, en el papel del ingeniero agrónomo; Miguel Córcega, (profesor Marín); David Silva (presidente municipal); José Luis Jiménez (Tata); Manuel Capetillo (Sebastián, jefe de las comunidades agrarias); Quintín Bulnes (jefe militar en el municipio); Katy Jurado (Martha, hija del presidente municipal) y Tito Junco (General, jefe de la zona militar).

Blanco Moheno escribe su novela en 1952 y es llevada al cine en 1960. Tanto en la obra literaria como en la cinta fílmica, se aborda la cuestión agraria, principal problema de los que tiene México, con un tono dramático y aparentemente insuperable: vencer la resistencia de los caciques y hacendados que se oponían sistemáticamente a ejecutar los programas de la Revolución.

Esta había triunfado plenamente; estaba promulgada la Constitución Política de 1917, que es la revolución hecha ley con su Artículo 27, el más discutido y polémico de todos; publicado y con plena vigencia el Código Agrario que años más tarde será la Ley Federal de Reforma Agraria; los diversos primeros presidentes posrevolucionarios: Carranza, Obregón, Calles, Portes Gil, Rodríguez y Ortiz Rubio emitieron decretos, dictaron acuerdos, formularon planes y diseñaron programas para aterrizar los anhelos revolucionarios, sin lograrlo; y así hasta llegar a Cárdenas, que se propone con decisión y valentía hacer efectivos los postulados de la Revolución, el de la tierra primero.

¡Paradójicamente, estamos ante todo un andamiaje jurídico, una plena y adecuada estructura legal, ordenando terminar con los terratenientes, acabar a los acaparadores de tierras y proceder al reparto de ellas entre los campesinos, y no poder hacerlo! por la sistemática oposición de latifundistas, la resistencia de poderosos hacendados que, convertidos en caciques con dinero y poder político, pues muchos de ellos son funcionarios públicos: gobernadores, diputados, presidentes municipales; enfrentan al gobierno y lo desafían, a los campesinos los someten a regímenes feudales, reduciéndolos a peones acasillados.

¡La Revolución triunfa pero no opera! Es el tema de este apasionante libro de Blanco Moheno. El drama de los campesinos que, no obstante tener a su favor la ley, no ven cumplidos sus anhelos por los que fueron a la lucha y por los que se perdieron tantas vidas. Por cierto, el autor del Himno del Agrarista, es precisamente Blanco Moheno. ¡Sorprendente!

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El Instituto “18 de Marzo” es herencia viva del cardenismo. Nace en 1940 por la decisión del Presidente Lázaro Cárdenas, para satisfacer una demanda del pueblo de Gómez Palacio y de toda la Comarca Lagunera. Forma parte de los más importantes “golpes de timón” del gobierno cardenista: 1936, Reparto Agrario de la Laguna; 1937, Fundación del Instituto Politécnico Nacional; 1938, Expropiación Petrolera; 1940, Fundación del Instituto”18 de Marzo”.

Tanto la originaria Ley Orgánica del Instituto de mayo de 1940, como la reformada de julio de 1980, que es la vigente, establecen: “Artículo 2º.- El Instituto “18 de Marzo” es una institución educativa que, dependiendo del Gobierno del Estado, contará con capacidad y autorización jurídica y administrativa, que le permitan ejercer la impartición de los niveles de educación media básica, media superior y superior, de acuerdo con las posibilidades del erario estatal”.

Del artículo anterior se desprende, a pesar de su falta de técnica jurídica y de su defectuosa redacción, que el Instituto “18 de Marzo” está plenamente facultado para impartir la educación superior, es decir, de convertirse en universidad.

Sin embargo, en mayo próximo pasado cumplió 80 años de su fundación, y los diferentes gobernadores han hecho caso omiso de esta disposición, haciendo nugatorio el legítimo derecho de la “18” para ser elevada a rango de universidad.

Por eso ex directores, constituidos en el Consejo Consultivo Honorario, ex alumnos, los alumnos, la comunidad “diezciochomarzina”, hemos presentado al gobernador del Estado, Lic. José Rosas Aispuro Torres la solicitud formal de elevar al Instituto a la categoría de universidad para hacerle justicia; tenemos confianza en que su respuesta será positiva por su sensibilidad política y su compromiso con la Laguna; estamos comprometidos en esta tarea, que es una lucha: demandar del gobierno del Estado el cumplimiento de su Ley Orgánica y le sea reconocido al Instituto su derecho a ser Universidad.

Si Blanco Moheno escribió “Cuando Cárdenas nos dio la tierra”;

Nos corresponde escribir “Cuando Cárdenas nos dio la escuela”.

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